lunes, 16 de septiembre de 2013

"Señor, no soy digno de que entres en mi casa”

¡Amor y paz!

Jesús hace un milagro en favor de un extranjero, que, además, es un oficial, jefe de centuria del ejército romano de ocupación. Según los informes que le dan a Jesús, es buena persona, simpatiza con los judíos y les ha construido la sinagoga.

La actitud de este centurión es de humilde respeto: no se atreve a ir él personalmente a ver a Jesús, ni lo invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judíos no pueden entrar en casa de un pagano. Pero tiene confianza en la fuerza curativa de Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida militar.

Jesús alaba la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante encontrar una fe así: "os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe".

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 7,1-10. 
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano. 
Comentario

Cuando Lucas escribe el evangelio, la comunidad eclesial ya hacía tiempo que iba admitiendo a los paganos a la fe, por ejemplo en la persona de otro centurión romano, Cornelio, que se convirtió con toda su familia. Entonces (cf.Hch 10,34ss) sacaron la conclusión de que "realmente Dios no hace distinción de personas".

¿Sabemos reconocer los valores que tienen "los otros", los que no son de nuestra cultura, raza, lengua, religión? ¿Sabemos dialogar con ellos, ayudarles en lo que podemos? ¿Nos alegramos de que el bien no sea exclusiva nuestra?

La actitud de aquel centurión y la alabanza de Jesús son una lección para que revisemos nuestros archivos mentales, en los que a veces a una persona, por no ser de "los nuestros", ya la hemos catalogado poco menos que de inútil o indeseable. Si fuéramos sinceros, a veces tendríamos que reconocer, viendo los valores de personas como ésas, que "ni en Israel he encontrado tanta fe".

La Iglesia, en el Concilio Vaticano, se abrió más claramente al diálogo con todos: los otros cristianos, los creyentes no cristianos y también los no creyentes. ¿Hemos asimilado nosotros esta actitud universalista, sabiendo dar un voto de confianza a todos? ¿o estamos encerrados en alguna clase de racismo o nacionalismo, por razón de lengua, edad, sexo o religión? ¿somos como los fariseos, que se creían ellos justos y a los demás los miraban como pecadores?

Tenemos que empezar por ser humildes nosotros mismos. Cuando nos preparamos a acudir a la comunión eucarística, repetimos cada vez -ojalá con la misma fe y confianza que él- las palabras del centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme".

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 66-70