jueves, 29 de diciembre de 2016

“El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este 5º día de la octava de Navidad.

Dios nos bendice...

Epístola I de San Juan 2,3-11. 
Queridos hermanos: La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos. El que dice: "Yo lo conozco", y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Esta es la señal de que vivimos en él. El que dice que permanece en él, debe proceder como él. Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que ustedes oyeron. Sin embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en él como en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz. El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido. 
Salmo 96(95),1-2a.2b-3.5b-6. 


Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre.

Día tras día, proclamen su victoria.
Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.

No son más que apariencia,
en su presencia hay esplendor y majestad,
en su Santuario, poder y hermosura.

Evangelio según San Lucas 2,22-35. 

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".  
Comentario

a) La carta de Juan nos ha señalado un termómetro para evaluar nuestra celebración de la Navidad: podremos decir que hemos entrado en la luz del Hijo de Dios que ha venido a nuestra historia si estamos progresando en el amor a los hermanos. «Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza». Si no, todavía estamos en las tinieblas, y la Navidad habrá sido sólo unas hojas de calendario que pasan.

Es un razonamiento que no necesita muchas explicaciones. Navidad es luz y es amor, por parte de Dios, y debe serlo también por parte nuestra. Claro que la conclusión lógica hubiera sido: «también nosotros debemos amar a Dios». Pero en la lógica de Jesús, que interpreta magistralmente Juan, la conclusión es: «debemos amarnos los unos a los otros».

Porque el amor de Dios es total entrega: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todos tengan vida eterna». El mismo Jesús (Jn 13,34) relaciona las dos direcciones del amor: «yo os he amado: amaos unos a otros».

b) Se nos invita, por tanto, a que no haya distancia entre lo que decimos creer, lo que celebramos en laNavidad, y lo que vivimos en nuestro trato diario con los demás. «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él»: el Jesús a quien estamos celebrando como nacido en nuestra familia, es el Jesús que nos ha enseñado a vivir, con su palabra y sobre todo con sus hechos. La Navidad nos está pidiendo seguimiento, no sólo celebración poética.

Habría bastante más luz en medio de las tinieblas de este mundo, si todos los cristianos escucháramos esta llamada y nos decidiéramos a celebrar la Navidad con más amor en nuestro pequeño 0 grande círculo de relaciones personales.

c) También el evangelio nos conduce a una Navidad más profunda. El anciano Simeón nos invita, con su ejemplo, a tener «buena vista», a descubrir, movidos por el Espíritu, la presencia de Dios en nuestra vida. Él la supo discernir en una familia muy sencilla que no llamaba a nadie la atención. Reconoció a Jesús y se llenó de alegría y lo anunció a todos los que escuchaban. En los mil pequeños detalles de cada día, y en las personas que pueden parecer más insignificantes, nos espera la voz de Dios, si sabemos escucharla.

Además, Simeón nos dice a nosotros, como se lo dijo a María y José, que el Mesías es signo de contradicción. Como diría más tarde el mismo Jesús, él no vino a traer paz, sino división y guerra: su mensaje fue en su tiempo y lo sigue siendo ahora, una palabra exigente, ante la que hay que tomar partido, y en una misma familia unos pueden aceptarle y otros no.

Nosotros somos de los que creemos en Cristo Jesús. De los que celebramos la Navidad como fiesta de gracia y de comunión de vida con él. Pero también debemos ser más claramente «hijos de la luz» y vivir «como él vivió», no sólo de palabra, sino de obras.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 .Págs. 119 ss.