sábado, 26 de diciembre de 2015

Aquel que persevere hasta el fin se salvará

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio en este sábado en que se celebra la fiesta de San Esteban Protomártir.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Mateo 10,17-22. 
Jesús dijo a sus apóstoles: Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. 
Comentario

1. Enseñanzas de un gran contraste

1.1 Entre el día de ayer y el de hoy se dan inmensos contrastes. Ayer celebrábamos un nacimiento; hoy recordamos una muerte. Ayer se proclama la paz en cánticos del cielo; hoy un alud de insultos y pedruscos ejerce violencia en la tierra. Ayer nos hemos gozado viendo el triunfo del amor; hoy parecieran imponer su lenguaje la intransigencia y el odio.

1.2 Mas hay también nexos profundos entre ambas celebraciones. La muerte de Esteban no es otra cosa que un nacimiento, un nacer para el cielo. Como dicen los Santos Padres: "nació Cristo en la tierra para que Esteban pudiera nacer para el cielo".

1.3 Además, la paz de la natividad, según comentábamos en otra ocasión, no es ausencia de problemas sino superación interior del poder tiránico que los problemas quieren tener sobre nosotros. De acuerdo con ello, no están distantes la paz de la Navidad, en medio de tantos sinsabores, y la paz del martirio de Esteban, en medio de tantos insultos y piedras. Finalmente, es un mismo amor el que vence los obstáculos para que Cristo venga al mundo y el que vence las agresiones que pretenden impedir su reinado en nuestros corazones. El amor hizo la Navidad; el amor hizo al primer mártir.

2. Cielos Abiertos

2.1 En adviento recordábamos, quizá con lágrimas de devoción en nuestros ojos, aquella plegaria sentida de Isaías: "ojalá rasgaras el cielo y bajaras" (Is 64,1). Esta oración fue escuchada, y la Navidad es la gran respuesta a ella. Pero Jesús, que "rasgó los cielos", y bajó, "es el mismo que subió" (Ef 4,10), de modo que los cielos, abiertos por su amor para que él bajara, han quedado así abiertos por su amor para que nosotros subamos, y Esteban es en cierto modo el primero en hacerlo.

2.2 No olvidemos, pues: el fruto de la Navidad son los cielos abiertos. Por eso abundan los ángeles, por eso también las súplicas de los hombres son particularmente escuchadas, según aquello que hemos aprendido que Jesús dijo a Santa María Margarita Alacocque: "lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia, y nada te será negado". No es una fórmula "mágica", sino la expresión, en términos de confianza y de intercesión, de aquello que hemos afirmado: la Navidad significa cielos abiertos.

2.3 Poco antes de morir Esteban proclamó este misterio. Su muerte era su gran Navidad. Dijo, en efecto: "Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios" (Hch 7,56). Nuestra muerte, como la de Esteban, ha de ser eso: ver los cielos abiertos, ver al Hijo de Dios.

3. Perseverar hasta el fin

3.1 El evangelio de hoy nos invita, como es natural, a admirar la gracia propia del martirio, un género de muerte particularmente espantoso, pero también particularmente significativo y fecundo. Y en este evangelio Jesús nos apremia a perseverar hasta el final. Ese llamado adquiere un tono particular cuando lo relacionamos con la Navidad. Un nacimiento es un comienzo, y he aquí una lectura que nos llama a llegar hasta el final.

3.2 Y tiene mucho sentido, porque de poco sirve acoger a Cristo bebé si no es para dejarlo crecer en nosotros. Sea la última enseñanza de esta reflexión meditar en ello: ¿he acogido al Niño Jesús para dejarlo crecer en mí? Un santo, como es santo Esteban, es uno que dejó crecer a Jesús en sí mismo. La santidad, especialmente la santidad del martirio, no es otra cosa que un Cristo maduro, un Cristo que ha crecido en la vida de alguien.

3.3. Quede, pues, el propósito: mientras celebramos a Cristo Niño en Belén y mientras nos alimentamos de Cristo-Eucaristía en la Santa Misa, crezca Él en nosotros; viva su misterio en nosotros, cumpla su edad perfecta en nosotros, como ya la cumplió en Esteban, su primer gran testigo.