¡Amor y paz!
El Padrenuestro se contrapone a las largas plegarias de
los paganos, que basaban su eficacia en las palabras que pronunciaba el hombre.
La plegaria cristiana, en cambio, recibe su eficacia del Padre celestial, ya
que es una respuesta amorosa que acepta la voluntad salvífica de Dios sobre sí
mismo y sobre la historia. Una respuesta que quiere también actuar como Dios
actúa en nosotros.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y
el comentario, en este martes de la 1ª. Semana de Cuaresma.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Mateo 6,7-15.
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Comentario
El catecismo de Juan Pablo II nos ofrece una preciosa
reflexión sobre el Padrenuestro. Leemos textos tomados de los números 2765
a 2772.
La oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor
Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única; es la
oración "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de
esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: El es
el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en
su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y
nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.
Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de
modo mecánico. Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la
Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no
sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el
Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn
6,63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que
el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abbá, Padre!" (Ga 4,6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros
deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el
Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión
en favor de los santos es según Dios" (Rm 8,27 ). La oración al Padre se
inserta en
la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.
Este don indisociable de las palabras del Señor y del
Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido
y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan
la Oración del Señor "tres veces al día", en lugar de las Dieciocho
Bendiciones de la piedad judía. Según la Tradición apostólica, la Oración del
Señor está arraigada esencialmente en la oración litúrgica. En todas las
tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las
principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con
evidencia, sobre todo, en los tres sacramentos de la iniciación cristiana.
En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor
aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y
su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la
Comunión, recapitula, por una parte, todas las peticiones e intercesiones
expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la
puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.
En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta
también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los
"últimos tiempos", tiempos de salvación que han comenzado con la
efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las
peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se
apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en
Cristo crucificado y resucitado.
De esta fe inquebrantable brota la esperanza que
suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo
presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se
ha manifestado lo que seremos" (1Jn 3,2). La Eucaristía y el Padre Nuestro
están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1Co
11,26 ).
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