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miércoles, 14 de febrero de 2018

Misericordia, Señor: hemos pecado

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, hoy Miércoles de Ceniza.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura de la profecía de Joel (2,12-18):

AHORA —oráculo del Señor—,,
convertíos a mí de todo corazón,
con ayunos, llantos y lamentos;
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del castigo.
¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá
dejando tras de sí la bendición,
ofrenda y libación
para el Señor, vuestro Dios!
Tocad la trompeta en Sion,
proclamad un ayuno santo,
convocad a la asamblea,
reunid a la gente,
santificad a la comunidad,
llamad a los ancianos;
congregad a los muchachos
y a los niños de pecho;
salga el esposo de la alcoba
y la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar
lloren los sacerdotes,
servidores del Señor,
y digan:
«Ten compasión de tu pueblo, Señor;
no entregues tu heredad al oprobio
ni a las burlas de los pueblos».
¿Por qué van a decir las gentes:
«Dónde está su Dios»?
Entonces se encendió
el celo de Dios por su tierra
y perdonó a su pueblo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17

R/.
 Misericordia, Señor: hemos pecado

V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

V/. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R/.

V/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

V/. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,20–6,2):

HERMANOS:
Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.
Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice:
«En el tiempo favorable te escuché,
en el día de la salvación te ayudé».
Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

Palabra del Señor

Comentario


1.1 La drástica expresión de la primera lectura nos impacta: "desgarren los corazones". Sin embargo, un corazón desgarrado es un corazón próximo al encuentro con el Señor, por más de una razón.

1.2 Ante todo, un corazón desgarrado es un corazón ABIERTO. Cerramos el corazón cuando no queremos escuchar; lo cerramos cuando no queremos sentir; lo clausuramos cuando preferimos no compadecernos de nadie si no es de nosotros mismos; lo sellamos a fuego cuando pretendemos que podemos resolverlo todo y que no hace falta un Dios en nuestra vida. Un corazón cerrado es un sepulcro. Abrir el corazón es dejarlo respirar, dejarlo escuchar, dejarlo sentir. Pero para abrir un corazón que se sentía cómodo en su propia cárcel hay que desgarrarlo.

1.3 Un corazón desgarrado es un corazón DOLIENTE. El pecado nos atrajo con la seducción de la alegría y con la golosina del placer. El pecado utilizó a la belleza y se hizo acompañar de la risa para envolvernos en su encanto mentiroso. Dejar estas mieles duele y abandonar estas caricias es duro. Pero en ese dolor empieza un camino de genuina salvación, y por eso hemos de considerar como bendito ese sufrimiento primero que nos desprende por fin del engaño.

2. Una fe sincera

2.1 La voz recia de Jesucristo nos despierta en este día y llama a todos a una religión sincera. Sus palabras se refieren a las tres grandes prácticas de la piedad judía, válidas también para nosotros, como lo enseñó Jesús con su ejemplo. Se trata de la oración, el ayuno y la limosna.

2.2 La sinceridad tiene un rostro muy concreto en la predicación de Jesús, y puede resumirse en estas palabras: "evita hacer las cosas para que te vean". No es la aprobación de la gente la que te hará aprobado ante Dios. No es el aplauso de la gente lo que te va a indicar la benevolencia de Dios. Necesitas de silencio y soledad para alcanzar sinceridad. Sólo cuando tus actos tengan por motor el deseo de agradar al Dios "que ve en lo escondido" alcanzarás una religión auténtica y limpia.

2.3 Dios "ve en lo escondido". No es un espía, ni tampoco un entrometido, como calumniaron los existencialistas ateos, con Sartre a la cabeza. No es un desocupado, ni tampoco un chismoso. Sencillamente, el universo le pertenece. Simplemente, somos obra suya. No es una elección de Dios conocernos hasta la entraña de nuestro ser: es la consecuencia natural del hecho básico que hizo posible nuestro ser: somos sus creaturas. La mirada divina es el ámbito de verdad en que reconocemos la primera y radical afirmación de lo que somos: creaturas. Sólo ante esa verdad y esa radical pertenencia a él alcanzamos la verdad, primero en nuestra conciencia y luego ante los hermanos.

