¡Amor y paz!
Seguramente la viuda
evangélica no podría darnos una definición correcta de fe, de consagración, ni
tan siquiera de abnegación. Pero ella entendía vitalmente que no sólo de pan
vive el hombre, y dio todo su pan, el pequeño trozo que se podía comprar con su
insignificante dinero. No fue un gesto suicida de desesperación. Como reza la
oración de Foucauld, se puso sin medida en las manos de Dios.
La fe-confianza, la
abnegación y la entrega que manifiesta nos hacen preguntarnos ¿qué puede mover
a un hombre a dar su vida a Dios? Patologías aparte, solamente parece existir
una respuesta: sentirse profundamente querido por él. La viuda no podía dar
gracias a Dios por los bienes materiales de que disfrutaba, pero, a pesar de
ello, algo en su interior le hacía sentirse querida y deudora. Ella pertenece
al grupo de gentes anónimas que guardan en ellas la esencia de la humanidad y la
irradian, aunque muchos las juzguen como personas inútiles e innecesarias. Son,
sin embargo, la energía del mundo. En ellas se encarna Dios (Eucaristía 1988,
53).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXXII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 12,38-44.
Y él les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad". Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
Comentario
En la revista Vida Nueva,
se publicó hace algunos años, una historia parecida a la siguiente: Ocurrió en
un restaurante de autoservicio de Suiza. Una señora de unos 75 años coge un
tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación se sienta
en una de las mesas del local. Apenas sentada se da cuenta que ha olvidado el
pan. Se levanta, se dirige a coger un pan para comerlo con el caldo y vuelve a
su sitio. ¡Sorpresa! Delante del tazón de caldo se encuentra, sin inmutarse, un
hombre de color. Un negro comiendo tranquilamente.
"¡Esto es el colmo, –
piensa la señora –, pero no me dejaré robar!" Dicho y hecho. Se sienta al
lado del negro, parte el pan en pedazos, los mete en el tazón que está delante
del negro y coloca la cuchara en el recipiente. El negro, complaciente, sonríe.
Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio.
Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve
poco después con un abundante plato de espagueti y... dos tenedores. Comen los
dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se despiden.
"¡Hasta la vista!", dice el hombre, reflejando una sonrisa en sus
ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. "¡Hasta la
vista!", responde la mujer, mientras ve que el hombre se aleja.
La mujer le sigue con una
mirada reflexiva. "¡Qué situación más rara! El hombre no se inmutó".
Una vez vencido su estupor, busca con su mano el bolso que había colgado en el
respaldo de la silla. Pero, ¡sorpresa!, el bolso ha desaparecido. Entonces...
aquel negro... Iba a gritar "¡Al ladrón!" cuando, al mirar hacia
atrás, para pedir ayuda, ve su bolso colgado de una silla, dos mesas más allá
de donde estaba ella. Y, sobre la mesa, una bandeja con un tazón de caldo ya
frío...
Cuántas veces hemos
juzgado mal a personas que consideramos peligrosas. Este hombre no tuvo ningún
reparo en compartir su alimento con una señora mayor que se empeñó en que ese
era su tazón de caldo. Y no sólo compartió con ella el caldo, sino también el
plato de espagueti. A lo mejor era ‘todo lo que tenía para vivir’ y sin
embargo, lo comparte con toda naturalidad, convencido de que la señora está
pasando un mal momento y no tiene nada para comer.
Llama la atención en este
texto del evangelio de san Marcos, que Jesús tiene una mirada contemplativa
sobre la realidad, y de la entraña de esta misma realidad, va extrayendo su
sabiduría. No está en otra parte el saber de Dios. “Jesús estaba una vez
sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba
dinero en ellos”. San Marcos no dice que Jesús pasaba por allí o que estaba
orando y vio esta escena... Dice explícitamente que Jesús estaba allí mirando
cómo la gente echaba dinero en los cofres de las ofrendas. Seguramente ninguno
de nosotros ha hecho esto nunca. Y buena falta que nos haría. Mirar la vida,
mirar lo que pasa a nuestro alrededor, sería la mejor manera de aprender sobre
los secretos del reino que están ocultos para los sabios y entendidos, pero se
revelan, de una manera sorprendente, a los de corazón sencillo.
Por eso el Señor advertía
contra las enseñanzas de los sabios de su tiempo: “Cuídense de los maestros de
la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo
respeto en las plazas. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los
mejores lugares en las comidas; y despojan de sus bienes a las viudas, y para
disimularlo hacen largas oraciones. Ellos recibirán mayor castigo”. La
sabiduría del Señor era completamente distinta. No para recibir honores y
alabanzas de la gente, sino para desentrañar los secretos del reino que están
escondidos entre la vida de la gente sencilla. Pidamos al Señor que sepamos
descubrir sus secretos en medio de la vida de los pobres que son capaces de
compartir aún lo poco que tienen para vivir.
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.*
* Sacerdote jesuita,
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá