viernes, 2 de noviembre de 2012

Porque Jesús murió y resucitó, nosotros morimos, pero resucitamos

¡Amor y paz!

Hoy es un día para recordar y orar por quienes han pasado de esta vida mortal a la eterna; de agradecer al buen Dios por que nos permitió compartir con ellos y de rogarle que permita reencontrarnos algún día en el reino celestial.

Asimismo, es una ocasión para renovar nuestra fe en que con su muerte redentora y su resurrección gloriosa, Jesús obtuvo para nosotros la vida eterna. Él ha hecho su parte; a nosotros nos corresponde cumplir con el mandamiento principal del amor, de la forma significativa y clara en que lo expresa hoy San Mateo en el evangelio.

Aquellos que nos han dejado
no están ausentes,
sino invisibles.
Tienen sus ojos
llenos de gloria,
fijos en los nuestros,
llenos de lágrimas.
                             San Agustín

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos la conmemoración de los fieles difuntos.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 25,31-46. 
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 
Comentario

Celebramos la memoria de los fieles difuntos y es importante que reflexionemos profundamente el sentido que tiene la muerte dentro de nuestra experiencia de vida cristiana.

Cuando celebramos el día de los difuntos, no debemos pensar solamente en los que han muerto. Demos pensar también en el misterio de nuestra propia muerte para despertar nuestra esperanza en la vida definitiva, que también ha de ser nuestra. Desde nuestra vida terrena debemos aprender a asumir el misterio de la muerte con sentido.

Es triste la realidad de una muerte absurda. A veces nos preguntamos: ¿por qué ha muerto?, ¿por qué tuvo que morir, tal o cual persona? La muerte debe tener sentido. Jesús nos ha enseñado que el sentido de la vida es entregarla, que el sentido de la vida es amar. Quien aprende a morir, es capaz de ver con mirada de esperanza el futuro. Por eso, la fiesta que hoy celebramos debe ser además de una celebración de nuestra fe, con la que miramos el mundo de los que han muerto, una celebración de nuestra esperanza, con la que queremos contemplar el mundo de la salvación que ha de ser nuestro.

Para ganar la vida es preciso perderla. La vida que tenemos ahora no es una morada definitiva, sino una ocasión para que la persona pueda mostrar cuál es su verdadero compromiso; y éste se revela cuando se da la vida por el bien supremo, que es la participación del amor de Dios. Quien hace de su vida en este mundo el objeto último de su compromiso, pierde la vida eterna. Quien gasta su vida para realizar la entrega hasta el fin, está con Jesús, aquí y para siempre.

La resurrección de Jesús nos invita a profundizar en el tema de la victoria de la vida sobre la muerte. La realidad de la muerte está presente en el hombre y en sus relaciones sociales. La muerte física es inevitable, a pesar de todos los progresos de la medicina. La muerte no es sólo el último acontecimiento de nuestra peregrinación en la tierra; es el punto culminante, el momento que no se puede escapar a nuestra mirada; un desafío que al hombre se le impone constantemente. No es el final del camino, sino la puerta que se abre para la liberación definitiva con Cristo resucitado. El cristiano debe encarar la muerte de frente, pues para la fe es el aprendizaje más exigente. En el corazón del cristianismo se encuentra el Misterio Pascual, es decir, la victoria definitiva sobre la muerte, alcanzada una vez por todas en Jesucristo.

El ser humano no es un ser para la muerte, sino para la vida con Cristo resucitado. Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). La auto definición de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida", significa que la última palabra de Jesús no es de muerte, sino de Vida.

Cuando pensamos en nuestros muertos, en este día, debemos sentirnos también llamados a valorar el inmenso don de la vida, tan amenazada en nuestro mundo de guerra, violencia y muerte. Nuestra fe nos debe llevar siempre a pensar en la lucha por la justicia, por el amor, por los derechos humanos, por la fraternidad, que debe hacer posible la victoria de la vida sobre la muerte y que debe hacer posible la esperanza bien fundamentada de un futuro de vida.

Servicio Bíblico Latinoamericano 2004