sábado, 18 de octubre de 2014

No podemos callar el mensaje de salvación que nos ha sido confiado

¡Amor y paz!

El verdadero discípulo de Cristo no puede guardarse para sí mismo el Mensaje de salvación del que ha sido testigo, y que el Señor ha proclamado con palabras y obras realizadas con poder. Jesús envía a sus discípulos delante de Él. Cuando ahora el Señor se dirige decididamente hacia Jerusalén para cumplir con su Misión Pascual, parecen volver a resonar aquellas palabras del anciano Zacarías pronunciadas sobre Juan: Y a ti niño, te llamarán profeta del Altísimo, pues irás delante de Él para preparar sus caminos

El Señor ahora y siempre ordena a su Iglesia ponerse en camino para prepararle su llegada a todas y cada una de las personas de todos los lugares y tiempos. Cumplir con esta misión con eficacia es consecuencia de vivir en intimidad con el Señor y no tanto del contar con medios externos y métodos de planeación.

Es cierto que todo eso puede contribuir para que todos conozcan y reconozcan a Dios como Señor en sus vidas; sin embargo, la eficacia no viene de ahí, sino de Dios que es Quien salva, que es el que nos recibe como hijos suyos. Tomemos conciencia de que iremos siempre, no en nombre propio, sino en Nombre de Cristo, de tal forma que quien nos escuche lo escucha a Él, y quien nos rechace lo rechaza a Él. A Él sea dado todo honor y toda gloria ahora y siempre.

Los invito, herma nos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario en este sábado en que celebramos la fiesta de San Lucas Evangelista.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 10,1-9. 
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'." 
Comentario

La riqueza más grande que lleva el que proclama el Evangelio es el Señor, que es anunciado a los demás y que ha hecho suyo por la fe en Él. Mediante el Bautismo la Vida Divina se ha hecho nuestra; así hemos sido elevados a la dignidad de hijos de Dios, unidos a Cristo Jesús. Cuando acudimos a la Celebración Eucarística, entramos en comunión de vida con Cristo. Él nos ilumina y nos fortalece con su Espíritu.

Así, hechos uno con el Hijo de Dios, también nosotros somos enviados por Él para proclamar su Evangelio de salvación a todos, en la misma forma en Él fue enviado, como Evangelio Viviente del Padre, a nosotros. Por eso la Eucaristía no sólo nos une a Cristo; en ella no sólo escuchamos la Palabra del Señor; sino que, además, en ella participamos de la misma Misión Salvadora que le confió el Padre. Vivamos, pues, conscientes de la Misión que se nos confía. En esta Eucaristía se nos recuerda que, siendo portadores de Cristo, como Él hemos de estar dispuestos, incluso, a dar nuestra vida con tal de colaborar en la salvación de todos.

La Vida Divina que hemos recibido de Dios mediante nuestra fe en Cristo y mediante nuestro Bautismo, no podemos guardarla cobardemente en nuestro interior, sino que la hemos de proclamar a todos aquellos con quienes entramos en contacto en nuestra vida diaria. El Señor envía a su Iglesia para que, en plena comunión con sus Pastores, signos de Cristo Cabeza entre nosotros, proclame la Buena Nueva del amor que Dios nos tiene, a todos los hombres de todos los tiempos, razas y lugares. 

Quienes creemos en Cristo no podemos decir que lo amamos sólo porque oramos piadosamente ante Él; es necesario que, además de nuestra oración, sepamos escuchar la Palabra de Dios, hacerla nuestra y, desde nuestra propia experiencia y convertidos en testigos de Cristo, lo anunciemos no sólo con los labios sino con nuestra vida de cada día, siendo constructores de una vida más fraterna y solidaria; entonces, realmente, será expulsado de entre nosotros el mal y el egoísmo que nos ata y que nos lleva a vivir divididos, o a aprovecharnos de los demás, o a causarles daño, o a ser injustos con ellos. Si en verdad hemos sido revestidos de Cristo, manifestémoslo con una vida recta de amor y de servicio no sólo a Dios, sino también a nuestro prójimo.