miércoles, 31 de julio de 2013

Renunciemos a las banalidades del mundo para ganar a Dios

¡Amor y paz!

Dos parábolas más, muy breves, y ambas coincidentes en su intención: la del que encuentra un tesoro escondido bajo tierra y la del comerciante que, entre las perlas, descubre una particularmente preciosa. Los dos venden cuanto tienen, para asegurarse la posesión de lo que sólo ellos saben que vale tanto.

Hoy Jesús hubiera podido añadir ejemplos como el del que juega en bolsa y sabe qué acciones van a subir, para invertir en ellas, o el de un coleccionista que descubre por casualidad un cuadro o una partitura o una moneda de gran valor. Y no digamos, un pozo de petróleo.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XVII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 13,44-46. 
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró." 
Comentario

El Reino de Dios se ha hecho presente entre nosotros en Cristo Jesús. Él es el Reino. Quien se une a Él por la fe y por el Bautismo, quien permanece fiel a Él y camina como testigo suyo en el mundo, está haciendo presente el Reino de Dios en el mundo. El hombre con una fe auténtica y acendrada en Cristo Jesús no sólo lo buscará para encontrarse con Él, sino que entrará en una Alianza de amor, nueva y eterna, con un corazón indiviso, de pertenencia sólo al Señor. Quien quiera unirse a Él debe renunciar a todo; no puede estar por encima de ese amor ni siquiera la propia familia; hay que renunciar a todo, incluso a uno mismo; y tomar la propia cruz e ir tras las huellas del Señor de la Iglesia, para que, hechos uno con Él, lo hagamos presente con su entrega, con su amor, con su misericordia en el momento de la historia que nos tocó vivir. Todo esto no puede surgir sino de un amor verdadero hacia Cristo; amor que no nos deja en un amor intimista con Él, sino que nos pone en camino de servicio a nuestro prójimo. Entonces realmente el mundo conocerá el amor de Dios desde la Iglesia, esposa de Cristo, que continúa la obra de salvación entre nosotros.

En la Eucaristía nos encontramos con el Señor; Él manifiesta cómo nos ha valorado a nosotros. Nosotros somos para Él como el tesoro escondido en el campo de este mundo, o como la perla de gran valor. Por nosotros Él no retuvo para sí el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo y nos "compró" para Dios pagando el precio de su propia Sangre. Y Él nos ha llamado en este día para que renovemos con Él la Alianza nueva y eterna; para que nos decidamos a ser suyos para siempre. El Apóstol san Pedro nos dice: Ustedes fueron comprados a precio de la Sangre del Cordero inmaculado. Por eso ya no hemos de vivir para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Este es el compromiso que adquirimos al celebrar la Eucaristía, la cual no hemos de ver sólo como un acto de culto a Dios sino como el momento en que nos unimos a Cristo para recibir su Vida y para caminar en adelante, unidos a Él, como hijos de Dios, guiados por su Espíritu Santo.

Vivimos en un mundo con muchos requerimientos tanto personales, como familiares y sociales. A veces quisiéramos vivir nuestra fe como un compromiso mayor con Dios o con el prójimo. Pensamos que seríamos más hombres de fe si tuviésemos más tiempo para orar, pero apenas podemos dedicar un poco de tiempo para esa actividad. Encontrar el Reino de Dios como se encuentra un tesoro o una perla no puede desligarnos de nuestros compromisos temporales. Una persona casada y enamorada no puede dejar a un lado sus diversos compromisos en la vida. Irá a ellos con alegría y seguridad, pues en el fondo sentirá el respaldo del ser amado. Eso mismo es lo que Dios espera de quienes lo tenemos a Él en el centro de nuestra vida. Ciertamente entraremos en una relación de amor a Dios en el culto público y en la oración personal. Pero esto no será como una camisa que nos ponemos en su presencia, y que nos quitamos al salir del templo o de la oración personal. Quien viva enamorado de Dios lo seguirá amando en su prójimo, en el cuidado de la naturaleza y en la transformación del mundo mediante la ciencia y la técnica, colaborando para que lo que Dios creó y puso en nuestras manos, sea cada día una más digna morada del hombre, y para que nuestras relaciones humanas sean cada día más fraternas. Entonces el cielo estará conectado con la tierra; entonces el Reino de los cielos habrá iniciado a abrirse paso entre nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber confiar siempre en Él; pero que esto no nos desligue del cumplimiento fiel de nuestros compromisos temporales; sino que más bien en ellos seamos capaces de hacer brillar un poco más la justicia, la bondad, el amor y la alegría que proceden del mismo Dios, como un don que Él ha hecho a su Iglesia y que le ha confiado el hacerlo llegar a toda la humanidad. Amén.

Homiliacatolica.com