domingo, 19 de septiembre de 2021

«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este Domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo B.

 

Dios nos bendice...

 

 (19-septiembre-2021)

 

Primera lectura

 

Lectura del libro de la Sabiduría 2, 12. 17-20

 

Se dijeron los impíos:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte. Si es el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según, dice Dios lo salvará».

 

Salmo

 

Sal. 53, 53, 3-4. 5. 6 y 8 R: El Señor sostiene mi vida.

 

Oh Dios, sálvame por tu nombre,
sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica,
atiende a mis palabras. R.

Porque unos insolentes se alzan contra mí,
y hombres violentos me persiguen a muerte,
sin tener presente a Dios. R.

Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario,
dando gracias a tu nombre, que es bueno. R.

 

Segunda lectura

 

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 3, 16–4, 3

 

Queridos hermanos:
Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones.

En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.

El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.

¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis porque no pedís.

Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.

 

Evangelio del día

 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9, 30-37

 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.

Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará».

Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?».

Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».

Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

Palabra del Señor

Comentario

Los seres humanos somos, por naturaleza, competitivos. Queremos ser más, tener reconocimiento social, disfrutar de mejores condiciones de vida. Esta dinámica de superación está muy bien. El problema se presenta cuando cruzamos la línea roja que nos traza la ética y la ambición se apodera de nosotros. Afirmamos que el fin justifica los medios. Esto hace que el ser humano no respete los limites, atropelle los derechos de los demás y ponga su interés personal por encima del bien común. En Colombia, estamos sufriendo las consecuencias del apetito desordenado de acumular riquezas, lo que nos tiene atrapados en las redes de la corrupción y el narcotráfico.

La liturgia de este domingo nos ofrece elementos muy iluminadores para ahondar en estos sentimientos oscuros que se apoderan del corazón humano:

1. En la Carta del apóstol Santiago, se trata el tema de las luchas y enfrentamientos que se dan en la sociedad por causa de la envidia y la ambición.

2. En el pasaje evangélico de Marcos, el Maestro censura el arribismo de sus discípulos, que discutían sobre cuál de ellos ocuparía el primer lugar.

Profundicemos en el texto de la Carta del apóstol Santiago: “¿De dónde viene que haya entre ustedes luchas y peleas? Pues de las pasiones que luchan en su propio cuerpo. Si codician una cosa y no pueden alcanzarla, cometen un homicidio. Si sienten envidia de algo y no pueden obtenerlo, luchan y pelean”.

La envidia y la ambición destruyen los vínculos más profundos. Conocemos innumerables historias de familias destruidas porque no se pusieron de acuerdo sobre una herencia. Sin importar que los bienes en disputa sean cuantiosos o escasos, el deseo de llevarse la tajada mayor ha arruinado los vínculos de sangre y amistades de muchos años.

La sociedad de consumo aporta el combustible para esta competencia desenfrenada entre los compañeros de colegio, los vecinos, los familiares. Es un apetito insaciable y un desenfoque respecto a los valores que dan sentido a la vida. En su encíclica sobre el cuidado de la casa común, el papa Francisco denuncia el frenesí consumista y la cultura del descarte. Esta actitud frente a los bienes materiales se inculca desde el hogar. Si los padres de familia se están comparando continuamente con los amigos y vecinos, los hijos aprenderán que es el modo normal de comportarse y replicarán este desafortunado modelo cuando lleguen a la adultez.  

Dirijamos ahora nuestra atención a la escena en que Jesús interroga a sus discípulos sobre la conversación que ellos tenían mientras caminaban rumbo a Cafarnaúm. Jesús había captado algunas de las frases pronunciadas por sus discípulos y decidió intervenir. Al principio, permanecieron callados: “Una vez en casa, les preguntó de qué venían discutiendo en el camino. Ellos no decían nada, porque por el camino habían estado discutiendo sobre cuál de ellos ocuparía el primer lugar”.

Podemos imaginar la frustración de Jesús. Había perdido el tiempo. Su testimonio de vida era de humildad y total entrega a la causa del Reino. Pero ellos no habían captado la esencia del nuevo orden que instauraba Jesús y soñaban con las viejas glorias de los reinados de David y Salomón. No habían entendido que Jesús encarnaba un Mesías diferente.

Jesús aprovechó esta coyuntura para dar una formidable lección sobre el auténtico liderazgo, que debe ser entendido como servicio: “Quien quiera ser el primero, deberá ser el último y el servidor de todos”. Esta lección de Jesús fue puesta en escena, más tarde, en el Lavatorio de los Pies. La Iglesia la sigue replicando cada Jueves Santo como un poderoso mensaje para todos los líderes sociales, empezando por los pastores de la Iglesia.

Una organización se consolida y goza de respetabilidad en la medida en que sus cabezas han llegado a esta posición por sus méritos y tienen autoridad moral. Desafortunadamente, muchos cargos directivos son ocupados por personas ineptas y sin vocación de servicio, y están allí por vínculos familiares o para corresponder favores.

La legislación de la Iglesia ha establecido unos procesos muy estrictos (llamados Informes) para seleccionar a los candidatos que desean ingresar a un Seminario, conceder la Ordenación Sacerdotal, ocupar cargos de responsabilidad y ser ordenado como Obispo. A pesar de estos controles, se filtran personas indeseables con historias de vida oscuras y con motivaciones que están muy lejos de la Buena Noticia del Señor resucitado. En múltiples ocasiones, el papa Francisco ha exhortado a vivir de acuerdo con la sencillez del Evangelio; quiere que los pastores “tenga olor a oveja”.

Estas dos lecturas, la Carta del apóstol Santiago y la catequesis de Jesús sobre el auténtico liderazgo, son mensajes de gran actualidad pues la ambición y la envidia llevan a tomar caminos equivocados en la vida; la avidez por el poder desvirtúa el verdadero sentido del liderazgo que debe ejercerse en función del crecimiento de la comunidad.

Por: Jorge Humberto Peláez, SJ

jpelaez@javeriana.edu.co