martes, 4 de agosto de 2009

“TRANQUILÍCENSE, SOY YO; NO TEMAN”

¡Amor y paz!

Después de la multiplicación de los panes, Jesús despide a la multitud, insta a sus discípulos a pasar a la otra orilla y sube a la montaña a orar a solas. Él es un maestro de oración: lo hace siempre, en todas las horas, especialmente antes de pruebas como las que relata hoy el Evangelio.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, nosotros debemos orar siempre y hacerlo de muchas maneras, especialmente, con la Palabra de Dios. Pero para que su lectura y meditación nos aproveche, tenemos que dejar a un lado y durante unos momentos las ocupaciones y preocupaciones y ponernos ante la presencia de Dios. Debemos tomar conciencia de que no es cualquier texto el que vamos a leer y meditar: es nada menos que el escrito más importante al que podamos tener acceso, porque la Palabra de Dios verdaderamente nos alimenta, nos guía y transforma nuestra vida, si la aprovechamos.

Se trata de establecer un diálogo con el Señor que te habla hoy a ti a través de su Palabra y a la que tú respondes con tu reflexión, tu oración y con tus actos.

De tal manera, te recomiendo que antes de leer, ojala diariamente, el Evangelio, te dispongas convenientemente y hagas la siguiente oración u otra parecida:

Señor Jesús: envíame tu Santo Espíritu para que abra mis ojos, mis oídos, mi mente y mi corazón a fin de que lea y escuche tu Palabra y pueda comprenderla, asimilarla y hacerla vida. Fortalece mi fe en Ti y en tu Palabra para que te conozca más y te ame más y ella me guíe por el camino del bien. Amén.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 14,22-36.

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

REFLEXIÓN

El pasaje que hoy leemos nos muestra elementos importantes para nuestra vida cristiana. El primero es la necesidad de la oración de contemplación: A solas con Dios nuestro Padre a ejemplo de Jesús que, como Moisés, sube solo a la montaña para estar cara a cara con Dios. Reza a su Padre para superar la tentación de la fama (ha hecho tanto bien); de la soberbia, no vino para que lo hagan rey, como mesías terreno (cf. Jn 6,14s), aunque sabe que oponerse a esas expectativas le provocará una tempestad de oposición. Todos necesitamos este momento diariamente si no queremos perder el rumbo hacia el Reino. Con la oración vencemos en medio de nuestra debilidad; sin ella, estamos derrotados.

El segundo elemento, y central para nuestra vida cristiana, es el hecho de que Pedro pide a Jesús caminar sobre las aguas. Aquí se ilustra la difícil situación del discípulo de Cristo en el mundo y por lo tanto de nosotros creyentes en Él. Esta vivencia de Pedro representa la forma de caminar hacia Cristo de cualquiera de nosotros, de cualquier cristiano en medio de una tempestad: somos sostenidos por el poder del Señor y nos hundimos debido a la debilidad de nuestra propia fe. Debemos identificarnos con Pedro, que grita: “¡Señor, sálvame! (8,25; Sal 69,1-3). Jesús, también nos salva tendiéndonos la mano y agarrándonos.

No olvidemos que la victoria es fruto únicamente de la fe en Jesús salvador (v. 30); fe que excluye cualquier sentimiento de confianza en sí mismo, de entusiasmo inútil, de temor o de duda; que es grito de ayuda y de confianza en Aquel que puede salvar. Con frecuencia en la vida tenemos que caminar sobre las aguas tempestuosas del sufrimiento físico o moral, entre vientos de oposiciones violentas. No dudemos de Él, Jesús no permitirá que la prueba supere nuestras fuerzas (1Cor 10,13). Finalmente, iluminada nuestra fe con la oración constante, podremos fortalecerla y hacerla crecer con nuestras buenas obras, como Jesús en Genesaret, sanando enfermos.

Servicio Bíblico Latinoamericano
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