3. Un tiempo favorable

3.1 A la vista de estos llamados de la gracia en la voz de Nuestro Señor y de sus profetas entendemos la expresión apremiante de San Pablo en la segunda lectura de hoy: " ¡En nombre de Cristo les suplicamos que se dejen reconciliar con Dios! ".

3.2 Esta época, esta cuaresma, es "un tiempo favorable". Lo mejor que podía sucedernos quiere sucedernos. Dios quiere llegar a nuestra vida y reconstruirla. Dios sabe quiénes somos; conoce lo escondido, y así como somos nos acepta; aunque no para dejarnos cuales somos sino para hacernos cada vez más imagen y semejanza suya. Este es el tono sereno y profundo de gozo que se esconde detrás de la penitencia que hoy empezamos.

http://fraynelson.com/homilias.html. 

domingo, 17 de septiembre de 2017

“Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este Domingo 24º del Tiempo Ordinario, Ciclo A.

Dios nos bendice...

Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo le preguntó Pedro a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces le deberé perdonar a mi hermano si me hace algo malo? ¿Hasta siete?” Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Sucede con el reino de los cielos lo que con un rey que quiso hacer cuentas con sus funcionarios. Estaba comenzando a hacerlas cuando le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como aquel funcionario no tenía con qué pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su esposa, sus hijos y todo lo que tenía, para que le quedara pagada la deuda. El funcionario se arrodilló delante del rey y le rogó: ‘Tenga usted paciencia conmigo, y se lo pagaré todo’. El rey tuvo compasión de él, así que le perdonó la deuda y lo puso en libertad. Pero, al salir, aquel funcionario se encontró con un compañero suyo que le debía una pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo, diciéndole: ‘¡Págame lo que me debes!’ El compañero, arrodillándose delante de él, le rogó: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Esto les dolió mucho a los otros funcionarios, que fueron a contarle al rey todo lo sucedido. Entonces el rey lo mando llamar y le dijo: ‘¡Malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú también debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión de ti.’ Y tanto se enojó el rey, que ordenó castigarlo hasta que pagara todo lo que debía”. Y Jesús añadió: “Así hará también mi Padre si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su hermano”.
Comentario
1.- “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle?”
En el lenguaje bíblico el 7 es un número simbólico que significa plenitud y perfección. Por eso la respuesta de Jesús a Pedro en el Evangelio, significa que debemos perdonar siempre. De esta forma se supera la llamada ley del talión (ojo por ojo y diente por diente -Éxodo 21, 23-25, Levítico 24, 18-20 y Deuteronomio 19, 21-), que imperaba todavía en las costumbres de aquel tiempo, a pesar de lo que ya dos siglos antes de Cristo había escrito el autor del libro llamado Eclesiástico, del cual está tomada la primera lectura (27, 30 - 28,9): perdona las ofensas a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas; y a pesar también de los versos del Salmo 103 (102): “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas las culpas… No está siempre acusando ni guarda rencor…”
La ley del talión (del latín talis: tal, semejante) consistía en que a cada agresión le correspondiera una pena igual, y en este sentido, cuando había sido establecida en tiempos de los sumerios y caldeos por el Código de Hammurabi en el siglo18 a.C., significó un avance moral con respecto a la práctica primitiva de la venganza sin límites, consistente en responder con un mal mayor. Pero Jesús avanza mucho más al oponerse a toda forma de venganza, invitándonos a deponer por completo el rencor que podamos sentir ante las ofensas recibidas.
2.- “Toda aquella deuda te la perdoné. ¿No debías tú también tener compasión?”
La parábola del funcionario insensible que leemos en el Evangelio de hoy guarda una estrecha relación con la llamada “regla de oro” del comportamiento humano enseñada por Él en su Sermón de la Montaña: “Todo cuanto ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” (Mateo 7, 12). Es la formulación en positivo de lo que siglos atrás habían dicho otros maestros espirituales: “No hagas a los demás lo que a ti te dolería que te hicieran” (Hinduismo, 1500 años a.C.); no hieras a los demás con lo que a ti te hace daño” (Buda, 563-483 a.C.); “no hagas a los demás lo que no quieres que ellos te hagan a ti” (Confucio, 551 - 479 a.C.); “no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan”(A.T. , libro de Tobías 4, 15 -300 a.C.-).
Esta regla de oro, inscrita interiormente en la conciencia de todo ser humano, equivale al mandato bíblico formulado en la frase “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18 / Mateo 22, 39), lo cual implica la exigencia de no devolver mal por mal, que en positivo corresponde a la exigencia de perdonar al prójimo si uno quiere ser perdonado por Dios. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo”, dice el apóstol Pablo en la segunda lectura (Romanos 14, 7-9), invitándonos así superar nuestros egoísmos para orientarnos hacia el cumplimento de la voluntad del Señor, que es voluntad de misericordia y de perdón.
El motivo de fondo de la exhortación de Jesús a perdonar siempre es el mandamiento nuevo que Él mismo daría a sus discípulos la víspera de su muerte en la cruz: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Juan 15, 12). Precisamente Jesús es la manifestación personal del amor de Dios, que perdona siempre, y por eso el cumplimiento de este mandato corresponde a su exhortación formulada así en el Evangelio según san Mateo: “sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48), que equivale a la que encontramos en el Evangelio de Lucas: “Sean misericordiosos como su Padre es que misericordioso” (Lucas 6, 36). La perfección de Dios es la realización plena de lo Él mismo es, porque Dios es Amor (1 Juan 4, 8.16).
3.- La petición de perdón implica la disposición a perdonar
La Eucaristía es el memorial del sacrificio redentor de Cristo que entregó su vida derramando su sangre por nosotros y por toda la humanidad, como se dice en la fórmula de la consagración del vino: “para el perdón de los pecados”. Y en la oración que Jesús nos enseñó para dirigirnos al Creador (Mateo 6, 9-13), la petición “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” es la única que Él comenta inmediatamente después de recitarla: “Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes” (Mateo 6, 14). Este es el sentido de la paz que nos deseamos unos a otros dándonos la mano o un abrazo antes de pedirle a Cristo, el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” -es decir, el que carga sobre sí los pecados de toda la humanidad- que tenga piedad de nosotros y nos conceda la paz.
Renovemos entonces nuestra disposición a perdonar siempre, para que nuestra oración al Creador y nuestro saludo o abrazo de paz no sea una farsa, sino que nuestra vida cotidiana sea coherente en la práctica con lo que celebramos y expresamos en la Eucaristía. –
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J 

