¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves 10 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (1Re 18,41-46):
En aquellos días, Elías dijo a Ajab: «Vete a comer y a beber, que ya se oye el ruido de la lluvia». Ajab fue a comer y a beber, mientras Elías subía a la cima del Carmelo; allí se encorvó hacia tierra, con el rostro en las rodillas, y ordenó a su criado: «Sube a otear el mar». El criado subió, miró y dijo: «No se ve nada». Elías ordenó: «Vuelve otra vez». El criado volvió siete veces, y a la séptima dijo: «Sube del mar una nubecilla como la palma de una mano». Entonces Elías mandó: «Vete a decirle a Ajab que enganche y se vaya, no le coja la lluvia». En un instante se oscureció el cielo con nubes empujadas por el viento, y empezó a diluviar. Ajab montó en el carro y marchó a Yezrael. Y Elías, con la fuerza del Señor, se ciñó y fue corriendo delante de Ajab, hasta la entrada de Yezrael.
Salmo responsorial: 64
R/. Oh Dios, tú mereces un himno en Sión.
Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin
medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales.
Riegas los surcos, igualas los terrenos, tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes.
Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los
pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría.
Versículo antes del Evangelio (Jn 13,34): Aleluya. Un mandamiento nuevo os doy, dice el Señor: que os améis los unos a los otros, así como yo os he amado. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt
5,20-26): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los Cielos.
»Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será
reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano
"imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame
"renegado", será reo de la gehenna de fuego.
»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un
hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y
vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu
ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el
camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te
metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado
el último céntimo».
Comentario
Hoy, Jesús nos invita a ir más allá de lo que puede vivir
cualquier mero cumplidor de la ley. Aún, sin caer en la concreción de malas
acciones, muchas veces la costumbre endurece el deseo de la búsqueda de la
santidad, amoldándonos acomodaticiamente a la rutina del comportarse bien, y
nada más. San Juan Bosco solía repetir: «Lo bueno, es enemigo de lo óptimo».
Allí es donde nos llega la Palabra del Maestro, que nos invita a hacer cosas
“mayores” (cf. Mt 5,20), que parten de una actitud distinta. Cosas mayores que,
paradójicamente, pasan por las menores, por las más pequeñas. Encolerizarse,
menospreciar y renegar del hermano no son adecuadas para el discípulo del
Reino, que ha sido llamado a ser —nada más y nada menos— que sal de la tierra y
luz del mundo (cf. Mt 5,13-16), desde la vigencia de las bienaventuranzas (cf.
Mt 5,3-12).
Jesús, con autoridad, cambia la interpretación del precepto negativo “No matar”
(cf. Ex 20,13) por la interpretación positiva de la profunda y radical
exigencia de la reconciliación, puesta —para mayor énfasis— en relación con el
culto. Así, no hay ofrenda que sirva cuando «te acuerdas entonces de que un
hermano tuyo tiene algo contra ti» (Mt 5,23). Por eso, importa arreglar
cualquier pleito, porque de lo contrario la invalidez de la ofrenda se volverá
contra ti (cf. Mt 5,26).
Todo esto, sólo lo puede movilizar un gran amor. Nos dirá san Pablo: «En
efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos
los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti
mismo’. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en
su plenitud» (Rom 13,9-10). Pidamos ser renovados en el don de la caridad
—hasta el mínimo detalle— para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y
más auténtica ofrenda a Dios.
P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza, Argentina)
Evangeli. net