¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de
Dios, en este domingo en que celebramos la Solemnidad
de la Natividad del Señor.
Dios
nos bendice…
Libro de Isaías 52,7-10.
¡Qué
hermosos son sobre las montañas
los pasos del que trae la buena noticia,
del que proclama la paz,
del que anuncia la felicidad,
del que proclama la salvación,
y dice a Sión: "¡Tu Dios reina!".
¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz,
gritan todos juntos de alegría,
porque ellos ven con sus propios ojos
el regreso del Señor a Sión,
¡Prorrumpan en gritos de alegría,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor consuela a su Pueblo,
Él redime a Jerusalén!
El Señor desnuda su santo brazo
a la vista de todas las naciones,
verán la salvación de nuestro Dios.
Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6.
los pasos del que trae la buena noticia,
del que proclama la paz,
del que anuncia la felicidad,
del que proclama la salvación,
y dice a Sión: "¡Tu Dios reina!".
¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz,
gritan todos juntos de alegría,
porque ellos ven con sus propios ojos
el regreso del Señor a Sión,
¡Prorrumpan en gritos de alegría,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor consuela a su Pueblo,
Él redime a Jerusalén!
El Señor desnuda su santo brazo
a la vista de todas las naciones,
verán la salvación de nuestro Dios.
Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6.
Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.
Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey.
Carta a los Hebreos 1,1-6.
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.
Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey.
Carta a los Hebreos 1,1-6.
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo. Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia. ¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: "¿Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy?" ¿Y de qué ángel dijo: "Yo seré un padre para él y él será para mí un hijo?" Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice: "Que todos los ángeles de Dios lo adoren."Evangelio según San Juan 1,1-18.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
Comentario
1.
Ver a Dios
1.1
El Antiguo Testamento contenía una orden muy severa: "no puedes ver mi
rostro; porque nadie puede verme, y vivir". ¡Oh dura prohibición! ¡Sólo él
es el Dios vivo, y sin embargo no puede vérsele y tener vida!
1.2
Hoy ese límite ha sido transpuesto, y el trasgresor no merece castigo, porque
es el mismo Dios. Isaías, cantor de la esperanza en el Dios vivo, lo había
proclamado: "tus centinelas alzan la voz y todos a una gritan alborozados,
porque ven con sus propios ojos al Señor que retorna a Sión" (Is 52,8).
Para el gran profeta, "ver a Dios" era ver restaurada la ciudadela de
Sión; es más grande lo que hemos recibido: es la humanidad entera la que ha
sido restaurada y hoy se recuesta en el regazo de María para delicia de cuantos
quieran ver al Recién Nacido.
1.3
Cuando Isaías decía: "verá la tierra la salvación" era ese un ver
pasivo, era ver que Dios salía a salvar a los suyos; es más grande lo que hemos
recibido: no el reino de Judá sino cada pueblo, cada raza y cada nación está en
deuda con el Niño del pesebre; hemos visto que es grande para salvarnos.
2.
La Palabra definitiva
2.1
¡Aleluya! Un decreto de amor nos cobija, una palabra de gracia nos protege, un
designio de misericordia ha sido pronunciado a favor de nosotros. Es Cristo, es
él, en la humildad de Belén, quien nos invita a aprender el lenguaje siempre
antiguo y siempre nuevo del amor. Junto al pesebre la humanidad recomienza, en
el seno de María todo tiene una nueva oportunidad, un nuevo principio.
2.2.
El lenguaje que triunfa no es el de los hombres. Las palabras humanas
desfallecen persiguiéndose unas a otras. Son como las olas, que en su vaivén
viajan sin llegar y se mueven sin cambiar. La Palabra Divina es distinta,
porque tiene una fuente y un término, a saber, el misterio de Dios, misterio
que no se esconde al revelarse pero que en su revelación nos desborda con su riqueza,
profundidad y hermosura.
3.
Digno de Adoración
3.1
Navidad es un tiempo precioso para adorar. En esta noche santa y en este día
santo hay tanto que admirar, tanto que meditar y tanto que celebrar que el alma
cristiana quisiera resumirlo todo en un solo acto de donación y de fusión con
el Amado. Por eso la Navidad es tiempo de adoración.
3.2
Adorar es dejarnos conquistar por el amor, dejarnos invadir por la belleza,
abrir las puertas a la pureza y darle permiso a la humildad para que irrumpa
suavemente llenando todo de orden y sentido. El alma humana necesita adorar
porque si no tiene hacia dónde dirigirse se precipita monstruosamente sobre sí
misma, y se recome en su egoísmo y su nada.
3.3
Mas, ¿qué o quién es digno de adoración? La respuesta brota en Navidad: hay Uno
que es adorable. Uno que no engaña si le creemos, que no decepciona si en él
confiamos; hay Uno que cumple todo lo que promete y que rebasa nuestros mejores
deseos; Uno que nos ama bien y que desde su primer hálito hasta su último
suspiro sólo conoce el lenguaje del amor. Hoy es Niño en el pesebre, mañana
Sacerdote en la Cruz. Se llama Jesús.
http://fraynelson.com/homilias.html.