¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este martes 7 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Eclo 2,1-11):
Hijo, si te
acercas a servir al Señor, permanece firme en la justicia y en el temor, y
prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties
en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas
enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad
y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a
Dios en el horno de la humillación.
Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que
teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis.
Los que teméis al Señor, confiad en él, y no se retrasará vuestra recompensa.
Los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo eterno y misericordia. Los que
teméis al Señor, amadlo y vuestros corazones se llenarán de luz. Fijaos en las
generaciones antiguas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?, o
¿quién perseveró en su temor y fue abandonado?, o ¿quién lo invocó y fue
desatendido? Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados
y salva en tiempo de desgracia, y protege a aquellos que lo buscan
sinceramente.
Salmo responsorial: 36
R/. Encomienda tu camino al Señor, y él actuará.
Confía en el Señor y haz el bien, habitarás tu tierra y
reposarás en ella en fidelidad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que
pide tu corazón.
El Señor vela por los días de los buenos, y su herencia durará siempre; no se
agostarán en tiempo de sequía, en tiempo de hambre se saciarán.
Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama
la justicia y no abandona a sus fieles. Los inicuos son exterminados, la
estirpe de los malvados se extinguirá.
El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor
los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen
a él.
Versículo antes del Evangelio (Gál 6,14):
Aleluya. No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 9,30-37):
En aquel tiempo,
Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se
supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será
entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto
resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais
por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí
quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno
quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y
tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les
dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que
me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».
Comentario
Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que
están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que
«le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la
voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos
de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos
hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por
nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al
que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.
Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles, todavía demasiado
ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: «No
entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el camino iban discutiendo
quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se
atreven a hacerle ninguna pregunta.
Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de
todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido
identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos
abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir
caminando.
Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney:
«Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros,
siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos,
que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña
con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un principio duros para entender, después
de la Cruz y de la Resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de
su Dios. Y, acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para
que Jesús crezca en ellos y en el mundo.
Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
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