¡Amor y paz!
El pensamiento de Jesús,
en la última cena, progresa como en círculos. Ya había insistido en que sus
seguidores deben «permanecer» en él, y que en concreto deben «permanecer en su
amor, guardando sus mandamientos».
Ahora añade matices
entrañables: «no os llamo siervos, sino amigos», «no sois vosotros los que me
habéis elegido, soy yo quien os he elegido». Y sobre todo, señala una dirección
más comprometida de este seguimiento: «éste es mi mandamiento, que os améis
unos a otros como yo os he amado». Antes había sacado la conclusión más lógica:
si él ama a los discípulos, estos deben permanecer en su amor, deben
corresponderle amándole. Ahora aparece otra conclusión más difícil: deben
amarse unos a otros.
No es un amor cualquiera
el que encomienda. Se pone a sí mismo como modelo. Y él se ha entregado por los
demás, a lo largo de su vida, y lo va a hacer más plenamente muy pronto: «nadie
tiene amor más grande que el que la vida por sus amigos»
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio en este viernes de la 5ª. Semana de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 15,12-17.
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.
Comentario
«Éste es mi mandamiento:
que os améis unos a otros como yo os he amado». La palabra de Jesús no necesita
muchas explicaciones. El fruto de la Pascua que aquí se nos propone es el amor
fraterno. Un amor que ciertamente no es fácil. Como no lo fue el amor de Jesús
a los suyos, por los que, después de haber entregado sus mejores energías,
ofrece su vida. Es el amor concreto, sacrificado, del que se entrega: el de
Cristo, el de los padres que se sacrifican por los hijos, el dei amigo que
ayuda al amigo aunque sea con incomodidad propia, el de tantas personas que
saben buscar el bien de los demás por encima del propio, aunque sea con
esfuerzo y renuncia.
En la vida comunitaria -y
todos estamos de alguna manera sumergidos en relaciones con los demás- es éste
el aspecto que más nos cuesta imitar de Cristo Jesús. Saber amar como lo ha
hecho él, saliendo de nosotros mismos y amando no de palabra, sino de obra, con
la comprensión, con la ayuda oportuna, con la palabra amable, con la
tolerancia, con la donación gratuita de nosotros mismos.
Cuando vamos a comulgar,
cada vez somos invitados a preparar nuestro encuentro con el Señor con un gesto
de comunión fraterna: «daos fraternalmente la paz». No podemos decir «amén» a
Cristo si no estamos dispuestos a decir «amén» al hermano que tenemos cerca,
con el que vivimos, aunque tenga temperamento distinto o incluso insoportable.
No podemos comulgar con Cristo si no estamos dispuestos a crecer en fraternidad
con los demás.
El Cristo a quien comemos
en la Eucaristía es el «Cuerpo entregado por», «la Sangre derramada por». La
actitud de amor a los demás es consustancial con el sacramento que celebramos y
recibimos.
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 114-116
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 114-116