¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Domingo VI (A)
del tiempo ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Mateo 5, 17-37
17 »No
crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a
ponerles fin, sino a darles su pleno valor. 18 Pues les
aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, no se le quitará a la ley ni
un punto ni una letra, hasta que todo llegue a su cumplimiento. 19 Por
eso, el que no obedece uno de los mandatos de la ley, aunque sea el más
pequeño, ni enseña a la gente a obedecerlo, será considerado el más pequeño en
el reino de los cielos. Pero el que los obedece y enseña a otros a hacer lo
mismo, será considerado grande en el reino de los cielos.
20 »Porque
les digo a ustedes que, si no superan a los maestros de la ley y a los fariseos
en hacer lo que es justo ante Dios, nunca entrarán en el reino de los cielos.
21 »Ustedes
han oído que a sus antepasados se les dijo: “No mates, pues el que mate será
condenado.” 22 Pero yo les digo que cualquiera que se enoje
con su hermano, será condenado. Al que insulte a su hermano, lo juzgará la
Junta Suprema; y el que injurie gravemente a su hermano, se hará merecedor del
fuego del infierno.
23 »Así
que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra
ti,24 deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a
ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu
ofrenda.
25 »Si
alguien te lleva a juicio, ponte de acuerdo con él mientras todavía estés a
tiempo, para que no te entregue al juez; porque si no, el juez te entregará a
los guardias y te meterán en la cárcel. 26 Te aseguro que no
saldrás de allí hasta que pagues el último centavo.
27 »Ustedes
han oído que se dijo: “No cometas adulterio.” 28 Pero yo les
digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con
ella en su corazón.
29 »Así
pues, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti;
es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo sea
arrojado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te hace caer en
pecado, córtatela y échala lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de
tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo vaya a parar al infierno.
31 »También
se dijo: “Cualquiera que se divorcia de su esposa, debe darle un certificado de
divorcio.” 32 Pero yo les digo que si un hombre se divorcia de
su esposa, a no ser en el caso de una unión ilegal, la pone en peligro de
cometer adulterio. Y el que se casa con una divorciada, comete adulterio.
33 »También
han oído ustedes que se dijo a los antepasados: “No dejes de cumplir lo que
hayas ofrecido al Señor bajo juramento.” 34 Pero yo les digo:
simplemente, no juren. No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni
por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la
ciudad del gran Rey. 36 Ni juren ustedes tampoco por su propia
cabeza, porque no pueden hacer blanco o negro ni un solo cabello. 37 Baste
con decir claramente “sí” o “no”. Pues lo que se aparta de esto, es malo.
Comentario
Jesús no vino a
suprimir la ley judía, ni las enseñanzas de los profetas de Israel. Jesús vino
a llevar esta enseñanza a su plenitud, que es la ley del amor. El texto del
evangelio que nos presenta hoy la liturgia, está marcado por esta alternancia
entre lo que decía la ley del Antiguo Testamento, y lo que Jesús propone de
parte de Dios, fundamentado solamente en el amor. Se trata de un cambio que no
elimina el momento anterior, sino que, conteniéndolo, lo supera. Va mucho más
allá de lo que los mismos profetas hubieran querido y más allá de lo que la ley
pretendía alcanzar, en lo que toca a la regulación de las relaciones entre las
personas y con Dios.
Muchos
seguidores de Jesús hubieran disfrutado mucho si Jesús hubiera acabado con todo
lo pasado. De la misma manera, había muchos otros que hubieran querido un
Mesías que no los hiciera cambiar nada de sus tradiciones y costumbres.
Conservar todo o cambiarlo todo, son dos extremos que se juntan. Los radicales
que no aceptan nada de lo pasado y los radicales que se apegan a las
tradiciones porque ‘así se ha hecho siempre’, están hechos con el mismo
material dogmático y cerrado.
En la Iglesia de
hoy, encontramos también estas dos tendencias que se encontró Jesús en su
tiempo. Hay quienes quieren que no les cambien nada de lo que han pensado y
hecho toda su vida. Y hay otros que quieren que todo se reforme o se cambie de
modo radical. La propuesta de Jesús es vivir desde la plenitud y la libertad
del amor. En esta perspectiva, quisiera ofrecer hoy apartes de una reflexión
que me parece muy sugerente. Se trata de un escrito del famoso y polémico
teólogo católico, Hans Küng sobre su permanencia en la Iglesia. Cuando fue
sancionado por el Vaticano y le suspendieron su cátedra de teología en una
universidad católica, había personas que le preguntaban por qué seguía en la
Iglesia y por qué no abandonaba su sacerdocio. Su respuesta fue esta:
“Habiendo
asistido a horas mejores, ¿debía yo abandonar el barco en la tempestad y dejar
a los demás con los que he navegado hasta ahora que se enfrentarán al viento,
extraerán el agua y lucharán por la supervivencia? He recibido demasiado en la
comunidad de fe para poder defraudar ahora a aquellos que se han comprometido
conmigo. No quisiera alegrar a los enemigos de la renovación, ni avergonzar a
los amigos… Pero no renunciaré a la eficacia EN la Iglesia. Las alternativas
–otra Iglesia, sin Iglesia– no me convencen: los rompimientos conducen al
aislamiento del individuo o a una nueva institucionalización. Cualquier
fanatismo lo demuestra (…)”.
“Mi respuesta
decisiva sería: permanezco en la Iglesia porque el asunto de Jesús me ha
convencido, y porque la comunidad eclesial en y a pesar de todo fallo ha sido
la DEFENSORA DE LA CAUSA DE JESUCRISTO y así debe seguir siendo. La posibilidad
efectiva dependerá de que en algún lugar un párroco predique a este Jesús; un
catequista enseñe cristianamente; un individuo, una familia o una comunidad
recen seriamente, sin frases; de que se haga un bautismo en nombre de
Jesucristo; se celebre la Cena de una comunidad comprometida y que tenga
consecuencias en lo cotidiano; se prometa misteriosamente por la fuerza de Dios
el perdón de los pecados; de que en el servicio divino y en el servicio humano,
en la enseñanza y en la pastoral, en la conversación y en la diaconía el
Evangelio sea predicado, pre-vivido y post-vivido de verdad. En pocas palabras,
se realiza el verdadero seguimiento de Cristo; el «asunto de Jesucristo» es
tomado en serio. (…) ”.
Que estas
palabras nos ayuden a reflexionar sobre nuestra apertura al amor que Jesús vino
a proponer, para llevar a plenitud la ley y los profetas.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá