¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario,
XVI Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice...
Primera Lectura
Lectura del libro de la
Sabiduría 12, 13. 16-19
Fuera de ti, no hay otro
dios al cuidado de todo,
ante quien tengas que justificar tu sentencia.
Tu poder es el principio de la justicia,
y tu soberanía universal te hace perdonar a todos.
Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total,
y reprimes la audacia de los que no lo conocen.
Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación
y nos gobiernas con gran indulgencia,
porque puedes hacer cuanto quieres.
Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano,
y diste a tus hijos la dulce esperanza
de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
ante quien tengas que justificar tu sentencia.
Tu poder es el principio de la justicia,
y tu soberanía universal te hace perdonar a todos.
Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total,
y reprimes la audacia de los que no lo conocen.
Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación
y nos gobiernas con gran indulgencia,
porque puedes hacer cuanto quieres.
Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano,
y diste a tus hijos la dulce esperanza
de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
Salmo
Sal 85, 5-6. 9-10.
15-16a
R. Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Tú, Señor, eres bueno y
clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mí oración,
atiende a la voz de mi súplica. R.
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mí oración,
atiende a la voz de mi súplica. R.
Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios. » R.
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios. » R.
Pero tú, Señor, Dios
clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí. R.
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí. R.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Romanos 8, 26-27
Hermanos:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Evangelio de hoy
Lectura del santo
evangelio según san Mateo 13, 24-30
En aquel tiempo, Jesús
propuso otra parábola a la gente:
- «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”
Él les dijo:
"Un enemigo lo ha hecho."
Los criados le preguntaron:
¿Quieres que vayamos a arrancarla?"
Pero él les respondió:
"No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores:
'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.»
- «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”
Él les dijo:
"Un enemigo lo ha hecho."
Los criados le preguntaron:
¿Quieres que vayamos a arrancarla?"
Pero él les respondió:
"No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores:
'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.»
Comentario
Cuando el Antiguo
Testamento habla del poder de Dios, lo hace en términos muy grandilocuentes.
Es un Ser todopoderoso, que dividió el Mar Rojo y aniquiló al ejército del
Faraón. Es un Dios ante quien ha de postrarse toda la humanidad, incluidos
los más ricos y poderosos. Pero no es un tirano que usa caprichosamente su
poder para mostrar su superioridad y valía, sino que lo sabe administrar con
amor y ternura. Siendo inmensamente fuerte, es también inmensamente clemente
y misericordioso. Así nos los describen los pasajes del Libro de la Sabiduría
y del Salmo 85 que hemos escuchado.
En cambio, el Nuevo
Testamento habla de un modo diferente del poder del Hijo de Dios, y de su
Santo Espíritu. Jesús muestra su poder en su infinita humildad, en su supremo
abajamiento. Siendo Dios, se hizo siervo de todos y murió en la Cruz (cf. Fil
2), y, así, logró la victoria más importante de la historia, venciendo al
pecado y a la muerte. Sólo Dios puede ser tan humildemente poderoso.
En el pasaje de la Carta
a los Romanos que hemos leído, san Pablo nos habla del misterioso poder del
Espíritu Santo, el cual habita oculto en lo más profundo de nuestra persona,
y, desde ahí, intercede por nosotros ante el Padre, pues nosotros no sabemos
qué nos conviene pedir. El Espíritu Santo es tan sutil que muchas personas no
saben que habita en su corazón. Sin embargo, ahí está, y cuando nos dejamos
ayudar por Él, cuando somos dóciles a su tenue soplo, Él nos infunde sus
dones. Y hace que nuestra oración ‒por Él inspirada‒ llegue hasta el Padre.
Como Jesús, el Espíritu Santo personifica el poder del débil. Mansamente,
nunca se impone, pero siempre se ofrece a ayudarnos con todo su poder y su
gloria.
Este poder del débil
está muy bien representado por el polvo de levadura que se echa en la masa de
harina para que fermente y crezca profusamente, dando lugar a un sabroso pan.
Es también como la minúscula semilla de la mostaza, de apenas un milímetro de
diámetro, que da lugar a la hortaliza más grande, bajo la cual las aves
pueden cobijarse. De este modo es descrita en el Evangelio según san Marcos
(cf. Mc 4,30-32). Sin embargo, para mostrar lo mucho que crece el Reino de
Dios, en los Evangelios según san Lucas (cf. Lc 13,18-19) y san Mateo (cf. Mt
13,31-32) se describe a la mostaza como un árbol sobre el cual anidan los
pájaros. Así es el poder de Dios: a partir de lo más débil brota lo más
grande.
En los Evangelios
encontramos varias parábolas sobre la siembra. En una se nos dice que el
sembrador esparce la semilla de la Palabra de Dios generosamente, no sólo en
tierra fértil, también entre las piedras, al borde del camino y en las zarzas
(cf. Mc 4,1-20). En otra se nos dice que es Dios quien hace crecer lo
sembrado, haga lo que haga el labrador (cf. Mc 4,26-27). En la parábola de la
cizaña se nos habla de un sembrador que siembra buen trigo. Pero, cuando éste
empieza a crecer, descubre que hay también cizaña. La cual, además de ser un
cereal de peor calidad, puede ser tóxica.
¿Por qué ha pasado esto?
Es decir: ¿Cómo es posible que a Dios (el dueño de la mies) le hayan
estropeado su trabajo? Jesús les dice a sus discípulos que el Diablo, a
escondidas, ha sembrado el mal en el corazón de algunas personas, haciéndolas
dañinas para el resto, como la cizaña en un trigal.
Para comprender todo
esto hay que tener en cuenta que, siendo Dios bueno y clemente, nos ha dado
libertad. Y esto supone que otro pueda intervenir libremente para estropear
lo que Dios dispone. Efectivamente, el origen del mal está en el libre
albedrío que tenemos las personas. Ser libres, es decir, no ser marionetas de
Dios, tiene un duro precio: el mal puede actuar en nuestra vida.
¿Qué se puede hacer con
ello? ¿Suprimimos el mal? ¿Eliminamos a las malas personas? Ésta última es la
fácil solución que proponen los ayudantes del dueño de la mies. Pero,
pensemos: ¿a qué grupo pertenecemos nosotros? Solemos pensar que la cizaña
son los que nos hacen daño y nos complican la vida. Pero, ¿y nosotros?, ¿de
verdad que sólo hay bien en nuestro corazón? ¿En mi interior no hay mal? ¿Soy
realmente una buena persona? ¿Estoy totalmente seguro de que si ahora Dios
echase al fuego la cizaña que hay en el mundo, no iría yo también con ella?
La respuesta es simple: nadie es perfecto, por eso todos necesitamos de la
misericordia de Dios para salvarnos.
Afortunadamente, Dios,
siendo todopoderoso, también es bueno y clemente, y deja que sigamos en este
mundo, a pesar de que a veces hacemos daño y complicamos la vida a otras
personas. Cuando llegue el final de los tiempos, Dios enviará a sus ángeles
para que erradiquen el mal. Sólo así podremos gozar de la eterna felicidad.
¿Mientras tanto qué
podemos hacer? Seguir el ejemplo de Jesús, porque sólo la humildad puede
vencer al mal en nuestro mundo. Ese es el poder del débil, el camino de la
Cruz, un camino de abajamiento que nos conduce a la resurrección.
Siguiendo las palabras
de san Pablo, dejemos que sea el Espíritu Santo el que nos indique qué
debemos pedir y cómo debemos relacionarnos con Dios y las personas. Así, con
la ayuda divina, podremos vivir santamente en un mundo en el que abunda la
cizaña.
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