¡Amor y paz!
La alabanza hacia María es
doble: como madre del Señor y como creyente. Quedan reunidas aquí las dos
bendiciones que encontramos en Lc 11, 27-28: una en boca de una mujer sobre la
maternidad y la otra de Jesús sobre los que creen. Igualmente se acentúan en
toda la escena los aspectos de gozo y de felicidad como señales del nuevo
tiempo mesiánico que empieza (Joan Naspleda).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este IV Domingo de Adviento.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 1,39-45.
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Dichosa tú por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
Comentario
No sé si habrá sido cierto
o no, pero cuentan que en un vuelo trasatlántico, un venerable sacerdote, que
regresaba de una peregrinación a tierra santa, entabló conversación con su
vecino de asiento. La charla estuvo muy animada y duró gran parte del viaje.
Cuando el viajero desconocido supo que el sacerdote era el cura párroco de una
conocida parroquia en la ciudad donde él iba a estar unos días de
trabajo, le ofreció ir el domingo a cantar en la misa mayor. El cura se excusó
diciéndole que tenían un coro muy bien organizado y que no veía conveniente
desplazarlo de sus funciones precisamente en la eucaristía más concurrida de
toda la semana. Agradeció la gentileza del viajero, pero rechazó la oferta.
Al llegar al aeropuerto de
su ciudad, después de haber hecho el proceso de migración y de haber recogido
las maletas, el sacerdote salió del aeropuerto y vio a su vecino de asiento
respondiendo a una multitud de periodistas con cámaras fotográficas y de
televisión y toda clase de micrófonos. Picado por la curiosidad sobre la
identidad de su compañero de vuelo, se acercó al primer transeúnte que se le
cruzó y le preguntó si por casualidad sabía quién era ese señor que estaban
entrevistando; “–Claro que se quién es. Se trata de un famoso tenor que viene a
la ciudad a ofrecer una serie de conciertos. Se llama Luciano Pavarotti”.
Poco después de que María
dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra”, ella
salió “de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea” a visitar a su
prima Isabel, que estaba esperando a Juan el Bautista. Este encuentro sencillo
de amistad, marcado por la acción de Dios en ambas mujeres, refleja la
confianza de la Virgen María en la promesa que había recibido de parte de Dios.
Ella creyó en la promesa que se le hizo de que sería la Madre del Salvador: “El
ángel le dijo: –María no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora
vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un
gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará
Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de
Jacob. Su reinado no tendrá fin” (Lucas 1, 30-33).
Una promesa como esta no
es fácil de creer. Por eso, su prima Isabel le dijo: “–¡Dios te ha bendecido
más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para que
venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi
hijo se estremeció de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que
han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”.
Pidamos para que en este
tiempo de Adviento, crezca en nosotros esa esperanza en que las promesas del
Señor se cumplirán. Que el Señor no permita que nos contagiemos de la
desconfianza que pulula hoy por todas partes. Las promesas que hemos escuchado
en este tiempo son incontables.
La pregunta es si las hemos escuchado como
promesas electoreras que no entusiasman, o como promesas del Señor que siempre
cumple su palabra. Porque nos puede pasar lo que le pasó al sacerdote de la
historia, que se queda sin escuchar a Pavarotti por no confiar en lo que le
ofrecían.
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.
Sacerdote jesuita, Decano
académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana –
Bogotá