jueves, 17 de agosto de 2017

«¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿hasta siete veces?»

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XIX semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice...

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21. -19,1.

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara asi. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Cuando acabó Jesús estas palabras, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Comentario

a) Si ayer era la corrección fraterna, hoy Jesús, en su «sermón comunitario», sigue dando consignas sobre el perdón de las ofensas.

La propuesta de Pedro ya parecía generosa. Pero Jesús va mucho más allá: setenta veces siete significa siempre.

La parábola exagera a propósito: la deuda perdonada al primer empleado es ingente. La que él no perdona a su compañero, pequeñísima. El contraste sirve para destacar el perdón que Dios concede y la mezquindad de nuestro corazón, porque nos cuesta perdonar una insignificancia.

Lo propio de Dios es perdonar. Lo mismo han de hacer los seguidores de Jesús. El aviso es claro: «lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

b) Es el nuevo estilo de vida de Jesús, ciertamente más exigente que el de los diez mandamientos del Antiguo Testamento.

¿No es demasiado ya perdonar siete veces? ¿Y no será una exageración lo de setenta veces siete? ¿No estaremos favoreciendo que reincida el ofensor? ¿Y dónde queda la justicia? Pero Jesús nos dice que sus seguidores deben perdonar. Como él, que murió perdonando a sus verdugos. Pedro, el de la pregunta de hoy, experimentó en su propia persona cómo Jesús le perdonó su pecado.

En la Biblia, el Jubileo comportaba el perdón de las deudas y la vuelta de las propiedades a su primer dueño. Nosotros tal vez no tengamos tierras que devolver ni deudas económicas que remitir. Pero sí podemos perdonar esas pequeñas rencillas con los que conviven con nosotros. Esposos que se perdonan algún fallo. Padres que saben olvidar un mal paso de su hijo o de su hija. Amigos que pasan por alto, elegantemente, una mala pasada de algún amigo. Religiosos que hacen ver que no han oído una palabra ofensiva que se le escapó a otro de la comunidad.

En el Padrenuestro, Jesús nos enseñó a decir: «perdónanos como nosotros perdonamos». En el sermón de la montaña nos dijo lo de ir a reconciliarnos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar y lo de saludar también al que no nos saluda... Ser seguidores de Jesús nos obliga a cosas difíciles. Recordemos que una de las bienaventuranzas era: «bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».

El gesto de paz antes de ir a comulgar tiene esa intención: ya que unos y otros vamos a recibir al mismo Señor, que se entrega por nosotros, debemos estar, después, mucho más dispuestos a tolerar y perdonar a nuestros hermanos.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 263-267

martes, 21 de marzo de 2017

Si cada cual no perdona de corazón a su hermano, tampoco el Padre os perdonará

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 3ª semana de Cuaresma.

Dios nos bendice,...

Mateo 18,21-35
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?"Jesús le contesta: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano."
Comentario

El perdón en el judaísmo tenía una concepción un poco más compleja de lo que terminó siendo en el cristianismo al privilegiar el perdón sobre la conversión. Dejando de lado los debates sobre culpa, pena, penitencia, absolución, frecuencia del perdón, materia o pecado, infierno, purgatorio, podemos decir que las soluciones se quedaron cortas en muchos aspectos. En el judaísmo Dios se proclama: «Yahvéh, Yahvéh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 34:6-7).

Es una compleja combinación de los muchos elementos que implicaba quebrantar el decálogo. Si todo se cobra nadie sale indemne; si se deja impune no funciona la sociedad; las consecuencias sobre los demás son inevitables; se cosecha lo sembrado, etc. Las condiciones del perdón eran la confesión, el arrepentimiento y la resolución de abstenerse de repetir la transgresión.

Para imitar a Dios todo judío debía estar dispuesto a perdonar si se daban tales condiciones enumeradas pero el perdón no podía exigirse. Sin embargo los rabinos enseñaban que quien negaba el perdón era “cruel” y moralmente estaba obligado a orar al menos para que Dios lo perdonara. Tan necesario era que todos fueran perdonados que la fiesta principal del judaísmo, incluso hasta el día de hoy, es la fiesta del perdón (Yom-kippur) en la cual “todo el pueblo” es perdonado. Así, anualmente, se da una nueva primavera para el pueblo.

Una curiosa derivación es que mientras los cristianos podemos y debemos pedir perdón al pueblo judío por el Holocausto, ellos propiamente no pueden perdonarnos porque dicho perdón pertenece solo a Dios. Sólo es válido el perdón personal entre ofensor y ofendido por lo cual no aceptan los judíos que Jesús pueda perdonar daño hecho a otros y no a él, igual que impugnan el derecho a perdonar de los discípulos. No vale más la caricatura de que el Dios del Antiguo Testamento es de la venganza y retribución y el del Nuevo del amor y el perdón (el libro de Job es el planteamiento más radical del perdón y el sufrimiento desligado del castigo). En ambos aparecen los dos elementos, en el lenguaje profético en el Antiguo y en el escatológico en el Nuevo para el castigo; en ambos aparece la misericordia de Dios como la esperanza para el creyente.

Hoy, profetas y escatología, se entienden mejor como exhortaciones a la conversión , que tiene una dimensión mayor que el perdón. El perdón de José, hijo de Jacob, a sus hermanos, rivaliza con el del hijo pródigo en Lucas. En el Antiguo Testamento tiene Dios, como Jesús en el Nuevo, una doble naturaleza: es capaz de juzgar y recompensar a los seres humanos de acuerdo a sus acciones y también la capacidad para perdonar las debilidades y errores humanos y volverlos al puro amor. Perdonar como Dios nos perdona es conclusión esencial en las dos versiones del Padrenuestro. Lo que aquí se pide perdonar y se dispone el creyente a perdonar ha sido traducido variadamente con sentido espiritual y con sentido bastante físico. El original en griego ofelimata (Mt 6:12) ha sido traducido como deudas , ofensas, males, pecados.

