¡Amor y
paz!
Los
invito, hermanos, leer y meditar el
Evangelio y el comentario, en este Domingo de la 6a semana de Cuaresma, Ciclo
C.
Dios nos
bendice...
Evangelio según San Juan 8, 1-11
En aquel tiempo Jesús se
dirigió al Monte de los Olivos. Y por la mañana temprano fue otra vez al
templo, y todo el pueblo se reunió junto a Él.
Él se sentó y
se puso a enseñarles. Entonces los escribas y los fariseos le llevaron una
mujer que habían sorprendido cometiendo adulterio, la colocaron en medio y le
dijeron a Jesús: “Maestro, a esta mujer la sorprendimos en el momento mismo de
cometer adulterio. En la Ley nos mandó Moisés que a esas personas hay que
darles muerte apedreándolas. ¿Tú qué dices?”
Esto lo decían
para ponerle dificultades y tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y
empezó a escribir con el dedo en el suelo. Como ellos siguieron insistiendo con
la pregunta, Él se levantó y les dijo: “¡El que no tenga pecado, que le tire la
primera piedra!”. Y se volvió a inclinar y siguió escribiendo en el suelo.
Ellos, al oír esto, se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más
viejos; y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Entonces se
incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó?” Ella
contestó: “Nadie, Señor”. Jesús le dijo: “Pues tampoco yo te condeno. Vete, y
de ahora en adelante no peques más”
Palabra de Dios
Comentario
Durante su estadía en Jerusalén,
Jesús solía ir con sus discípulos al Monte de los Olivos. Allí, cerca de la
ciudad que puede contemplarse desde el huerto de Getsemaní, descansaba y oraba
para recibir como ser humano la energía espiritual que le hacía posible
afrontar la oposición cada vez más intensa de los escribas o doctores de la
ley, que en su mayoría pertenecían a la secta de los fariseos, los
“incontaminados”, cumplidores fanáticos de las prescripciones de una
legislación rigorista que hacían derivar de Moisés, pero que en realidad era el
resultado de una concepción religiosa muy alejada del Dios misericordioso y
liberador que se le había revelado al mismo Moisés doce siglos atrás.
Y después de rehacer sus fuerzas
con el descanso y la oración, Jesús bajaba con sus discípulos nuevamente a
Jerusalén para enseñarles de palabra y con su ejemplo a las gentes que acudían
a oírlo cada día en mayor cantidad, hasta el punto de llegar a decir el
evangelista que “todo el pueblo se reunió junto a Él”. Y lo que les enseñaba
era justamente que Dios es un Padre compasivo, siempre dispuesto a perdonar a
quien se acoja sinceramente a su misericordia.
1. “En la Ley
nos mandó Moisés que a esas personas -las mujeres adúlteras- hay que darles
muerte apedreándolas. ¿Tú qué dices?”
Además de corresponder el
planteamiento a una posición machista según la cual es criminalizada la
infidelidad conyugal de las mujeres y no la de los hombres, esta pregunta
llevaba una intención malévola. Sí Jesús respondía que no estaba de acuerdo con
matar a piedra a aquella mujer, se pronunciaría contra lo que mandaba la “Ley
de Moisés”; y si decía que estaba de acuerdo, se manifestaría en contra del
gobierno imperial de Roma, que se reservaba el poder de condenar a muerte.
La respuesta de Jesús implica un
rechazo frontal a la pena de muerte, venga de donde venga, y contrasta con la
actitud de los escribas y fariseos que habían tergiversado la Ley de Dios con
unas prescripciones contrarias a lo que Él había dicho varios siglos antes a
través de sus profetas “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva” (Ezequiel 33, 11). ¿Sería esto lo que Jesús escribía en el
suelo antes de contestarles?...
2. “¡El que no
tenga pecado, que le tire la primera piedra!”
¡Cuántas veces se condena a las
personas a la destrucción de sus posibilidades de redención, convirtiendo
injustamente su existencia en un infierno sin salida! Nadie tiene derecho a
destruir la vida de otros sobre la base de haber éstos cometido determinados
delitos, por graves que sean. Quienes los hayan cometido, en la medida en que
han afectado a otras personas, deben reconocer y reparar en lo posible los
daños que ha causado su comportamiento, pero su derecho a la vida sigue vigente
a pesar de las posiciones propias de aquella supuesta justicia basada en el
imperio de la venganza que, al destruir la vida humana, en lugar de resolver
los problemas, los agrava más y más.
Hay un detalle
significativo en el relato del Evangelio: “se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más viejos”. Este dato parece querer decirnos que,
cuanto más se vive, más se debe vencer la tendencia a juzgar y condenar a los
demás, reconociendo cada cual su propia condición de pecador y disponiéndose a
reformar su propia vida en lugar de querer acabar con la de los demás.
3. “Pues tampoco
yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más”
Se suele confundir a la adúltera
de este relato del Evangelio según san Juan, con otra mujer cuyo nombre tampoco
se menciona y que en los demás Evangelios unge con perfume los pies de Jesús y
los enjuga con sus cabellos, antes de su llegada a Jerusalén (Marcos 14, 3-8,
Mateo 26, 6-13, Lucas 7, 36-50), y que en el pasaje de Lucas es caracterizada
como una “mujer de mala vida” arrepentida. A ambas se las suele también
identificar con María Magdalena, otra mujer distinta de las anteriores, que
acompañó a Jesús y sus discípulos en Galilea, que había sido curada por Jesús
(Lucas 8, 2), que luego estaría presente en su crucifixión y sería la primera
testigo de su resurrección.
Pero más allá de estas
distinciones, el mensaje central es el mismo: el Dios que se nos ha revelado
personalmente en Jesús de Nazaret no es un juez condenador, sino un Padre
siempre dispuesto a perdonar y a ofrecerle un porvenir nuevo a quien reconoce
su necesidad de salvación. Este mensaje implica una invitación a mirar el
futuro con esperanza: “No se queden recordando
lo antiguo… ya que voy a hacer algo nuevo” (primera lectura: Isaías 43, 16-21).
“quedaré a paz y salvo con Dios no por mis propios méritos y basado en la ley,
sino que Dios mismo será quien, en virtud de la fe, me ponga a paz y salvo
consigo … olvidando lo pasado y lanzado hacia delante” (segunda lectura: Filipenses 3, 8-14). Aprovechemos pues este tiempo
de Cuaresma que ya está para terminar, disponiéndonos a perdonar como Jesús nos
mostró con su ejemplo que Dios perdona, y en lugar de juzgar y condenar a los
demás empecemos por reconocer nuestra propia condición de necesitados de la
misericordia divina.
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.