¡Amor y paz!
El evangelio nos trae nuevamente
ecos de la Navidad. Jesús nos aparece plenamente encarnado en la condición
humana: es un niño que tiene que ser llevado en brazos como cualquier otro
niño, y su familia ha de someterse a la Ley como toda familia. Y es pobre: hace
la ofrenda de los pobres.
En esta condición humana
normal, somos llamados a reconocer, como Simeón, al Salvador de todos los
pueblos. Eso quiere decir que Jesús es la luz de nuestra vida, y que vale la
pena creer en él; que el camino de la salvación está en el Evangelio, en lo que
Jesús dirá y hará; y que vale la pena hacer conocer esta luz a todo el mundo.
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este 5º. día de la Octava de
Navidad.
Dios los bendiga..
Evangelio según San Lucas 2,22-35.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
Comentario
En la lectura del
evangelio de san Lucas que acabamos hacer, Simeón exclama lleno de alegría:
"mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel".
Cristo es la luz del mundo, por su palabra de fraternidad y de reconciliación,
no solo para Israel, el pueblo al cual perteneció por sus orígenes humanos,
sino para todos los pueblos de la tierra, como dice el anciano Simeón.
San Lucas es el único
evangelista que nos presenta esta solemne escena de la presentación de Jesús
recién nacido en el templo de Jerusalén. Aparentemente sus padres lo llevaron
allí para cumplir las minuciosas prescripciones de la ley mosaica: la
purificación de la madre, después del parto, y el pago del rescate por el
nacimiento de su hijo primogénito, pues los primogénitos pertenecían a Dios
según la ley, y debían ser rescatados con la oferta de ciertos animales. Pero
el Espíritu de Dios tenía otros planes: apenas atravesando los portales del
templo salió al encuentro de los padres de Jesús un anciano que, por la manera
como es descrito, representa a los profetas y a los justos del Antiguo
Testamento que durante tantos siglos esperaron el cumplimiento de las promesas
divinas. Simeón bendice a Dios que ha cumplido su Palabra, ha enviado a su
Mesías, al salvador del mundo. Ahora puede morir en paz. Simeón bendice también
a los padres del niño, solo que el Espíritu lo mueve a anunciarles algo del
destino doloroso que les espera, al niño y a la madre: el uno será objeto de
contradicción, como una bandera que se disputan ejércitos enemigos; la madre
sentirá que una espada le traspasa el alma.
Contemplando esta escena
caemos en la cuenta de que la Navidad no es un juego infantil, una mera ocasión
para jolgorios. El niño a quien cantamos villancicos para que duerma
plácidamente se convertirá en todo un hombre, abandonará su casa, su familia,
su trabajo, para asumir su destino, su vocación. Proclamará a los cuatro
vientos su mensaje: el Evangelio, la buena noticia del amor de Dios por los
pobres, los pequeños, los pecadores. Y será condenado por los poderosos del
mundo a una muerte vergonzosa. Con él estamos comprometidos a ser sus
discípulos, a seguirlo cargando con su cruz. En la firme esperanza de que Dios,
que lo resucitó a él de entre los muertos, también nos dará a sus fieles la
vida eterna. Así ponemos, a la luz de las lecturas de este día, una nota de
seriedad a estas celebraciones que pueden pasar, incluso para nosotros los
cristianos, en medio de la inconsciencia y la vanidad.
Diario
Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)