¡Amor y paz!
Todos conocemos aquel
refrán que dice que “Desde que se hicieron
las excusas, nadie queda mal”. Y pueda que este dicho sirva en muchos
casos, pero no para la invitación que nos hace el Señor a participar en
el ‘banquete del Reino de Dios”.
¿Qué es más importante, acaso, que participar en
el reinado de Dios? ¿El ejercicio y disfrute del poder terrenal? ¿La tenencia y
usufructo de los bienes materiales? ¿Cualquiera de las una y mil formas de
placer que tiene el hombre a su disposición? ¡En manera alguna! Es que, como se
pregunta Jesús en otro aparte del evangelio, ¿de que le sirve al hombre
ganar el mundo entero si pierde su alma? (Mt 16, 26).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, en este martes de la XXXI semana
del tiempo ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 14,15-24.
Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: "¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!". Jesús le respondió: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: 'Vengan, todo está preparado'. Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes'. El segundo dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes'. Y un tercero respondió: 'Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir'. A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: 'Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos'. Volvió el sirviente y dijo: 'Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar'. El señor le respondió: 'Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena'".
Comentario
a) Sigue el clima de una
comida (¡la de cosas que pasaban en las comidas en las que participaba Jesús!).
Esta vez propone Jesús la parábola de los invitados al banquete del Reino.
La alusión debía ser muy
clara: los del pueblo de Israel eran los que antes que nadie recibieron la
invitación para el "banquete del Reino de Dios". Pero, cuando llegó
la hora, rehusaron asistir, poniendo excusas: la compra de un campo o de unos
bueyes, la boda reciente.
Pero Dios no cierra la
puerta del convite: invita a otros, los que los israelitas consideraban
"pobres, lisiados, ciegos y cojos". Dios quiere "que se le llene
la casa". Ya que no han querido los titulares de la invitación, que la
aprovechen otros.
b) ¿Son sólo los
israelitas los ingratos, que no saben aprovechar la invitación y se
autoexcluyen del banquete?
Cada uno de nosotros
debería hacerse un chequeo -una ecografía de intenciones y de corazón- para ver
si mereceríamos también la queja de Jesús por no haber sabido aprovechar su
invitación.
Si nos invitaran a hacer
penitencia o a un trabajo enorme, se podría entender la negativa. Pero nos
invita a un banquete. A la felicidad, a la alegría, a la salvación. ¿Cómo es
que no sabemos aprovechar esa inmensa suerte, mientras que otros, mucho menos
favorecidos que nosotros, saben responder mejor a Dios? Cuando Lucas escribía
este evangelio, ya se veía que Israel, al menos en su mayoría, había rechazado
al Mesías, mientras que otros muchos, procedentes del paganismo, sí lo
aceptaban.
La Palabra de Dios que
escuchamos, su perdón, su gracia, la fe que nos ha dado, la comunidad eclesial
a la que pertenecemos, los sacramentos, la Eucaristía, el ejemplo de tantos
Santos y Santas, el ejemplo también de tantas personas que nos estimulan con su
fidelidad: ¿no estamos desperdiciando las invitaciones que nos envía
continuamente Dios? ¿Qué excusas esgrimo para no darme por enterado? ¿Hago como
los niños que no aceptaban ni la música alegre ni la triste? ¿O como los que no
acogieron ni al Bautista, por austero, ni a Jesús, por demasiado humano? Cuando
llegue la hora del banquete, Irán delante de nosotros Zaqueo, y la Magdalena, y
el buen ladrón, y la adúltera: ellos no eran oficialmente tan buenos como
nosotros, pero aceptaron agradecidos y gozosos la invitación de Jesús.
En cada Eucaristía somos
invitados a participar de este banquete sacramental, que es anticipo del
definitivo del cielo: "dichosos los invitados a la cena del Señor"
(en latín, "a la cena de bodas del Cordero"). Celebrar la Eucaristía
debe ser el signo diario de que celebramos también todos los demás bienes que
Dios nos ofrece.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 245-248
www.mercaba.org
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 245-248