Cuando Jesús predica la conversión porque llega o para que llegue el reinado de los cielos y manda a los discípulos a predicar lo mismo, el “perdón cristiano” ya se sobre entiende, al menos con el sentido de Yom-kippur. El remanente en las relaciones humanas es otro tema, tratado en otras partes en el mismo evangelio como “poner la otra mejilla”, “entregar también la capa”, “amar a los enemigos”, “vender y dar a los pobres”, “orar por los que los persiguen”, ser como sol y agua que sale y cae para todos. En el trato interpersonal la recomendación es la “corrección fraterna”. El solo perdón no lleva a estos compromisos; lo logra la conversión. El Bautista, además del bautismo y la conversión, pedía “frutos de conversión” como compartir comida y vestido, no extorsionar ni hacer falsas denuncias.

El teólogo Dietrich Bonhoeffer llama “gracia barata” la predicación del perdón sin conversión y por el contrario la auténtica gracia como “gracia costosa” porque compromete toda nuestra vida, incluso hasta la muerte. Los números que aparecen en el evangelio de hoy, siete y setenta veces siete aparecen en la protección de Caín y en el canto de Lamec a sus mujeres, como la multiplicación de la venganza cuando el mal se remedia con el mal. En el evangelio como la multiplicación del perdón cuando el mal se ataca de otra manera.

La parábola del rey que quiere ajustar cuantas ilustra el principio enunciado con un final trágico en el cual quien ha sido perdonado en lo mucho fracasa en perdonar lo poco. Es también la reafirmación de la petición de perdón en el Padrenuestro.

Rabanus Maurus, monje del siglo IIX, dio una lectura alegórica ofensiva haciendo del deudor al pueblo judío quien perdonado por Yahvéh no habría perdonado a los siervos cristianos de manera que Dios los entregó a los romanos que destruyeron su nación y Templo.

Una lectura más concorde con el comportamiento de Jesús y su misericordia es que en cualquier caso, hay que recordar que aún si volvemos a una vida mediocre luego de experimentar el perdón, Dios seguirá ahí, sosteniéndonos con amor a la espera de la conversión; no nos abandona. Es la gran noticia de Jesús: Dios no se aleja de nosotros ni siquiera cuando pecamos contra él; el balón está siempre en nuestra cancha porque cerramos el corazón a nivel personal o colectivo.

La respuesta de Jesús significa que se ha de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional; algo que no ha dejado de causar inquietud en estos veinte siglos. De muchas maneras se rebaja el rasero: que perdonar siempre, es perjudicial; que da aliciente al ofensor; que hay que exigirle primero reparación; que arruina la justicia. Todo parece razonable, pero no es lo que enseñaba, pensaba y vivía Jesús. Este no es el rey de la parábola, que empieza de manera prometedora y acaba trágicamente. El perdón del rey no logra introducir un comportamiento más compasivo entre sus subordinados; retira su perdón y entrega al siervo a los verdugos. La compasión queda anulada por todos. Ni el siervo, ni sus compañeros, ni siquiera el rey escuchan la llamada del perdón. Este ha hecho un gesto inicial, pero tampoco sabe perdonar «setenta veces siete». La parábola de Jesús es una especie de trampa en la que fracasa nuestra fe cristiana, pues ni siquiera encendemos la chispa de la conversión propia y ajena.

Apuntes del Evangelio.
Luis Javier Palacio, S.J.



lunes, 31 de octubre de 2016

“No invites a tus amigos, sino a pobres y lisiados”

 ¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la 1ª. Lectura y el Evangelio de la Santa Misa, en  este lunes de la 31ª semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice...

Carta de San Pablo a los Filipenses 2,1-4. 
Hermanos: Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. 
Evangelio según San Lucas 14,12-14.
Jesús dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".  
Comentario

La carta a los Filipenses y el Evangelio de Lucas nos invitan a la generosidad con todos y en especial con los pobres y excluidos, viéndolos como “superiores” y buscando el interés de los demás.

