¡Amor y paz!
La parábola que nos relata
hoy el evangelista Lucas pertenece al grupo de las "parábolas de la
misericordia", como
la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo perdido. A la exclusión, el desprecio y la indeferencia a que son condenados muchos seres humanos, Jesús opone la misericordia de Dios,
que busca sin cesar la salvación de los pecadores.
La ‘misericordia’ es un término
que evoca el amor en su fidelidad al compromiso y en su ternura de corazón. Y ‘corazón’
es una palabra que en nuestra manera de hablar solo evoca la vida afectiva,
mientras para que los hebreos significa ´lo interior’ del hombre e incluye los recuerdos y los pensamientos,
los proyectos y las decisiones. (X León-Dufour, Vocabulario de Teología
Bíblica, Herder). Es decir, todo el ser.
Así podremos entender mejor
la celebración de hoy: la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Los invito,
hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 15,3-7.
Entonces Jesús les dijo esta parábola: «Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga muy feliz sobre los hombros, y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido.” Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.
Comentario
Hoy es la fiesta del
Sagrado Corazón de Jesús. La liturgia conduce nuestra mirada directamente a la
fuente del Amor más grande, al Amor crucificado. Hoy es un hermoso día para
contemplar, para saborear, para aprender cómo se ama. Porque los cristianos
corremos el riesgo de sustituir al Dios del amor y de la misericordia por el
dios del culto y de la ley, y hacer de éstos el criterio único de nuestro
encuentro con Él.
Desde la cátedra de la
cruz y con la herida de su costado abierta, Él sigue atrayendo
inexplicablemente a todos hacia Él para mostrarles la belleza del Dios-amor, el
único que existe. Uno de los infinitos perfiles de este Dios-amor aparece en la
primera de las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas, que hoy leemos en la
Eucaristía. Nos conviene escucharle a Él para no confundirnos. En concreto
subraya, entre otras, tres rasgos del amor de Dios, del amor verdadero:
Primero, el amor verdadero
o es personal o no lo es. Porque no puede ser amor la leyenda de aquel cartel
de Snoopy cuando decía con humor avinagrado: “Amo a la humanidad, pero no
aguanto a la gente”. A Jesús le importa la gente concreta; más aún, le importa
uno solo. Cada persona posee valor infinito. Uno vale más que todos. Es
llamativo que en el evangelio no aparezca jamás una declaración de derechos
humanos, sino la invitación a amar al próximo, que es una persona real y la
tengo delante de mí. Nadie sobra. Todos son primeros. Incluso los que parecen
no merecerlo porque “no hay nube por negra que sea que no tenga un borde plateado”.
Segundo, el amor verdadero
o es misericordioso o no lo es. Jesús lo deja todo por el que está perdido, por
quien no es el mejor. La misericordia nace al adivinar las infinitas
posibilidades que se esconden en el perdido. Ser misericordioso es, pues, un
ejercicio de percepción; de ver al perdido como lo ve Jesús, sin confundir las
apariencias con la realidad. Decía Maquiavelo que “pocos ven lo que somos, pero
todos ven lo que aparentamos”. Y cuando se mira como Jesús miraba, se busca de
verdad, arriesgando, exponiendo. A Él le costó la vida. Es el signo del amor
eucarístico que transforma. Porque para cambiar a una persona, hay que amarla.
Solamente influimos hasta donde llega nuestro amor. El perdón, aunque no cambia
el pasado, siempre agranda el futuro.
Tercero
y último, el amor verdadero o concluye en fiesta o no lo es. Por ello esta
parábola parece ser una versión aplicada de las bienaventuranzas. El amor,
aunque no comience con gozo, siempre desemboca en la verdadera alegría.
“Bienaventurados los misericordiosos...” La misericordia enamorada produce como
fruto la alegría bienaventurada. Se la reconoce por lo contagiosa que es. Hay
que compartirla con otros. Y es que un asunto no está acabado si no está bien
acabado.
Juan Carlos Martos
Claretianos 2004