¡Amor y paz!
Jesús hace un milagro en
favor de un extranjero, que, además, es un oficial, jefe de centuria del
ejército romano de ocupación. Según los informes que le dan a Jesús, es buena
persona, simpatiza con los judíos y les ha construido la sinagoga.
La actitud de este
centurión es de humilde respeto: no se atreve a ir él personalmente a ver a
Jesús, ni lo invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judíos no pueden
entrar en casa de un pagano. Pero tiene confianza en la fuerza curativa de
Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida
militar.
Jesús alaba la fe de este
extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante
encontrar una fe así: "os digo que ni en Israel he encontrado tanta
fe".
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXIV Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 7,1-10.
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Comentario
Cuando Lucas escribe el
evangelio, la comunidad eclesial ya hacía tiempo que iba admitiendo a los
paganos a la fe, por ejemplo en la persona de otro centurión romano, Cornelio,
que se convirtió con toda su familia. Entonces (cf.Hch 10,34ss) sacaron la
conclusión de que "realmente Dios no hace distinción de personas".
¿Sabemos reconocer los
valores que tienen "los otros", los que no son de nuestra cultura,
raza, lengua, religión? ¿Sabemos dialogar con ellos, ayudarles en lo que
podemos? ¿Nos alegramos de que el bien no sea exclusiva nuestra?
La actitud de aquel centurión
y la alabanza de Jesús son una lección para que revisemos nuestros archivos
mentales, en los que a veces a una persona, por no ser de "los
nuestros", ya la hemos catalogado poco menos que de inútil o indeseable.
Si fuéramos sinceros, a veces tendríamos que reconocer, viendo los valores de
personas como ésas, que "ni en Israel he encontrado tanta fe".
La Iglesia, en el Concilio
Vaticano, se abrió más claramente al diálogo con todos: los otros cristianos,
los creyentes no cristianos y también los no creyentes. ¿Hemos asimilado
nosotros esta actitud universalista, sabiendo dar un voto de confianza a todos?
¿o estamos encerrados en alguna clase de racismo o nacionalismo, por razón de
lengua, edad, sexo o religión? ¿somos como los fariseos, que se creían ellos
justos y a los demás los miraban como pecadores?
Tenemos que empezar por
ser humildes nosotros mismos. Cuando nos preparamos a acudir a la comunión
eucarística, repetimos cada vez -ojalá con la misma fe y confianza que él- las
palabras del centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme".
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 66-70
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 66-70
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