viernes, 24 de mayo de 2013

Un amigo fiel no tiene precio


¡Amor y paz!

Hoy haremos una modificación e incluiremos la primera lectura de la liturgia de hoy, dado que tiene que ver muy en concreto con la misión y objetivos del Movimiento Fratres.

El libro del Eclesiástico nos regala hoy un minitratado sobre la amistad. Y en el evangelio de Marcos, Jesús nos ilumina el plan de Dios sobre el matrimonio. Amistad y matrimonio son dos realidades humanas de tal hondura que en ellas nos jugamos gran parte de nuestra felicidad.

Los invito, hermanos, a leer y meditar la primera lectura y el Evangelio en este viernes de la séptima semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Libro de Eclesiástico 6,5-17. 
Las palabras amables te harán ganar muchos amigos, un lenguaje cortés atrae respuestas benevolentes. Ten muchos amigos, pero para aconsejarte escoge uno entre mil. Si has encontrado un nuevo amigo, comienza por ponerlo a prueba, no le otorgues demasiado pronto tu confianza. Hay amigos que sólo lo son cuando les conviene, pero que no lo serán en las dificultades. Hay amigos que se transforman en enemigos y que dan a conocer a todo el mundo su desavenencia contigo para avergonzarte. Hay amigos que lo son para compartir tu mesa, pero que no lo serán cuando vayan mal tus negocios. Mientras éstos marchen bien, serán como tu sombra, e incluso mandarán a la gente de tu casa. Pero si tienes reveses, se volverán contra ti y evitarán encontrar tu mirada. Mantente a distancia de tus enemigos y cuídate de tus amigos. Un amigo fiel es un refugio seguro; el que lo halla ha encontrado un tesoro. ¿Qué no daría uno por un amigo fiel? ¡No tiene precio! Un amigo fiel es como un remedio que te salva; los que temen al Señor lo hallarán. El que teme al Señor encontrará al amigo verdadero, pues así como es él, así será su amigo. 
Evangelio según San Marcos 10,1-12.
Jesús dejó aquel lugar y se fue a los límites de Judea, al otro lado del Jordán. Otra vez las muchedumbres se congregaron a su alrededor, y de nuevo se puso a enseñarles, como hacía siempre. En eso llegaron unos (fariseos que querían ponerle a prueba,) y le preguntaron: « ¿Puede un marido despedir a su esposa?» Les respondió: «¿Qué les ha ordenado Moisés?» Contestaron: «Moisés ha permitido firmar un acta de separación y después divorciarse.» Jesús les dijo: «Moisés, al escribir esta ley, tomó en cuenta lo tercos que eran ustedes. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe.» Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y él les dijo: «El que se separa de su esposa y se casa con otra mujer, comete adulterio contra su esposa; y si la esposa abandona a su marido para casarse con otro hombre, también ésta comete adulterio.»
Comentario

¿Tendrán razón las “encuestas” cuando nos dicen que hay multitud de personas “en soledad” mientras alardeamos de formar parte de una sociedad de comunicación? Respondan en Europa ancianos, residencias de mayores, movimientos asistenciales a domicilio, psiquiatras, aulas de tercera edad, jóvenes que son víctimas de las drogas...

Sí, a pesar de la ayuda que facilita la televisión y de los medios sociales que proporcionan los distintos gobiernos en las naciones, hoy tenemos excesivo número de personas que pasan años de vida en soledad interior y exterior. Y muchas de ellas lo vivencian como “falta de amigos, de compañeros, de confidentes a los que abrir su corazón”.

Cuando el autor del libro del Sirácida o Eclesiástico escribía las reflexiones sobre “el tesoro de un buen amigo” que hoy nos ofrece la primera lectura en la celebración litúrgica, probablemente era mucho menor la “falta de compañeros, amigos” en la aldea, pueblo, villa o ciudad. Sin embargo, él da fe de que entonces, como en todas las épocas de la historia, no todos los conciudadanos o compañeros se ofrecían la misma confianza y ayudaban o permitían descargar la angustia interior del que sufría, o compartir el gozo de aquél a quien la existencia sonreía.

La soledad no querida es un dolor; sumergirse en el bullicio de la multitud no es suficiente para la felicidad; ayer, hoy y siempre el corazón humano precisa de intimidad en la comunicación, sobre todo en la comunicación afectiva y espiritual.

El hombre, por naturaleza, tiene hambre de otros y busca al amigo. Celebremos que así sea, que de ese modo hayamos sido creados, y no nos neguemos a ofrecer amistad sincera a quien nos abra su corazón o necesite del nuestro.

¿Quiénes son mis amigos? Hay amigos, dice el sabio, que lo son de un día. ¿Me  basta a mí un amigo en tarde de fiesta? ¿No me gustaría contar con él para algo más?

Hay amigos, dice el sabio, que se mantienen unidos al amigo mientras su compañía les reporta algún beneficio, pero que no están dispuestos a compartir la adversidad. Estos “amigos” ¿significan algo para mí? ¿He de tenerlos por amigos verdaderos? Mi corazón aspira a actitudes más profundas.

Hay amigos de deporte, de academia, de aficiones, de trabajo, de política...Todos ellos son necesarios o convenientes en concierto de mi vida. Pero ¿a cuántos de ellos  podré confiar mi intimidad sin miedo a ser incomprendido o traicionado? Feliz de mí si en sus corazones tengo cobijo y su memoria es un archivo bien guardado.

Y ahora, un interrogante: Nosotros, cristianos que participamos de una misma fe, ¿somos amigos que mutuamente nos animamos y ayudamos a compartir unos sentimientos, trabajos,  inquietudes, ocios, soledades, proyectos de vida que nos reporten felicidad?

Esposos, amigos en el hogar. Hablando de “amigos”, el texto evangélico nos ofrece la oportunidad de encarecer cómo entre los esposos debería darse siempre una amistad humana ejemplar.

Las palabras de Dios al inicio de los tiempos, creando al hombre y a la mujer como seres que se necesitan, que se atraen, que se ayudan, que programan la vida de los hijos, que se hacen una sola carne y un solo espíritu, no pueden ser más elocuentes. Matrimonio y hogar sin amor, sin amistad, sin comunicación sincera y profunda, son un auténtico  fracaso humano.

Dios no quiere ni promueve ese fracaso. Somos los hombres y mujeres quienes hacemos de la unión matrimonial una fuente de frustraciones, por imprevisión, incompatibilidades, intolerancias, infidelidades... Los testimonios son manifiestos: divorcios, separaciones, maltratos, distanciamiento de padres e hijos...

Si al matrimonio le quitamos la mística religiosa, la fuerza creadora, la amistad sincera, y lo convertimos en un juego o entretenimiento de afectos fugaces, ¿cómo lograr que hombre y mujer encuentren en corazones divididos la paz, felicidad y animación que mutuamente precisan? ¡Mantengamos el fuego de la amistad!

Por ello, sea hoy nuestra plegaria una invocación, una súplica de amor entre los hombres, entre los esposos, entre los jóvenes. Que nuestro corazón esté pronto a darse en servicio amigable a los demás.

DOMINICOS 2003