¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes de la Octava de Navidad, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura
(1Jn 3,11-21):
Hermanos: Éste es el mensaje que habéis oído desde el
principio: que nos amemos los unos a los otros, no como Caín, que era del
demonio, y por eso mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus propias
obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas. No os
sorprendáis, hermanos, de que el mundo los odie. Nosotros estamos seguros de
haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que
no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida y bien
sabéis que ningún homicida tiene la vida eterna. Conocemos lo que es el amor,
en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también nosotros debemos dar la
vida por nuestros hermanos.
Si alguno, teniendo con qué vivir, ve a su hermano pasar necesidad y, sin
embargo, no lo ayuda, ¿cómo habitará el amor de Dios en él? Hijos, no amemos
solamente de palabra, amemos de verdad y con las obras. En esto conoceremos que
somos de la verdad, y delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de
cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra
conciencia y todo lo conoce. Si nuestra conciencia no nos remuerde, entonces,
hermanos míos, nuestra confianza en Dios es total.
Salmo responsorial: 99
R/. Alabemos a Dios, todos los hombres.
Alabemos a Dios, todos los hombres, sirvamos al Señor con
alegría y con júbilo entremos en su templo.
Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quien nos hizo y somos suyos, que
somos su pueblo y su rebaño.
Entremos por sus puertas dando gracias, crucemos por sus atrios entre himnos,
alabando al Señor y bendiciéndolo.
Porque el Señor es bueno, bendigámoslo, porque es eternal su misericordia y su
fidelidad nunca se acaba.
Versículo antes del Evangelio (---):
Aleluya. Un día sagrado ha brillado para nosotros. Venid, naciones, y adorad al Señor, porque hoy ha descendido una gran luz sobre la tierra. Aleluya.
Texto del Evangelio
(Jn 1,43-51):
En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se
encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la
ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del
que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado:
Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret
puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás».
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de
verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le
respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la
higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú
eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo
de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en
verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar
sobre el Hijo del hombre».
Reflexión
Hoy, Felipe nos da una lección cabal al acompañar a
Natanael hasta el Maestro. Actúa como el amigo que desea compartir con otro el
tesoro recién descubierto: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también
los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn
1,45). Rápidamente, con ilusión, quiere compartirlo con los demás, para que
todos puedan recibir sus beneficios. El tesoro es Jesucristo. Nadie como Él
puede llenar el corazón del hombre de paz y felicidad. Si Jesús vive en tu corazón,
el deseo de compartirlo se convertirá en una necesidad. De aquí nace el sentido
del apostolado cristiano. Cuando Jesús, más tarde, nos invite a tirar las redes
nos dirá a cada uno de nosotros que debemos ser pescadores de hombres, que son
muchos los que necesitan a Dios, que el hambre de trascendencia, de verdad, de
felicidad... hay Alguien que puede colmarla por completo: Jesucristo.
«Solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas (…). ¡Dichoso el hombre
que espera en Él!» (San Ambrosio).
Nadie puede dar lo que no tiene o no ha recibido. Antes de hablar del Maestro,
es necesario haber hablado con Él. Sólo si lo conocemos bien y nos hemos dejado
conocer por Él, estaremos en condiciones de presentarlo a los demás, tal como
hace Felipe en el Evangelio de hoy. Tal como han hecho tantos santos y santas a
lo largo de la historia.
Tratar a Jesús, hablar con Él como un amigo habla con su amigo, confesarlo con
una fe convencida: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel»
(Jn 1,49), recibirlo a menudo en la Eucaristía y visitarlo con frecuencia,
escuchar atentamente sus palabras de perdón... todo ello nos ayudará a
presentarlo mejor a los demás y a descubrir la alegría interior que produce el
hecho de que muchas otras personas le conozcan y le amen.
Rev. D. Rafel FELIPE i Freije (Girona, España)
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