martes, 5 de julio de 2011

Oremos porque haya más misioneros santos y generosos

¡Amor y paz!

Jesús sigue curando y sus críticos se atreven a especular algo que es un contrasentido: que lo hace a nombre del Príncipe de los demonios. En la versión de Mateo, Jesús no controvierte con ellos sino que sigue adelante cumpliendo su misión. En ese proceso, el Señor se compadece de la multitud, a quien percibe muy desorientada, como ovejas sin pastor, y a renglón seguido pide orar porque haya nuevos pastores.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este martes de la 14ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios Los bendiga…

Evangelio según San Mateo 9,32-38.

En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel". Pero los fariseos decían: "El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios". Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha." 
Comentario

a) Jesús cura a un mudo. Probablemente, un sordomudo, porque el término que emplea Mateo puede significar ambas cosas.

La reacción ante el gesto de Jesús es dispar. La gente sencilla queda admirada: «nunca se ha visto en Israel cosa igual». Pero los fariseos no quieren reconocer la evidencia: «este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».

Jesús, además de su buen corazón, que siempre se compadece de los que sufren -él recorre pueblos y aldeas y se da cuenta de cómo sufre la gente-, está mostrando, para el que lo quiera ver, su dominio contra el mal y la muerte, su carácter mesiánico y divino.

La escena termina con un pasaje que introduce ya el capítulo que seguirá, el discurso «de la misión». Jesús se compadece de las personas que aparecen «extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor», y se dispone a movilizar a sus discípulos para que vayan por todas partes a difundir la buena noticia.

Pero lo primero que les dice no es que trabajen y que prediquen, sino que recen: «rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

b) También ahora el mundo necesita la buena noticia de Jesús.

¡Cuántas personas a nuestro alrededor están extenuadas, desorientadas, sordas a la Palabra más importante, la Palabra de Dios! Si saliéramos de nuestro mundo y «recorriéramos los caminos», nos daríamos cuenta, como Jesús, de las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1).

Ahora no va Jesús por los caminos. Pero vamos nosotros, y se escucha nuestra voz, la de la Iglesia. Todos estamos comprometidos en la evangelización, en que nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, oigan hablar de Jesús y se llenen de esperanza con su mensaje de salvación. Unos evangelizan desde su ministerio de responsables de la comunidad. Todos, desde su identidad de cristianos bautizados, «sacerdotes», o sea, mediadores de la palabra y de la alegría de Dios para con los demás.

Está bien que el primer consejo que nos da Jesús para el trabajo misionero sea la oración: «la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Para que no nos creamos que todo depende de nuestros talentos o de las estructuras o de las instituciones. Es Dios el que salva, el que quiere que el mundo participe de su vida y de su alegría. Y es a él a quien debemos mirar, en primer lugar, los cristianos, en nuestra misión de anunciadores de la buena noticia.

Además, eso sí, pondremos todos los medios y energías para dar ese testimonio y hacer oír la voz de Dios en nuestros ambientes.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 118-122
www.mercaba.org