¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves 28 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Rom 3,21-30a):
Hermanos: Ahora, la justicia de Dios, atestiguada por la
Ley y los profetas, se ha manifestado independientemente de la Ley. Por la fe
en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción
alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo
Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su
sangre. Así quería Dios demostrar que no fue injusto dejando impunes con su
tolerancia los pecados del pasado; se proponía mostrar en nuestros días su
justicia salvadora, demostrándose a sí mismo justo y justificando al que apela
a la fe en Jesús.
Y ahora, ¿dónde queda el orgullo? Queda eliminado. ¿En nombre de qué? ¿De las
obras? No, en nombre de la fe. Sostenemos, pues, que el hombre es justificado
por la fe, sin las obras de la Ley. ¿Acaso es Dios sólo de los judíos? ¿No lo
es también de los gentiles? Evidente que también de los gentiles, si es verdad
que no hay más que un Dios.
Salmo responsorial: 129
R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti
procede el perdón, y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor.
Versículo antes del Evangelio (Jn 14,6):
Aleluya. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, si no es por mí, dice el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 11,47-54):
En aquel tiempo,
el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas
que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con
las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis sus
sepulcros. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y
apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán’, para que se pidan cuentas a
esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación
del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció
entre el altar y el Santuario. Sí, os aseguro que se pedirán cuentas a esta
generación. ¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la
ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis
impedido».
Y cuando salió de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle
implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando, con insidias, cazar
alguna palabra de su boca.
Comentario
Hoy, se nos plantea el sentido, aceptación y trato dado a
los profetas: «Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y
perseguirán» (Lc 11,49). Son personas de cualquier condición social o
religiosa, que han recibido el mensaje divino y se han impregnado de él;
impulsados por el Espíritu, lo expresan con signos o palabras comprensibles
para su tiempo. Es un mensaje transmitido mediante discursos, nunca
halagadores, o acciones, casi siempre difíciles de aceptar. Una característica
de la profecía es su incomodidad. El don resulta molesto para quien lo recibe,
pues le escuece internamente, y es incómodo para su entorno, que hoy, gracias a
Internet o los satélites, puede extenderse a todo el mundo.
Los contemporáneos del profeta pretenden condenarlo al silencio, lo calumnian,
lo desacreditan, así hasta que muere. Llega entonces el momento de erigirle el
sepulcro y de organizarle homenajes, cuando ya no molesta. No faltan
actualmente profetas que gozan de fama universal. La Madre Teresa, Juan XXIII,
Monseñor Romero... ¿Nos acordamos de lo que reclamaban y nos exigían?, ¿ponemos
en práctica lo que nos hicieron ver? A nuestra generación se le pedirá cuentas
de la capa de ozono que ha destruido, de la desertización que nuestro
despilfarro de agua ha causado, pero también del ostracismo al que hemos
reducido a nuestros profetas.
Todavía hay personas que se reservan para ellas el “derecho de saber en
exclusiva”, que lo comparten —en el mejor de los casos— con los suyos, con
aquellos que les permiten continuar aupados en sus éxitos y su fama. Personas
que cierran el paso a los que intentan entrar en los ámbitos del conocimiento,
no sea que tal vez sepan tanto como ellos y los adelanten: «¡Ay de vosotros,
los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis
vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido» (Lc 11,52).
Ahora, como en tiempos de Jesús, muchos analizan frases y estudian textos para
desacreditar a los que incomodan con sus palabras: ¿es éste nuestro proceder?
«No hay cosa más peligrosa que juzgar las cosas de Dios con los discursos
humanos» (San Juan Crisóstomo).
Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz (El Montanyà, Barcelona, España)
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