¡Amor y paz!
Mateo empieza su evangelio
con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la
vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús,
descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una
estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres
grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero
después del destierro).
Esta lista tiene una
intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la
historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados. Pero no se trata de una
mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender
mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a
celebrar.
El Mesías esperado, el
Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la
historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como
un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho,
porque así lo ha querido, a la familia humana.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes 17 de diciembre, una
semana antes de la Navidad.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 1,1-17.
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia. Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.
Comentario
Los nombres de esta
genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y
otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida
recomendable, y otros que no son nada modélicos.
En el primer apartado de
los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de
Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del
segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo
preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su
hermano.
En el apartado de los
reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista
de reyes claramente en declive hasta el destierro.
Aparte tal vez de Ezequías
y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del
destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores
humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María.
Aparecen en este árbol
genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que
nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena
y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón;
Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé
adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de
Jesús.
Entre los ascendientes de
Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son
los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va
construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se
ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una
ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el
bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse
solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras.
Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo.
No excluye a nadie de su Reino.
También la Navidad de este
año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder
su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un
modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere
llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos.
Es una lección para que
también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a
nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer
débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas
llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de
personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a
los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser
motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la
tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante
la gracia salvadora de Dios.
La Iglesia de Cristo puede
no gustarnos, pero no podemos escandalizarnos y rechazarla. Es una comunidad
frágil, débil, pero encargada de transmitir y realizar el programa de vida de
Cristo Jesús. Si antes de Cristo la lista era la que hemos leído, después de
Cristo no es mucho mejor: Cristo eligió a Pedro y Pablo, Pablo eligió a Timoteo,
Timoteo a... y nuestros padres nos transmitieron la fe a nosotros, que somos
frágiles y pecadores, y nosotros la comunicaremos a otros. No es cuestión de
mitificar la historia de la salvación ni antes ni después de Cristo. Todos
somos pobres personas. Lo que sí tenemos que hacer es aceptarnos a nosotros
mismos, y aceptar a los demás, a la Iglesia entera, y reconocer la obra de Dios
en todos.
La Navidad la celebraremos
mucho mejor si sabemos hacernos solidarios de las personas que Dios ama. La
salvación es para todos, para las personas normales, no sólo para las santas y
famosas, que hacen obras espectaculares o sorprenden a todos con sus milagros y
genialidades. Dios eligió también a personas débiles y pecadoras. Jesús no
renegó de su árbol genealógico porque en él encontrara personas indeseables.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Págs. 72-76
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Págs. 72-76