¡Amor y paz!
Se van sucediendo, en el
primer capítulo de Marcos, los diversos episodios de curaciones y milagros de
Jesús. Hoy, la del leproso: «sintiendo lástima, extendió la mano» y lo curó. La
lepra era la peor enfermedad de su tiempo. Nadie podía tocar ni acercarse a los
leprosos. Jesús sí lo hace, como protestando contra las leyes de esta
marginación.
El evangelista presenta,
por una parte, cómo Jesús siente compasión de todas las personas que sufren. Y
por otra, cómo es el salvador, el que vence toda manifestación del mal:
enfermedad, posesión diabólica, muerte. La salvación de Dios ha llegado a
nosotros.
El que Jesús no quiera que
propalen la noticia -el «secreto mesiánico»- se debe a que la reacción de la
gente ante estas curaciones la ve demasiado superficial. Él quisiera que, ante
el signo milagroso, profundizaran en el mensaje y llegaran a captar la
presencia del Reino de Dios. A esa madurez llegarán más tarde.
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario,
en este jueves de la 1ª. Semana de
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 1,40-45.
Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
Comentario
Para cada uno de nosotros
Jesús sigue siendo el liberador total de alma y cuerpo. El que nos quiere
comunicar su salud pascual, la plenitud de su vida.
Cada Eucaristía la
empezamos con un acto penitencial, pidiéndole al Señor su ayuda en nuestra
lucha contra el mal. En el Padre nuestro suplicamos: «Líbranos del mal». Cuando
comulgamos recordamos las palabras de Cristo: «El que me come tiene vida».
Pero hay también otro
sacramento, el de la Penitencia o Reconciliación, en que el mismo Señor
Resucitado, a través de su ministro, nos sale al encuentro y nos hace
participes, cuando nos ve preparados y convertidos, de su victoria contra el
mal y el pecado.
Nuestra actitud ante el
Señor de la vida no puede ser otra que la de aquel leproso, con su oración
breve y llena de confianza: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y oiremos, a
través de la mediación de la Iglesia, la palabra eficaz: «quiero, queda
limpio», «yo te absuelvo de tus pecados».
La lectura de hoy nos
invita también a examinarnos sobre cómo tratamos nosotros a los marginados, a
los «leprosos» de nuestra sociedad, sea en el sentido que sea. El ejemplo de
Jesús es claro. Como dice una de las plegarias Eucarísticas: «Él manifestó su
amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores.
El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano» (plegaria
eucarística V/c). Nosotros deberíamos imitarle: «que nos preocupemos de
compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las
esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación»
(ibídem).
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 28-32
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 28-32