¡Amor y paz!
Las palabras de Jesús hoy en el Evangelio cobran
una enorme fuerza cuando contemplamos la situación del conflicto armado
colombiano. En muy pocos sitios en el
mundo se ha vivido con tanta virulencia el Ojo por ojo y diente por diente como
en Colombia.
¿Cuántos miles de muertos harán falta para que los
violentos (así se camuflen como amigos de una paz sin impunidad) comprendan que
por esta vía sólo se llega a la destrucción?
Porque tras una escabrosa campaña electoral, en la
que tuvo que padecer toda clase de trampas, mentiras, espionajes, acusaciones
falsas y guerra sucia, venció el candidato que lidera un proceso
de paz con los grupos armados ilegales.
Sin embargo, la oposición sólo denuncia supuestas irregularidades en las elecciones y hasta presiones de los guerrilleros, lo que contribuye a encender los odios entre los principales
antagonistas del proceso de paz y a polarizar cada vez más a los colombianos.
En el Evangelio de hoy, por el contrario, Jesús nos
pide desmontar la espiral de venganza y nos hace ver que se puede desencadenar una violencia ilimitada.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este 11ª. Semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Mateo 5,38-42.
Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
Comentario
La ley del talión (palabra derivada del latín
talis, tal) –a tal pena, tal castigo- quería poner freno a una espiral de
venganza que engendraba violencia sin límite y que regía desde Lamec (Gn
4,23-24), padre de Noé e hijo de Matusalén.
Según la Biblia, Lamec reunió a sus dos mujeres,
Ada y Sila, y les dijo: “Oíd mi voz, mujeres de Lamec, prestad oídos a mis
palabras: por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz; si
Caín se vengó por siete, Lamec se vengará por setenta y siete”. Este Lamec era
una versión aumentada y corregida de Caín, autor del primer fratricidio; era
Lamec un vengador nato, profesión exclusiva hasta entonces de la divinidad,
pues tras el asesinato de Abel, Dios se reservó el derecho al ejercicio de la
venganza: “El que mate a Caín, lo pagará siete veces”, sentenció, mientras
ponía en la frente de Caín una señal para que quien tropezarse con él no lo
matase.
Con Lamec, sin embargo, el hombre se abroga el
ejercicio de la venganza, ejercicio visceral, arbitrario, desproporcionado,
abusivo, terrible: pena de muerte por un cardenal, setenta y siete veces en
lugar de siete. Demasiado. De Caín a Lamec, la venganza instalada en el corazón
humano ha llegado hasta nosotros, echando raíces. ¡Cuántos Lamec del siglo
veintiuno la practican incluso desde la legalidad (?).
Mediante la venganza –piensan- se introduce en el
corazón humano el miedo que impedirá las infracciones del orden establecido. Y
no saben que la venganza es violencia que engendra violencia y quiebra humana.
Donde nace, se siembra el terror, se mata la vida, se instaura el caos. La
venganza conduce a la muerte.
Por eso Jesús quiere acabar con la espiral de la venganza. El ser humano no debe responder al mal con el mal, pues esto engendra violencia. Debe trabajar por la paz y, para ello, tiene que interrumpir la cadena de venganza. Hay que estar dispuestos a sorprender con amor y generosidad al prójimo que te ofende, cediendo del propio derecho para interrumpir el curso de la violencia. Sólo así podremos crear una sociedad nueva.
Pablo lo dice bien en la carta a los romanos
(12,19-21): “Amigos, no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque
dice el Señor en la Escritura: “Mía es la venganza, yo daré lo merecido” (Dt
32,35). En vez de eso, “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene
sed, dale de beber: así le sacarás los colores a la cara (Prov 25,21). No te
dejes vencer por el mal, vence al mal a fuerza de bien”.
El Dios de Jesús ya no es el del Antiguo
Testamento, frecuentemente presentado con rostro vengativo, sino el del amor,
que invita a acabar con la venganza practicando un amor generoso hasta el
colmo.
Servicio Bíblico Latinoamericano
www.mercaba.org