Cuando Jesús pide no invitar a los amigos o parientes no está proponiendo una regla sino una actitud de caridad. Jesús recuerda la tendencia de todos los tiempos y culturas a invitar a aquellos que pueden corresponder con otros favores, transformando un encuentro de amor y compartir algo tan cercano como los alimentos, en un intercambio de favores; una transacción comercial donde lo que importa es cuánto puedo sacar de provecho.

No es posible avanzar en el camino de Jesús si falla la gratuidad. Por otro lado, la propuesta de Jesús es subversiva pues invitar a personas lisiadas o limitadas en lo físico significaba romper estructuras porque estas tenían prohibido el acceso al templo por considerar que lo profanaban. Estas personas estaban excluidas de la vida social y religiosa.

Hoy somos invitados a recordar que la generosidad con el necesitado y sin buscar interés alguno, es uno de los valores del Reino. ¿Qué actitud tienes antes los necesitados? ¿Esperas reconocimiento o recompensa al dar a los demás?

Servicio Bíblico Latinoamericano 

domingo, 13 de octubre de 2013

¿Qué nos cuesta dar las gracias?

¡Amor y paz!

Casi siempre que oramos, lo hacemos pidiendo favores. Son menos las veces en que damos gracias por los favores recibidos. Cuán bueno es reconocer lo que el Señor nos da: la vida, el alimento, el techo, la salud, la familia, el amor, el trabajo… En fin, la lista puede ser interminable.

Esa ingratitud con Dios la extendemos a nuestro prójimo. No reconocemos los favores que otros nos hacen y aunque muchos no buscan recompensa, no está nada mal que manifestemos nuestra gratitud. De eso nos habla hoy el Evangelio.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 17,11-19.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
Comentario

El día de su ordenación sacerdotal, Antonio José Sarmiento, S.J. hizo una bella oración en el momento de la acción de gracias, después de la comunión. Como esto pasó hace más de veinte años, no recuerdo los detalles de su plegaria, pero no puedo olvidar que hizo referencia a la multiforme variedad de palabras que componen el campo semántico de la gratitud: Nos habló con gracejo de la gracia de su vocación; dio gracias por tantos bienes recibidos a lo largo de su vida; dijo que se sentía agradecido con Dios, con sus familiares y amigos, y con otras muchas personas que nos habíamos hecho presentes de una manera tan grata para él en este día tan especial; subrayó que se sentía profundamente congratulado y gratificado por la extraordinaria asistencia a la celebración; agradeció que su experiencia de Dios fuera tan gratificante; declaró el agrado que sentía por ser una persona particularmente agraciada por Dios; expresó su agradecimiento al coro que había hecho agradable la ceremonia; habló de la gratuidad con la que quería vivir su sacerdocio; manifestó su gratitud con el obispo y con todos los presentes; exaltó lo gratuito de la vida, observando que todo lo valioso de su existencia lo había recibido gratis; terminó afirmando que se consideraba muy gracioso, pues lograba decir grandes verdades graciosamente y que nos quería gratificar con una copa de vino y una tajada de ponqué, a la que estábamos todos invitados, gratuitamente.

El refrán popular nos recuerda que “ser agradecidos es de bien nacidos”. Por algo esta es una de las primeras cosas que los papás y mamás enseñan con mucha insistencia a sus hijos e hijas: “¿Cómo se dice?”, repiten al unísono después de que sus hijos han recibido algún regalo o han sido objeto de alguna obra buena; y los niños y niñas, antes de saber pronunciar muy bien las palabras, balbucean, como pueden, su gratitud. Tal vez esta es la enseñanza más importante del pasaje que nos trae el evangelio de este domingo, que nos presenta a un Jesús peregrino que, de camino hacia Jerusalén, pasa por entre las regiones de Samaria y Galilea: “Y llegó a una aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, los cuales se quedaron lejos de él gritando: – ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Cuando Jesús los vio, les dijo: –Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad”.

Lo curioso del pasaje que se nos presente hoy es que sólo uno, al verse limpio, “regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle gracias. Este hombre era de Samaria”. Entonces Jesús se pregunta: “¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?” Evidentemente, san Lucas quiere destacar el hecho de que los extranjeros, los que eran considerados como parias por parte el pueblo de Israel, son los que reconocen con mayor facilidad las gracias que reciben. Cuando nos sentimos con derechos y pensamos que lo que hemos recibido nos lo hemos ganado, ya sea por nuestros propios méritos o por otra razón, ya sea étnica, religiosa, cultural, política, social, económica, no reconocemos la gratuidad del don recibido.

