¡Amor y paz!
A veces lo invade a uno la
desilusión, y le dan ganas de ‘tirar la toalla’, y abandonar la tarea, cuando
observa la exigua cantidad de visitas que recibe a diario este blog. Seguramente
muchos otros espacios de contenido religioso en la web tienen numerosos
seguidores y ni qué decir de los cientos de miles que tienen los políticos o
los artistas.
Sin embargo, el haberme
dejado seducir por Jesús, su vida y sus enseñanzas; la esperanza de que aunque
sea una sola persona, en algún rincón de Colombia o del mundo, pueda resultar
beneficiada me motivan a seguir publicando el Evangelio diariamente.
Casi todos tienen una
causa por la cual luchar, una meta que alcanzar, una razón para vivir, y muchos
defienden la misión, visión y objetivos de sus compañías y consagran sus vidas
a realizar los trabajos de los cuales derivan su sustento. ¿Por qué no luchar,
entonces, por defender la causa de Jesucristo, el único que tiene palabras de Vida
eterna?
Con la gracia de Dios, con
la confianza puesta en Él, superaré la desilusión y trabajaré porque haya más
visitas, aumenten los seguidores y en más ocasiones alguien en Facebook señale ‘me
gusta’.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas
4,21-30.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Comentario
Dicen que una vez llegó un
profeta a un pueblo y comenzó a predicar en medio de la plaza central. Al
comienzo, mucha gente escuchaba con atención sus llamados a la conversión y se
sentían impulsados a volverse a Dios por la voz de este profeta. Pero pasaron
los días y el profeta seguía anunciando su mensaje con la misma fuerza, aunque
el público había ido disminuyendo poco a poco. Cuando había pasado algo más de
un mes, el profeta seguía saliendo todos los días a la plaza del pueblo a
predicar su mensaje, aunque todos los habitantes del pueblo estaban ocupados en
otras cosas y nadie se detenía a escuchar su palabra.
Por fin alguien se acercó
al profeta y le preguntó por qué seguía predicando si nadie le hacía caso.
Entonces el hombre respondió: “Al principio, predicaba porque tenía la
esperanza de que algunos de los habitantes de este pueblo llegaran a cambiar;
esa esperanza ya la he perdido. Pero ahora sigo predicando para que ellos no me
cambien a mí”.
En abierto contraste con
lo que el texto de san Lucas dice al comienzo de este pasaje: “Todos hablaban
bien de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas que decía”, la
narración da un vuelco repentino y comienza a mostrar la agresividad de la
gente hacia la predicación de Jesús: “Se preguntaban: –¿No es este el hijo de
José?”. Tanto que Jesús mismo toma la iniciativa y expresa las reservas que el
pueblo tiene frente a su palabra: “Seguramente ustedes me dirán este refrán:
‘Médico, cúrate a ti mismo’. Y además me dirán: ‘lo que oímos que hiciste en
Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu propia tierra’. Y siguió diciendo: –Les
aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra”.
Después, hizo
referencia a dos casos muy conocidos en el Antiguo Testamento en los que
aparece una preferencia de parte de Dios por manifestarse a los hijos de
pueblos distintos a Israel: El primer caso es el de Elías, que fue enviado a
una viuda de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón, es decir, territorio
extranjero (1 Reyes 17, 1-24); y el segundo caso es del profeta Eliseo, que no
curó a ningún leproso israelita, habiendo tantos en su tiempo, sino a Naamán,
el sirio, también un extranjero (2 Reyes 5, 1-19).
Esto provocó una reacción
violenta de la población que estaba reunida en la sinagoga para el culto de los
sábados. “Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enojaron mucho.
Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús, llevándolo a lo alto del monte
sobre el cual el pueblo estaba construido, para arrojarlo abajo desde allí.
Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue”.
Desde luego, eso de que ‘pasó
por en medio de ellos’ no debió ser como cuando le hacen una calle de honor al
obispo que llega a un pueblo perdido de nuestra geografía. Sencillamente, no
dejó que lo arrojaran por el barranco abajo y, seguramente, sacudiéndose el
polvo de sus pies, se fue del pueblo, como más tarde enseñó a sus discípulos:
“Y si en algún pueblo no los quieren recibir, salgan de él y sacúdanse el polvo
de los pies, para que les sirva a ellos de advertencia” (Lucas 9, 5).
Como Jesús, nosotros
también tenemos el peligro de ser rechazados por predicar lo que nos propone el
evangelio. Pero no podemos claudicar frente al rechazo. Como el profeta con el
que comenzábamos, habrá que seguir anunciando el perdón, el amor y la paz,
aunque todos nos vuelvan la espalda. Si no es para que los demás cambien, por
lo menos para que ellos y sus costumbres, no terminen por cambiarnos a
nosotros.
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.
Sacerdote jesuita, Decano
académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana –
Bogotá