domingo, 29 de julio de 2012

La Eucaristía, clave de la solidaridad cristiana

¡Amor y paz!

Para nosotros, cristianos, la clave de la solidaridad está en la Eucaristía, el misterio y milagro que celebramos ininterrumpidamente y que apenas si comprendemos y valoramos. Ya no se trata de que Dios multiplique el pan para darnos de comer, Dios mismo se hace pan en Jesús para ser el alimento que sacia el hambre de pan y todas las hambres del hombre. La Eucaristía es el misterio del amor y de la solidaridad del Hijo de Dios con los hombres. Es también el signo de la solidaridad de los hombres entre sí y de todos con Dios. Jesús vino al mundo para que tengamos vida y la tengamos holgadamente.

Por eso vino y comenzó por hacerse solidario de los pobres, de los que tiene hambre y sed, de los que sufren, de los que luchan por la paz, de los que son perseguidos y marginados. En Jesús, Dios se ha hecho el prójimo de todos los hombres, para que ningún hombre quede al margen de la solidaridad. Un día sentenciará que tuvo hambre y sed, y no le dimos pan ni agua. Y no lo hicimos con Dios, porque no lo hacemos con el vecino, con el extranjero, con cualquiera. El que no ama al prójimo, al que ve, que no diga que ama a Dios, al que no ve (Eucaristía 1988, 35).

Los invito, hermanos, a leer y meditar las lecturas de la Palabra de Dios que serán proclamadas en las Eucaristías de este Domingo XVII del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Segundo Libro de los Reyes 4,42-44. 
Llegó un hombre de Baal Salisá, trayendo al hombre de Dios pan de los primeros frutos: veinte panes de cebada y grano recién cortado, en una alforja. Eliseo dijo: "Dáselo a la gente para que coman". Pero su servidor respondió: "¿Cómo voy a servir esto a cien personas?". "Dáselo a la gente para que coman, replicó él, porque así habla el Señor: Comerán y sobrará". El servidor se lo sirvió: todos comieron y sobró, conforme a la palabra del Señor. 
Carta de San Pablo a los Efesios 4,1-6.
Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. 
Evangelio según San Juan 6,1-15.
Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. 
Comentario

El signo que agrupa el contenido temático de la liturgia de la Palabra de este domingo es el de la multiplicación de los panes, en la primera y tercera lecturas. Es un signo que tiene especial importancia, hasta el punto de que es uno de los pocos narrados por los cuatro evangelistas. En Juan, está un tanto recortado y acomodado en función de la unidad temática del "pan de vida". Por ello podríamos glosarlo tomando toda la riqueza de detalles que aparecen, por adición, en la narración de los cuatro evangelistas (Jn. 6, 1-15; Mt. 14, 13-21; Mc. 6, 32-44; Lc., 9, 10-17).

El signo de la multiplicación de los panes aparece acompañando la enseñanza de Jesús. Es en el contexto del servicio de la Palabra de Jesús donde se le presenta la ocasión de atender materialmente a la gente. Pero Jesús, como primera reacción ante la gente, se pone a instruirlos largamente (Mc. 6, 34). Jesús no da sin más las cosas hechas: instruye por la palabra a la multitud para que ella misma adopte una actitud con sus discípulos. Y se trata de una instrucción larga, con calma, con paciencia. Jesús, con la misma pedagogía de Dios, no es un inmediatista, no se obsesiona con resultados inmediatos. Sabe que la solución de los problemas es larga.

El tiempo pasa y el problema se presenta: el pueblo tiene hambre. Reacción de los discípulos: "Despídelos para que puedan ir a las aldeas vecinas a comprar para comer" (Mc. 6, 35; Mt 14, 15; Lc. 9, 12). Muchas veces, cuando nuestras comunidades cristianas se encuentran con los problemas del pueblo, sienten la tentación de hacer lo mismo: despedir al pueblo, hacer que se vaya para que arregle sus problemas, como si la Iglesia y el Reino de Dios no tuviesen nada que ver con las condiciones económicas, políticas y sociales de nuestra gente. La Palabra de Dios -siguen pensando muchos discípulos hodiernos (del día de hoy, del tiempo presente) - alimenta el espíritu, pero no sirve para nada ante una multitud hambrienta. Los discípulos han escuchado pacientemente la Palabra de Jesús, pero se quedan impotentes ante el hambre del pueblo: no ven relación entre la Palabra de Dios y el hambre del pueblo. ¿Qué pueden hacer los cristianos ante un pueblo que pasa hambre? Jesús, sin embargo, no es un palabrero idealista, y no acepta la sugerencia de los discípulos: "Dadles vosotros de comer".

Jesús les está diciendo en el fondo: ¿De qué sirve predicar y no hacer nada para mejorar las condiciones de vida del pueblo?, ¿de qué vale la fe sin obras? Y los discípulos reaccionan entonces dentro de las coordenadas de un sistema social donde el alimento del pueblo no puede ser visto sino como una mercancía y, por tanto, como objeto de compra, con dinero: "doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". La necesidad del pueblo está más allá de las posibilidades de los seguidores de Jesús. Para ellos, la única manera de solucionar el problema está dentro de las reglas del juego del sistema económico-social ya existente. Como si la relación hombre-dinero-alimento fuese tan natural como el derecho a vivir.

Pero Jesús no quiere saber cuánto dinero tienen ellos para comprar. Rompe las reglas del sistema. E introduce una nueva manera de obrar. Pregunta qué cosas tienen ellos para poder dar a los otros: "¿Cuántos panes tenéis? Id a ver" (Mc. 6, 38). Es clara la diferencia: comprar con dinero- dar lo que se tiene.

"Cinco panes y dos peces". Poco tenían, a primera vista. Pero cinco más dos es igual a siete. Y siete es un número que en la Biblia significa "muchos", como hoy el número ocho tumbado significa "infinito". Lo poco que se tenga puede ser mucho según cómo se utilice y se comparta. Las matemáticas de Dios son distintas.

Entonces Jesús les manda que se sienten y se acomoden en grupos (Mc. 6, 39-40). Para poder dar una solución a sus problemas, el pueblo debe organizarse. Sin organización comunitaria no hay solución para los problemas.
Jesús toma los panes y los peces y levanta los ojos al cielo. Cuenta con el poder de Dios, no con el poder humano o con el poder del dinero. Recita la bendición y hace que se reparta y comparta todo lo poco (?) que se tiene en la comunidad. Y se saciaron. Y sobraron doce canastas.

El modo de obrar de Jesús con el pueblo es de quien quiere liberarlo de toda necesidad física (curaciones de enfermedades), económica (multiplicación de los panes) y espiritual (felices los limpios de corazón). La multiplicación de los panes es la negación del sistema económico donde los bienes necesarios para la vida humana son propiedad de unos pocos, donde cualquier mercancía sólo puede ser adquirida con dinero. Jesús introduce el sistema del don, del compartir, de la comunión, del desprendimiento, de la acogida de las necesidades de todos los hambrientos, de la socialización. La palabra de Jesús produce un cambio de mentalidad por el que, ante las necesidades vitales del pueblo, nadie se reserva para sí en propiedad lo que pertenece a todos. Con él, el pueblo es propietario de todos los bienes, que reparte entre sí. Y esta nueva justicia, este nuevo orden económico, sin duda que es una buena nueva para todos nosotros. Hace falta solamente acogerla con corazón sincero.

DABAR 1979, 43