lunes, 13 de julio de 2009

«EL QUE PIERDA SU VIDA POR MÍ, LA ENCONTRARÁ»

¡Amor y paz!

Las duras frases que utiliza Jesús hoy (Lunes 15º. del T.O.) nos pueden parecer contradictorias, porque esta vez Él nos habla de espada, de enfrentamiento, de enemistad. Sin embargo, no deben tomarse al pie de la letra y menos deben guiarnos para justificar un posible temperamento desabrido o violento hacia las personas con quienes convivimos.

No, estas frases se refieren a ciertas circunstancias en nuestra existencia, en las que hay que decidirse y tomar partido por Dios y por su causa, por Jesús: ser buen cristiano y seguir a Jesús, puede provocar la oposición de nuestros parientes y amigos. En todo caso, ¡Jesús nos pide que seamos capaces de preferirlo!


Y, como veíamos ayer domingo, el seguidor de Cristo, deber ser libre y optar por Jesús en libertad. Optar significa que no seamos ‘cristianos de domingo’, para luego engañar en nuestro trabajo, defraudar a nuestros amigos o servirnos de nuestros familiares para lo que nos interesa. Ser cristiano, día a día y minuto a minuto es el desafío que nos lanza Jesús.


Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 10,34-42.11,1.

No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa". Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.

COMENTARIO

a) Terminamos hoy la lectura del «discurso de la misión», el capítulo 10 de Mateo.
Y lo hacemos con unas afirmaciones paradójicas de Jesús: él ha venido, no a traer paz, sino espadas y divisiones en la familia; hay que amarlo más a él que a los propios padres; el que busque con sus cálculos conservar su vida, la perderá; hay que cargar la cruz al hombro para ser dignos de él.

La página termina con una alabanza a quienes reciban a los que Jesús ha enviado como misioneros y evangelizadores: «el que os recibe a vosotros, me recibe a mí... y no perderá su paga, os lo aseguro». Aunque sólo sea un vaso de agua lo que les hayan dado.

b) Ciertamente, aquí Jesús no se desdice de las recomendaciones de paz que había hecho, ni de las bienaventuranzas con que ensalzaba a los pacíficos y misericordiosos, ni del mandamiento de amar a los padres. Lo que está afirmando es que seguirle a él comporta una cierta violencia: espadas, división en la familia, opciones radicales, renuncia a cosas que apreciamos, para conseguir otras que valen más. No es que quiera dividir: pero a los creyentes, su fe les va a acarrear, con frecuencia, incomprensión y contrastes con otros miembros de la familia o del grupo de amigos.

Hay muchas personas que aceptan renuncias por amor, o por interés (comerciantes, deportistas), o por una noble generosidad altruista (en ayuda del Tercer Mundo). Los cristianos, además, lo hacen por la opción que han hecho de seguir el estilo evangélico de Jesús.

Ya se lo había anunciado el anciano Simeón a María, la madre de Jesús: su hijo sería bandera discutida y signo de contradicción. Y lo dijo también el mismo Jesús: el Reino de Dios padece violencia y sólo los «violentos» lo consiguen.

La fe, si es coherente, no nos deja «en paz». Nos pone ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser cristianos -seguidores de Jesús- no es fácil y supone saber renunciar a las tentaciones fáciles en los negocios, o en la vida sexual. No es que dejemos de amar a los familiares. Pero, por encima de todo, amamos a Dios. Ya en el Antiguo Testamento el primer mandamiento era el de «amar a Dios sobre todas las cosas».

Dejémonos animar por la recomendación que hace Jesús a quienes acojan a los enviados por él. Hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su premio. Al final, resultará que la cosa se decide por unos detalles entrañables: un vaso de agua como signo de generosidad para con los que evangelizan este mundo.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 140-144
http://www.mercaba.org/