lunes, 13 de junio de 2011

Jesús le dice no a la venganza, sí a la reconciliación

¡Amor y paz!

Retomamos hoy, hermanos, lo que en liturgia se llama el  Tiempo Ordinario. Recordemos que este tiempo comienza el lunes siguiente al domingo del Bautismo del Señorse extiende hasta el Miércoles de Ceniza, para reanudarse de nuevo el lunes después del domingo de Pentecostés (hoy) y terminar antes de las primeras vísperas del domingo I de Adviento.

El Tiempo Ordinario es un programa continuado de reflexión acerca del misterio de la salvación que recorre domingo a domingo la existencia humana de Jesús, según la relatan los evangelios, fuente de la liturgia (Liturgia: celebrar lo que creemos).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 5,38-42.
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
Comentario

El Evangelio nos presenta hoy a Jesús que da un no rotundo a la llamada Ley del Talión, es decir, el Señor se opone tajantemente a la venganza. Es que, hay que insistir, el mensaje de Cristo es –lo veíamos ayer—un mensaje de paz y perdón. Así lo entendieron santos varones como Francisco de Asís o personajes como el Mahatma Gandhi, quien dijo: ‘Ojo por ojo y el mundo acabará ciego’.

¡Si el mundo pusiera en práctica ese amable llamado de Jesús a favor de la reconciliación y la paz! Si eso fuera así, no se perderían tantas vidas ni habría tantas viudas y huérfanos ni se desperdiciarían tantísimos recursos como los que demandan las guerras.

Hagamos memoria de lo que, grosso modo, significó, por ejemplo, la I Guerra Mundial: La muerte de más de 12 millones de personas y varios millones de heridos, en su mayoría jóvenes, principalmente de Rusia, Alemania, Francia y el Reino Unido; pérdidas materiales que sobrepasaron la cifra de los 186.000 millones de dólares.

Ni qué decir de los catastróficos efectos de la Segunda Guerra Mundial, que superó claramente a la Primera, tanto por la duración y la intensidad de los combates como por las pérdidas humanas y los recursos que se utilizaron: participaron 72 Estados, fueron movilizados 110 millones de hombres, el costo económico de la guerra fue cuantiosísimo y hubo más de 40 millones de muertos. Esto, sin contar los 5 millones de judíos que se calcula fueron asesinados en el Holocausto ocasionado por los Nazis. A estas cifras se deben añadir 35 millones de heridos y 3 millones de desaparecidos, así como las víctimas de la subalimentación que sufrían de enfermedades como la tuberculosis y el raquitismo.


Como si fuera poco, el norte de China, Japón y Europa quedaron devastados y su equipamiento industrial, ferroviario, portuario y viario quedó muy maltrecho.


Sin embargo, la perversidad de las guerras –a las que se podrían sumar muchísimas más pérdidas humanas y materiales, como producto de incontables conflictos históricos y actuales, no se puede reducir a unas cifras, por cuantiosas que sean. El politólogo noruego Johan Galtung, ha escrito: “El triángulo de la violencia tiene sus propios ciclos viciosos. Los efectos visibles de la violencia directa son conocidos: los muertos, los heridos, los desplazados, los daños materiales; todo ello afectando cada vez más a los civiles. Pero es posible que los efectos invisibles sean aún más viciosos: la violencia directa refuerza la violencia estructural y cultural. En especial, el odio y la adicción a la venganza a causa del trauma sufrido por parte de los perdedores, así como la sed de más victorias y gloria por parte de los vencedores”.

 “No hagan frente al que les hace mal”, dice el Señor hoy en Evangelio y Él mismo dio ejemplo de su inconmensurable capacidad de perdón. Así es que quien se diga cristiano debe ser un agente de la reconciliación, el perdón y la paz.

Al fundador de la Orden de los Frailes Menores  (OFM), Francisco de Asís, se le atribuye la siguiente oración, que es bueno rezar y practicar siempre:

Oración por la paz

Señor,
hazme un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo armonía,
donde hay error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo la luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Oh, Señor, que no me empeñe tanto
en ser consolado como en consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar;
porque dando se recibe, olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
muriendo se resucita a la vida.
Amén.

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