¡Amor y paz!
Al hablar durante este
tiempo de Cuaresma de reconciliación tenemos el peligro de quedarnos sólo en
las palabras. Para evitarlo (para vivir de realidades y no sólo de palabras)
puede sernos útil considerar cómo Jesús nos presenta lo que es la
reconciliación en la parábola que hoy leemos.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo de la IV Semana de
Cuaresma.
Dios los bendiga…
Evangelio
según San Lucas 15,1-3. 11-32
Todos los que cobraban impuestos para Roma y otra gente de mala fama se acercaban a Jesús, para oírlo. Los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban por esto, diciendo: Éste recibe a los pecadores y come con ellos. Entonces Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos, y el más joven le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca.” Entonces el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después el hijo menor vendió su parte de la propiedad, y con ese dinero se fue lejos, a otro país, donde todo lo derrochó llevando una vida desenfrenada. Pero cuando ya se lo había gastado todo, hubo una gran escasez de comida en aquel país, y él comenzó a pasar hambre. Fue a pedir trabajo a un hombre del lugar, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y tenía ganas de llenarse con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.” Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre.»Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo.” Pero el padre ordenó a sus criados: “Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el becerro más gordo y mátenlo. ¡Vamos a celebrar esto con un banquete! Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.” Comenzaron la fiesta. »Entre tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y el baile. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. El criado le dijo: “Es que su hermano ha vuelto; y su padre ha mandado matar el becerro más gordo, porque lo recobró sano y salvo.” Pero tanto se enojó el hermano mayor, que no quería entrar, así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciera. Le dijo a su padre: “Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para tener una comida con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro más gordo. “El padre le contestó: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero había que celebrar esto con un banquete y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.”»
Comentario
Lucas
no se refiere a ninguna situación especial sino a lo que siempre sucedía:
mientras los pecadores públicos y todos aquellos que no eran buenos a juicio de
los fariseos y según la religiosidad oficial, se acercaban a Jesús, le
escuchaban y se convertían al evangelio, los santones y maestros de Israel no
hacían otra cosa que expiarle y criticar su conducta. Pero Jesús, acogiendo a
los pecadores, no hacía otra cosa que manifestar el amor de Dios y su perdón
misericordioso. La parábola del "hijo pródigo" es una réplica de
Jesús a la murmuración de los fariseos.
La
parábola, que debiera llamarse del "padre bondadoso", tiene también
algunos rasgos simbólicos y sicológicos de gran interés.
Pero,
como decíamos, lo principal es el insondable amor de Dios que se refleja en la
conducta del padre.
El
pecado es siempre un apartarse de Dios para convertirse a las criaturas, una
opción por el mundo con menosprecio de Dios. No obstante, Dios deja en libertad
al hombre para que haga su experiencia. No quiere tener hijos a la fuerza, deja
que se vayan lejos. El pecado lleva al hombre al límite de su miseria. Pero
entonces es posible que recapacite y vuelva a su casa. De ser así, el primer
paso se da con el reconocimiento de la propia miseria. Dios espera siempre al
hijo pródigo y le sale al encuentro con su gracia. Si se decide a volver, lo
acogerá amorosamente, lo restablecerá en su dignidad perdida y lo colmará de
bienes. Dejará a un lado la venganza y aun la mera justicia, no aceptará que
viva en la casa como un jornalero. Celebrará su venida como una resurrección: "estaba
muerto y ha revivido". Así es Dios.
El
comportamiento del hermano es completamente distinto. Sirve para contraponer el
amor de Dios a la conducta de los hombres, que no sabemos perdonar, porque no
nos amamos como hermanos.
Porque
tampoco nos comportamos como verdaderos hijos de Dios, sino sólo como
servidores y esclavos. Es una crítica de Jesús a los fariseos que cumplen la
ley a la perfección, al pie de la letra, pero que no han descubierto que la
auténtica perfección de la ley es el amor. Para saber perdonar hace falta ser
Dios o verdadero hijo de Dios, no basta con ser un cumplidor.
EUCARISTÍA
1986, 12