lunes, 22 de abril de 2013

Escuchemos la voz del Señor

¡Amor y paz!

¿Cuál es el pastor que nos congrega? ¿Cuál es el que guía nuestros pasos? Porque si es Jesucristo escuchamos su voz y hacemos caso a su Palabra. Cuidado no sea que quien guía nuestra vida sea un ladrón o un salteador, como los que denuncia hoy el Señor en su Evangelio. 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la IV Semana de Pascua.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 10,1-10.
«En verdad les digo: el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún otro lado, ése es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El cuidador le abre y las ovejas escuchan su voz; llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas sus ovejas, empieza a caminar delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. A otro no lo seguirían, sino que huirían de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús usó esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Jesús, pues, tomó de nuevo la palabra: En verdad les digo que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido eran ladrones y malhechores, y las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud.
Comentario

En tan sólo cinco palabras se manifiesta claramente el sentido profundo de la relación del alma con Cristo: escuchar la voz del Señor.

La intimidad con Cristo, la oración, no consiste en elaborar ingeniosos y elegantes discursos o en hacer elevadas reflexiones espirituales. Ni siquiera se trata de enunciar muchos ruegos o peticiones. Se trata más bien de hacer silencio en lo íntimo del alma. Recoger el alma dentro de sí...

Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte. Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las del Buen Pastor. Saber escapar, (como un ladrón), de la frivolidad de la imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la charlatenería.

Amar el silencio y la soledad como el precioso santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. 

Ya en una ocasión, durante la Transfiguración, la voz del Padre desde la luminosa nube nos decía: “Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco. Escuchadle”. Ahora es Cristo mismo, nuestro pastor, quien nos invita a sentarnos junto a sus pies, con la docilidad y mansedumbre de un cordero y escuchar su palabra.

Fuente: Catholic.net
Autor: Juan Guillermo Delgado