domingo, 4 de julio de 2010

Jesús pide que vayamos a evangelizar, pero ‘ligeros de equipaje’

¡Amor y paz!

Lucas relata una misión de los setenta y dos, después de la de los doce (9,1). Los apóstoles eran doce conforme al número de las tribus de Israel. Pero luego viene la misión de los setenta y dos (o de los setenta): estas cifras simbolizan la multitud de las naciones paganas.

Esta misión, pues, prefigura la tarea que incumbe a la Iglesia hasta el fin del mundo: evangelizar a las naciones (cf. Mt, 28, 19). Es una misión que no sólo compete al Papa, obispos y sacerdotes: también nosotros estamos llamados a ‘ponernos en camino’ para llevar la Buena Noticia a todos los pueblos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo de la XIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 10,1-12.17-20.

Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: '¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca'. Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad. Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". El les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo".

Comentario

Una vez llegó un turista a visitar a un sabio maestro que vivía en una cabaña en medio de una montaña. Al entrar en su casa, se dio cuenta que la morada del viejo consistía de un colchón en el piso y unos pocos libros amontonados en desorden. El visitante, extrañado, preguntó: «–Disculpe, ¿dónde están sus muebles?» El anciano miró con calma al visitante y respondió: «–¿En dónde están los suyos?» «–Pero si yo sólo estoy aquí de paso» Replicó el turista. El maestro sonrió levemente y continúo: «–Yo también estoy de paso en esta vida, y mal haría en cargar mi existencia con todos los armarios de mi pasado».

Cuando Jesús envió a los setenta y dos discípulos delante de él, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir, les dio estas instrucciones: “Ciertamente, la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla. Vayan ustedes; miren que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven dinero ni provisiones ni sandalias (...); coman y beban de lo que ellos tengan, pues el trabajador tiene derecho a su paga”. Jesús quería que sus discípulos fueran sin tantas seguridades para que pusieran su confianza sólo en él y no en los medios que tendrían para realizar su misión.

Parece haber una relación inversamente proporcional entre la cantidad de medios que tenemos para realizar nuestra misión, y la confianza que depositamos en Dios. Cuanto más medios, menos confianza en Dios. Cuantos menos medios, más confianza. No es que los medios sean malos. Seguramente son necesarios para realizar muchas cosas que consideramos necesarias y buenas para nosotros y para los que nos rodean. Pero no debemos olvidar el peligro que tiene andar tan preocupados por el dinero, las provisiones y las sandalias. La misión es del Señor. El es el Dueño de la cosecha y por eso no sólo tenemos que pedirle que mande trabajadores a recogerla, sino también que mande los medios necesarios para construir el reino en nuestro mundo.

Esto no significa que no tengamos que trabajar, y mucho menos que no tengamos que pedir a Dios por lo que nos pre-ocupa y ocupa. A Dios rogando y con el mazo dando, reza el adagio popular. En este sentido, tendríamos que vivir aquello que san Ignacio de Loyola tenía presente en todas las tareas que se proponía, según nos cuenta el P. Pedro de Ribadeneira, uno de sus primeros biógrafos: "En las cosas del servicio de Nuestro Señor que emprendía, usaba de todos los medios humanos para salir con ellas con tanto cuidado y eficacia, como si de ellos dependiera el buen suceso; y del tal manera confiaba en Dios y estaba pendiente de su Divina Providencia, como si todos los otros medios humanos que tomaba no fueran de algún efecto". Como quien dice: “Hay que hacer las cosas como si todo dependiera de nosotros y nada de Dios. Pero hay que confiar en Dios como si todo dependiera de Él y nada de nosotros”.

El mensaje central que debían llevar los setenta y dos discípulos era la inminencia del reino: “El reino de Dios ya está cerca de ustedes”. Lo mismo debemos anunciar hoy a nuestros contemporáneos. Por eso, como el sabio maestro, deberíamos ir ligeros de equipaje, sin cargar nuestras existencias con todos los armarios de nuestro pasado.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá