miércoles, 27 de febrero de 2013

¿Estás dispuesto a cumplir la voluntad de Dios?



¡Amor y paz!

El misterio pascual de Jesús es el cumplimiento decisivo de su misión en el mundo. Mateo subraya, después del anuncio de la Pasión, la importancia de la imitación del Señor para la Iglesia. El que quiera ser grande en el Reino ha de aceptar el último lugar entre los discípulos, tal como Jesús, el Hijo del hombre, que da la vida como siervo del mundo (Misa dominical 1990/06).

Te invito, hermano, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 2ª. Semana de Cuaresma.

Dios te bendiga…

Evangelio según San Mateo 20,17-28.

Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo: "Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará". Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre". Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".

Comentario

I. Jesús, como a la madre de Santiago y Juan, a veces también me tienes que decir: no sabéis lo que pedís. Te pido aprobar un examen cuando no he puesto todas las horas que debía; te pido superar un defecto pero no lucho en serio para combatirlo. No alcanzamos la gracia si no la buscamos, porque no se conceden los dones de lo alto a los que los menosprecian. Llamad por medio de la oración, de los ayunos y de las limosnas (1).

¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Puedes sacrificarte por Mí como yo me he sacrificado por ti? Jesús, también a Ti te ha costado esfuerzo la redención. Y San Pablo dice: Pues no habéis resistido aún hasta la sangre para combatir el pecado (2). Jesús, he de tomarme más en serio la lucha por mejorar en mi vida cristiana. Sólo entonces mi petición será sincera.

Le dijeron: Podemos: Podemos. Jesús, puedo esforzarme más. Al menos quiero intentarlo. Quiero ser más generoso en mis pequeñas mortificaciones, en las comidas, en la vista, en el orden; en la puntualidad a la hora de ponerse a estudiar o hacer la oración; en el minuto heroico de levantarse a la hora (o de acostarse a la hora, que también cuesta). Puedo... si Tú me ayudas, porque como dice San Pablo: Todo lo puedo en aquel que me conforta (3).

II. También a nosotros nos llama, y nos pregunta, como a Santiago y a Juan: ¿estáis dispuestos a beber el cáliz -este cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre- que yo voy a beber? Possumus!; ¡sí, estamos dispuestos!, es la respuesta de Juan y de Santiago. Vosotros y yo, ¿estamos seriamente dispuestos a cumplir, en todo, la voluntad de nuestro Padre Dios? ¿Hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a nosotros mismos, a nuestros intereses, a nuestra comodidad, a nuestro amor propio? ¿Hay algo que no responde a nuestra condición de cristianos y que hace que no queramos purificarnos? Hoy se nos presenta la ocasión de rectificar.

Es necesario empezar por convencerse de que Jesús nos dirige personalmente estas preguntas. Es Él quien las hace, no yo. Yo no me atrevería ni a planteármelas a mí mismo. Estoy siguiendo mi oración en voz alta, y vosotros, cada uno de nosotros, por dentro, está confesando al señor: Señor: ¡Qué poco valgo, qué cobarde he sido tantas veces! ¡Cuántos errores!: en esta ocasión y en aquélla, y aquí y allá. Y podemos exclamar aún: menos mal, Señor, que me has sostenido con tu mano, porque me veo capaz de todas las infamias. No me sueltes, no me dejes, trátame siempre como a un niño. Que sea yo fuerte, valiente, entero. Pero ayúdame como a una criatura inexperta; llévame de tu mano, Señor, y haz que tu Madre esté también a mi lado y me proteja. Y así, possumus!, podremos, seremos capaces de tenerte a Ti por modelo (4).
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Notas:
1. S. Juan Crisóstomo, Catena Aurea, vol. I, pág 427.
2. Heb 12, 1-4.
3. Phil. 4, 13.
4. Es Cristo que pasa, 15.
Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.