jueves, 20 de marzo de 2014

Nuestro camino de fe no es un camino en el temor, sino en el amor

¡Amor y paz!

Parecen resonar en nuestros oídos aquellas palabras de bendición sobre los que alimentaron a los hambrientos, saciaron la sed de los sedientos, vistieron a los desnudos y asistieron a los enfermos y encarcelados. Y la maldición y condenación para los que hicieron lo contrario. Mientras aún es tiempo volvamos al Señor. Después, cuando se nos acabe, también se nos habrá terminado el tiempo de gracia del Señor.

Pero no hemos de llevar un comportamiento recto sólo por el temor al castigo, como decían los antiguos: recuerda tus postrimerías y sabrás portarte santamente. Nuestro camino de fe no es un camino en el temor, sino en el amor que nos da la alegría del servicio y de caminar viéndonos como hermanos; preocupándonos unos de otros, no quedándonos esclavos de lo pasajero, pues el Señor sólo nos quiere administradores de sus bienes en favor de los demás.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este jueves de la 2ª. Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 16,19-31. 
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio,  recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'". 
Comentario

Al final nada nos llevaremos. Disfrutemos de lo que Dios nos ha concedido, pero disfrutemos sobre todo del amor fraterno, que es lo único que le da sentido a nuestra existencia. Y ese amor fraterno debe llevarnos a remediar las necesidades de aquellos que amamos, pues si pasamos de largo ante su dolor quiere decir que nuestro amor no es sincero, sino sólo vana palabrería e imaginaciones fantasiosas. Si queremos vivir eternamente con Dios, ya desde ahora amémoslo amando a nuestros hermanos, conforme a lo que el Señor nos dice: Así como Dios nos amó a nosotros, así amémonos los unos a los otros.

El Señor nos sienta a su Mesa para que nos saciemos de sus dones. Él por nosotros se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Él a nadie deja fuera; si alguien está lejos del Señor es porque se alejó de Él y no porque el Señor nos hubiese rechazado, pues Él se hace cercano a nosotros para que en Él tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Pero no busquemos al Señor sólo para que nos llene las manos con cosas pasajeras; busquemos al Señor para que nos conceda un corazón capaz de amar a nuestro prójimo, de velar por sus intereses, de procurar que viva con mayor dignidad en todos los aspectos, en la misma medida en que Dios se preocupó por nosotros enviándonos a su propio Hijo, tanto para perdonarnos nuestros pecados y hacernos hijos suyos, como para remediar todos nuestros males.

Jesús, mediante la entrega total de su vida por nosotros, nos da el ejemplo que hemos de seguir en nuestro amor por el prójimo. No podemos apegar nuestro corazón a las cosas pasajeras. En ellas no estriba nuestra felicidad, pues este mundo es caduco y pasajero; quien deposite en él su corazón puede, finalmente, quedarse vacío de amor y de felicidad. Por eso el Señor nos dijo que hay más felicidad en dar que en recibir. Dios nos quiere libres de toda atadura al egoísmo. Abramos no sólo nuestros ojos, sino también nuestro corazón y nuestras manos, para procurar el bien de nuestros hermanos necesitados a causa de sus pobrezas o discapacidades. No podemos vivir con el corazón endurecido ante las desgracias que padecen muchos hermanos nuestros, mientras nosotros nos encerramos en nuestros egoísmos disfrutando de todo. Mientras no seamos capaces de amar compartir lo nuestro con los demás, no podemos llamar Padre a Dios con toda lealtad. La Madre Teresa de Calcuta nos decía que hay que amar hasta que nos duela. No podemos desprendernos sólo de lo que nos sobre; hemos de estar dispuestos a entregar incluso nuestra propia vida, con tal de que los demás recobren su dignidad de hijos de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de no poner nuestra seguridad en las cosas pasajeras, sino en la búsqueda de los bienes eternos. Por eso pidámosle que nos conceda en abundancia su amor para que, mediante él, seamos transformados en signos de su entrega, de su servicio, de su generosidad para todos cuantos nos traten y podamos, así, ser recibidos al final de nuestra vida en las moradas eternas, en la misma medida en la que nosotros recibimos amorosamente a los demás en nuestro corazón. Amén.

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