¿Cuál es nuestra experiencia? ¿De verdad dejamos que de nuestro interior brote con frecuencia la acción de gracias por tanto bien recibido? ¿Agradecemos la luz del sol que gratuitamente nos regala Dios cada día? ¿Reconocemos la gratuidad de nuestro corazón que no descansa ni siquiera mientras dormimos? ¿Decimos gracias por las maravillas de la amistad y la ternura que no se cobran? ¿Nos sentimos gratificados por todo lo gratuito y gracioso de la vida? No olvidemos nunca que el campo semántico de la gratitud es muy variado.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

domingo, 14 de julio de 2013

“Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XV Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 10,25-37. 
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera". 
Comentario

Hace varios años, en una asamblea familiar en el barrio El Consuelo, leímos la parábola del buen samaritano que nos presenta la liturgia este domingo. Después de escuchar el texto bíblico, le pregunté a los presentes qué habían entendido. Una señora bastante mayor tomó la palabra y recapituló el contenido de la parábola diciendo: «Resulta que un hombre iba por un camino y fue asaltado por unos ladrones que lo dejaron medio muerto. Poco tiempo después pasó por allí un sacerdote y al ver al herido, dio un rodeo y siguió su camino. Luego pasó un jesuita e hizo lo mismo. Luego pasó un samaritano y se compadeció del herido, lo curó y lo ayudó». Todos los presentes quedamos impresionados con el excelente resumen que nos había hecho la señora. Lo único que hubo que corregir fue que el segundo personaje que dio un rodeo para esquivar al herido no había sido un jesuita sino un levita. Pequeña diferencia, pero significativa, teniendo en cuenta que yo estaba allí presente.

Cuando leemos esta parábola, tenemos la tentación de pensar en los malos que dieron un rodeo para no ayudar a este hombre. Su comportamiento nos parece el colmo. Nos escandalizamos interiormente de esa falta de sensibilidad y solidaridad. Lo que hizo el Espíritu Santo, a través de esta señora, fue proponerme la pregunta por mi prójimo de una manera cruda y directa. La pregunta me quedó clavada entre el corazón y las tripas. Eso mismo sintieron todos los presentes esa noche. Dios nos estaba invitando a revivir la escena, no desde la barrera, sino haciéndonos un personaje más, implicándonos vitalmente en la parábola. Tuvimos que reconocer que más de una vez habíamos seguido de largo ante los heridos que Dios había puesto en nuestro camino. Un pequeño lapsus que no dejó de cuestionarnos hondamente.

Junto a esto, hay otro elemento que me parece que suele perderse de vista con cierta facilidad al leer esta parábola. Normalmente pensamos que fue el buen samaritano el que salvó al herido. Sin embargo, aunque esto es parte de la verdad, no es sino la mitad de ella. La verdad completa es que el herido también salvó al samaritano, pues fue él quien hizo posible que este hombre, considerado despreciable por los judíos, hubiera permitido brotar de su interior lo mejor de sí mismo, haciéndose prójimo de su hermano maltratado y despojado por los bandidos. Podríamos decir que el sacerdote y el levita no se dejaron salvar por el herido. Despreciaron esta maravillosa oportunidad que Dios les daba para hacerse mejores seres humanos, a la medida de Dios.

No olvidemos que toda esta historia la contó Jesús para explicarle a un mañoso maestro de la ley, que venía a ponerlo a prueba para ver si sabía qué se debía hacer para alcanzar la vida eterna. El hombre sabía muy bien lo que debía hacer: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero para enredar al Señor, le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” Entonces vino la historia.

Pidamos para que nosotros no nos vayamos a enredar con elucubraciones sobre quién es nuestro prójimo y reconozcamos que muchas veces hemos hecho rodeos para no encontrarnos con los prójimos malheridos que no sólo habríamos podido salvar, sino que se habrían podido convertir en nuestra mayor fuente de salvación.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
 * Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá