¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este lunes de la 7ª. Semana de Pascua.
Dios nos bendice...
Evangelio según San
Juan 16,29-33.
Los discípulos le dijeron a Jesús: "Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios". Jesús les respondió: "¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo".
Comentario
La frase de Jesús en el evangelio de hoy, puesta en
boca de algún otro, sonaría a simple locura: “Yo he vencido al mundo”. ¿Cuál es
ese “mundo” y qué significa haberlo “vencido”?
Pueden orientarnos tantas expresiones que hemos
venido oyendo en estos capítulos de Juan. Por ejemplo: “ Si el mundo os odia,
sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el
mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de
entre el mundo, por eso el mundo os odia” (Jn 15,18-19). Y en otro lugar dice:
“ Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17,14). Pertenecer al mundo es estar bajo
su imperio; estar en el mundo sin pertenecer al mundo es vencer al mundo.
El concepto clave es que el mundo ama lo que le
pertenece y odia lo que se le escapa. Como por otra parte no podemos habitar en
otra parte que no sea “mundo” la única alternativa es aquello que pide para
nosotros el Señor cuando ora a su Padre: “No te ruego que los saques del mundo,
sino que los guardes del maligno” (Jn 17,15).
Amar sólo lo que a uno le pertenece es precisamente
desfigurar el sentido del amor. Un amor que se obliga a volver sobre sí mismo
es la definición de la conveniencia y del egoísmo, es el terreno propio del
placer estéril y de la vanidad entronizada. Tales son efectivamente los vicios
propios del “mundo” : amar solamente hasta el borde de las propias
conveniencias, o con otras palabras: comprar y vender; comprarlo todo y
mantener todo en oferta, ya se trate de la paz, la conciencia, el cuerpo, la
mujer, la patria.
Cristo ha vencido al mundo amando al mundo, es
decir, dándole lo que él no puede dar. Y aquí vendrá la gran paradoja: el mundo
no puede responder al amor gratuito sino con odio gratuito. No puede recibir
algo que no pueda comprar porque no quiere tener algo que no pueda vender. Y
por eso odia con injusticia y sin remedio a la vez. Cristo, por su parte,
sabiendo esto, ama “irremediablemente” al que le odia irremisiblemente, y así
manifiesta de quién procede y hacia quién nos dirige. ¡Gloria a Dios!
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