¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en esta feria del tiempo de
Navidad (2 de enero).
Con motivo de las vacaciones
de esta temporada, esta sección del blog dejará de actualizarse a partir de hoy
y hasta el 15 de enero, inclusive. Entre tanto, pueden leer diariamente el
texto del Evangelio en la columna derecha, en la sección ‘Vitamina espiritual’,
y el comentario en la ventana superior, ‘CHRONO’,
gracias a los servicios de Aleteia.org.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Juan 1,19-28.
Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: "¿Tú quién eres?" Él confesó sin reservas: "Yo no soy el Mesías." Le preguntaron: "¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?" Él dijo: "No lo soy." "¿Eres tú el Profeta?" Respondió: "No." Y le dijeron: "¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?" Él contestó: "Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías." Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: "Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia." Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Comentario
Hoy,
el Evangelio nos propone contemplar la figura de Juan Bautista. «Quién eres?»
—le preguntan los sacerdotes y levitas. La respuesta de Juan manifiesta
claramente la conciencia de cumplir una misión: preparar la venida del Mesías.
Juan contesta a los emisarios: «Soy una voz que grita en el desierto: allanad
el camino del Señor» (Jn 1,23). Ser la voz de Cristo, su altavoz, quien anuncia
el Salvador del mundo y quien prepara su venida: ésta es la misión de Juan y,
como él, la de todas las persones que se saben y sienten depositarias del
tesoro de la fe.
Toda misión divina tiene como fundamento una vocación, también divina, que garantiza su realización. Estoy seguro de una cosa —decía san Pablo a los cristianos de Filipos—: «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» —comenta el Concilio Vaticano II.
Toda misión divina tiene como fundamento una vocación, también divina, que garantiza su realización. Estoy seguro de una cosa —decía san Pablo a los cristianos de Filipos—: «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» —comenta el Concilio Vaticano II.
La
grandeza de nuestra vocación y de la misión que Dios nos ha encomendado no
proviene de méritos propios, sino de Aquel a quién servimos. Así lo expresa
Juan Bautista: «No soy digno ni de desatarle la correa del calzado» (Jn 1,27).
¡Cuánto confía Dios en las personas!
Agradezcamos de corazón la llamada a participar de la vida divina y la misión de ser, para nuestro mundo, además de la voz de Cristo, también sus manos, su corazón y su mirada, y renovemos, ahora, nuestro deseo sincero de serle fieles.
Agradezcamos de corazón la llamada a participar de la vida divina y la misión de ser, para nuestro mundo, además de la voz de Cristo, también sus manos, su corazón y su mirada, y renovemos, ahora, nuestro deseo sincero de serle fieles.
Rev.
D. Joan Costa i Bou (Barcelona, España)