¡Amor y paz!
Es muy significativo que en estos días en que estamos meditando las exigencias que les hace Jesús a quienes quieran seguirlo, esto es a sus discípulos, la Iglesia nos proponga considerar el invaluable testimonio de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Es también hoy una ocasión para orar por un testigo actual del valor poderoso y transformador del conocimiento y seguimiento de Cristo: el Papa Benedicto XVI.
Por supuesto, es una oportunidad para que nos preguntemos quién es Jesús para cada uno de nosotros. La concepción que tengamos de Él nos dirá mucho sobre qué clase de cristianos somos.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes en que celebramos la solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 16,13-19.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Comentario
Igual que los Santos Pedro y Pablo y el resto de los apóstoles, nuestro discipulado y misión consiguiente está edificada sobre nuestra relación personal con Jesucristo. La mayoría de nosotros, cristianos de esta generación, hemos conocido a Jesús “de oídas.” Nos hemos bautizado y hecho cristianos porque literalmente otro lo ha pedido por nosotros. Hasta entonces nuestra fe es fruto de la fe de otros, de algunos miembros señalados de nuestra familia, la más cercana y la ampliada. Pero en un determinado momento de la vida, Jesús nos sale personalmente al encuentro y nos reta a responder a esta pregunta muy personal: “¿Quién soy yo para ti?” ¿Cómo respondemos a este requerimiento? Esta pregunta de fe es de primera y máxima importancia.
Conocer bien cómo contestarla proporciona una visión clara y una misión en la vida, ciertamente no sin dificultades y sacrificios.
Para San Pedro (antes Simón), el encuentro con Jesús llegó tardíamente, una vez establecido. Pescador de profesión, con esposa y familia, Pedro se encontró con Jesús en la orilla de mar (ver Mc 1, 16-18; Lc 5, 1-11) y este encuentro cambió el curso de su vida.
San Pablo (antes Saulo) encontró a Jesús de un modo muy diferente. Era todavía joven, y ya comprometido ardientemente con las preguntas de la fe. De hecho pudo considerársele un líder religioso de su tiempo (ver su confesión personal en Gál 1, 11-15). Pero Jesús resucitado le buscó hasta el final. El Señor se manifestó a Pablo en medio de una luz cegadora, camino de Damasco, mientras perseguía fieramente a los seguidores de Cristo (ver Hch 9, 1-9 y par. En Hch 22 y 26). En aquella encrucijada, se abrieron los ojos de Pablo a la verdadera identidad de Jesús. Como consecuencia, fue descubriendo gradualmente su misión en la vida y, con la fuerza del mismo Espíritu de Cristo, la cumplió hasta el final, es decir, hasta llegar al martirio.
“¿Quién dices tú que soy yo?” es una pregunta personal que resuena a través de los tiempos. Lo mismo que la hizo Jesús a Pedro y Pablo durante su vida concreta, el Señor crucificado y resucitado continúa haciéndola a cada uno de nosotros. Nos reta y nos invita a una vida de riesgo que, desde la fe, hace una propuesta de fe y, desde el valor, al valor.
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