¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a hacer la lectio divina del
Evangelio correspondiente a este sábado antes de la Epifanía.
Dios nos bendice...
Lectio
Divina: Juan 1,35-42
Lectio
Sábado,
4 de enero de 2020
1.
Oración
Oh
Padre, Tú que eres Dios omnipotente y misericordioso, acoge la oración de
nosotros tus hijos; el Salvador que tú has enviado, luz nueva al horizonte del
mundo, surja y brille sobre toda nuestra vida. Él es Dios…
2.
Lectura
Del
Evangelio según San Juan 1, 35-42
35
Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos.
36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» 37 Los dos
discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. 38Jesús se volvió, y al
ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí -
que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» 39 Les respondió: «Venid
y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día.
Era más o menos la hora décima. 40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno
de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41Este se encuentra
primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que
quiere decir, Cristo. 42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en
él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que
quiere decir, "Piedra".
3.
Meditación
*
En el primer capítulo de su Evangelio, Juan nos conduce a través de una especie
de viaje temporal, en una semana, con tres repeticiones de la expresión “al día
siguiente” (vv. 29, 35 y 43). Nuestro pasaje nos ubica en el segundo de estos
momentos, el central, y por lo tanto el más importante, caracterizado por el
itinerario físico y espiritual que hacen los primeros discípulos de Juan hacia
Jesús. Es el “día siguiente” del encuentro, de la elección, del seguimiento.
*
Nuestra escena está atravesada de manera muy viva por el intercambio
intenso de miradas: de Juan hacia Jesús (v. 35); de Jesús a los dos discípulos
(v. 38); de los discípulos a Jesús (vv. 38-39); y finalmente es Jesús el que
dirige nuevamente su mirada a nosotros, en la persona de Pedro (v. 42).
El evangelista utiliza verbos diferentes, pero todos cargados de distintos matices, de intensidad; no se trata de miradas superficiales, distraídas, fugaces, sino más bien de contactos profundos, intensos, que parten del corazón, del alma. Es así que Jesús, el Señor, mira a sus discípulos y nos mira a nosotros; es así también que nosotros deberíamos aprender a mirarlo a Él. De manera especial es bello el verbo que abre y cierra el pasaje: “fijar la mirada”, que significa literalmente “mirar dentro”.
*
Jesús está caminando por el mar, por las orillas de nuestra vida; es así
que Juan lo retrata, lo fija, usando el verbo en el participio para decirnos
que, en el fondo, Jesús aún hoy está pasando a nuestro lado, como en aquel día.
También Él puede visitar y atravesarse en nuestras vidas; nuestra tierra puede
acoger las huellas de sus pasos.
* Talvez el centro del pasaje se encuentra precisamente en el movimiento de Jesús; primero Él camina, luego se vuelve y se detiene, con la mirada, con el corazón, en la vida de los dos discípulos. Jesús “se vuelve”, es decir, cambia, se adapta, deja su condición de antes y asume otra. Jesús aquí se nos revela como Dios encarnado, Dios que ha descendido en medio de nosotros, hecho hombre. Se ha vuelto del seno del Padre y se ha dirigido a nosotros.
* Talvez el centro del pasaje se encuentra precisamente en el movimiento de Jesús; primero Él camina, luego se vuelve y se detiene, con la mirada, con el corazón, en la vida de los dos discípulos. Jesús “se vuelve”, es decir, cambia, se adapta, deja su condición de antes y asume otra. Jesús aquí se nos revela como Dios encarnado, Dios que ha descendido en medio de nosotros, hecho hombre. Se ha vuelto del seno del Padre y se ha dirigido a nosotros.
*
Es bello ver cómo el Señor nos hace participar en sus movimientos, en su propia
vida; Él, de hecho, invita a los dos discípulos a “venir a ver”. No se puede
estar detenido cuando se ha encontrado al Señor; su presencia nos pone en
movimiento, nos hace levantar de nuestras viejas posiciones y nos hace correr.
Tratemos de recoger todos los verbos que hacen referencia a los discípulos en
este pasaje: “siguieron” (v. 37); “le seguían” (v. 38); “fueron… vieron… se
quedaron con Él” (v. 39).
*
La primera parte del pasaje se cierra con la experiencia bellísima de los
primeros dos discípulos que se quedaron con Jesús; lo han seguido, han entrado
en su casa y se han quedado allí con Él. Es el viaje de la salvación, de la
verdadera felicidad, que se ofrece también a nosotros. Basta solamente con
aceptar quedarse, con ser firmes, decididos, estar enamorados, sin ir de acá para
allá, hacia uno u otro maestro del momento, uno u otro nuevo amor de la vida.
Porque cuando está Jesús, el Señor, cuando hemos sido invitados por Él,
realmente no hace falta nada.
4.
Algunas preguntas
*
El relato temporal de esta parte del Evangelio, con sus “al día siguiente” nos
hace entender que el Señor no es una realidad abstracta y distante, sino que Él
entra en nuestros días, en nuestros años que pasan, en nuestra existencia
concreta. ¿Me siento dispuesto a abrir a Él mi tiempo, a compartir con él mi
vida? ¿Estoy listo a entregar en sus manos mi presente, mi futuro, para que sea
Él quien guíe cada “día siguiente” de mi vida?
*
Los discípulos realizan un bellísimo camino espiritual, evidenciado por los
verbos “oyeron, siguieron, vieron, se quedaron”. ¿No deseo, yo también,
comenzar esta bella aventura con Jesús? ¿Tengo los oídos abiertos para oír,
para escuchar con profundidad y así yo también poder dar la misma respuesta
positiva al Amor del Padre que desea llegar a mí? ¿Siento nacer en mí el gozo
de poder comenzar un camino nuevo, caminando detrás de Jesús? ¿Tengo los ojos
del corazón totalmente abiertos como para comenzar a ver lo que realmente
sucede dentro de mí y a mi alrededor, y para reconocer en cada acontecimiento
la presencia del Señor?
*
Pedro recibe un nombre nuevo por parte de Jesús; su vida se ve completamente
transformada. ¿Me atrevo, hoy, a entregar al Padre mi nombre, mi vida, mi
persona toda, así como es, para que Él pueda generarme de nuevo como hijo, como
hija, llamándome con el nombre que él, en su infinito Amor, ha pensado para mí?
5.
Oración final
El
Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar, y me conduce hacia aguas frescas.
Conforta mi alma, me guía por el camino justo
por amor de su nombre.
Aunque camine por valles oscuros,
no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo.
en verdes praderas me hace reposar, y me conduce hacia aguas frescas.
Conforta mi alma, me guía por el camino justo
por amor de su nombre.
Aunque camine por valles oscuros,
no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo.
(del
Salmo 23)
Orden de los Carmelitas