miércoles, 19 de diciembre de 2012

Hablará cuando haya aceptado la Palabra

¡Amor y paz!

El sacerdote Zacarías que pide una señal (1, 18), como había hecho, entre otros, Gedeón (Ju 6, 17), se revela como hombre del tiempo antiguo; queda "sobrepasado" por una novedad que no puede entender y que le deja con la boca abierta, en el sentido más fuerte de la palabra.

El mutismo impuesto a Zacarías es significativo: quien pertenece al tiempo antiguo no puede decir nada acerca de la novedad que se presenta ante él. Rechazando la Palabra, ya no puede hablar; y al contrario, recuperará el uso de su lengua cuando haya aceptado la desconcertante novedad que trastorna su vida porque trastorna al mundo; hablará cuando haya aceptado la Palabra (Louis Monloubou).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la Feria de Adviento: Semana antes de Navidad (19 dic.)

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 1,5-25.
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada. Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso. Entonces se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto". Pero Zacarías dijo al Ángel: "¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada". El Ángel le respondió: "Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo". Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. El se expresaba por señas, porque se había quedado mudo. Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. Ella pensaba: "Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres". 
Comentario

El Evangelio, tomado de los relatos del nacimiento que trae Lucas, nos presenta otra anunciación con elementos semejantes y diferentes a la de Sansón. Aquí se trata de una solemne función en el templo de Jerusalén. Un sacerdote llamado Zacarías debe entrar, señalado por la suerte, a ofrecer el incienso en el santuario de Dios, mientras el pueblo espera afuera, al aire libre, que salga a bendecirlo. Pero el sacerdote se demora más de lo usual cumpliendo su tarea: ve de pie, a la derecha del altar del incienso, a un ángel del Señor que le anuncia lo inaudito, él y su mujer Isabel que es estéril y ambos ya viejos, tendrán un hijo, del cual se anuncian grandes cosas. Como Sansón, el niño prometido será consagrado a Dios desde el seno de su madre, será un "nazir" de Dios, un elegido. La vocación de este niño es anunciada por el ángel con términos grandiosos: dice que estará lleno del Espíritu Santo ya desde el vientre materno, que su nacimiento será de alegría para muchos, que su misión será la del profeta Elías: prepararle al Señor que viene un pueblo bien dispuesto. Además se anuncia el nombre que se deberá imponer a este portento: se llamará Juan, "Yohannan" en hebreo, que significa, "Dios es misericordioso". Ante la admiración dubitativa de Zacarías, que no puede creer la maravilla de que ya viejos él y su esposa vayan a engendrar un hijo, el ángel le da una señal para su duda: se quedará mudo hasta que la anunciación se realice.

San Lucas es el único evangelista que nos habla de los orígenes de Juan Bautista; lo hace en paralelismo con los de Jesús, presentándolos a ambos incluso como familiares. El mensaje de la lectura es muy claro: Dios dirige la historia según sus designios salvadores, el prevé cada cosa hasta en sus mínimos detalles, sobre todo tratándose de introducir en ella al Salvador del mundo. Su llegada debe ser precedida y anunciada por un digno mensajero que le prepare el camino. Es Juan Bautista, cuya figura y cuya misión hemos tenido tan presentes en estos días.

A nosotros corresponde alegrarnos por la obra de Dios, asumir nuestra fe con decisión, aprovechar estos últimos días de preparación a la Navidad para revisar nuestra vida y orientarla de nuevo en el seguimiento de Jesús, a quien debemos anunciar ante los hombres, con el desinterés y valentía con que lo hizo Juan Bautista

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)