domingo, 6 de enero de 2013

Dejémonos transformar por el Amor de Dios

¡Amor y paz!

«Epifanía» significa revelación, manifestación. De hecho, en la vida se dan muchas  revelaciones superficiales, como son ciertas «apariciones», cábalas, horóscopos, etc. En cambio, la  manifestación de Dios es revelación a través de cosas sencillas, en consonancia con el  evangelio, dentro de un clima de confianza y esperanza, para que la vida sea más humana  y más cristiana.

El centro de la Epifanía es la revelación de Jesús como Salvador, que está en la  periferia, en el exilio, en el mundo ignorado, en los pobres y marginados. Para descubrirlo y  adorarlo se nos exige una toma de decisión, ponernos en camino y llegar hasta el Señor. El niño es presentado por María, con la presencia de José, indispensable a pesar de no  pronunciar palabra. Dios se hace presente en el mundo a través de quienes lo muestran con sus actitudes, más que con sus palabras (Casiano Floristán).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos la solemnidad de la Epifanía del Señor.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 2,1-12.
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo". Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel". Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje". Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. 
Comentario

Hace ya varios años, el 6 de enero de 1995, el P. Peter-Hans Kolvenbach, S.J., Superior General de la Compañía de Jesús, tuvo una Alocución a la Congregación General 34ª, reunida en Roma, en la que afirmó lo siguiente:
"Nuestro hermano Pedro Teilhard de Chardin manifestó repetidas veces su deseo de que la solemnidad hoy celebrada cambiara de nombre, o al menos de prefijo. Para resaltar que festejamos el día en que Nuestro Señor deviene transparente desde el fondo de todos y de todo como fuente y como meta, como alfa y como omega, esta solemnidad debería denominarse 'dia-fanía' en lugar de 'epi-fanía'. 

Porque no se trata propiamente de una repentina irrupción en la historia de Quien es su Creador y Salvador, sino más bien de una misteriosa y silenciosa 'dia-fanía' mediante la que Cristo alumbra el verdadero fondo de todo ser, obrando en todo y por todo para conducir todo hacia la plenitud, hasta que Dios sea todo en todos, en la realidad total (1 Cor. 15,28). Teilhard declara que no lee la historia de los magos como una 'verdad fotográfica', sino como una verdad luminosamente indicativa de Quien llena el universo con su presencia dinámica, del Único que da sentido a nuestra historia, del Dios siempre mayor en todo y para todos".

La fiesta que celebramos hoy nos recuerda que la voluntad de Dios es manifestarse a todos los pueblos a través de su hijo hecho hombre. Reconocer al Hijo de Dios en este niño es un acto profundo de fe que nos compromete a reconocerlo en toda la humanidad y en toda la creación, presente y actuante: “Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después, advertidos en sueños de que no debían volver a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.

El encuentro con el Señor, nuevamente encarnado en medio de nuestra historia, nos invita a volver a nuestra tierra por otro camino. El año que comienza debe ser un momento para recomenzar nuestra caminada hacia la plenitud que Dios nos invita a vivir con él, cambiando aquello que nos impide reconocer la manifestación de Dios en medio de su pueblo. Volver por otro camino es descubrir aquellos aspectos de nuestra vida que deben cambiar, que deben dejarse transformar por el amor que Dios nos muestra, por la paz que nos trae su enviado, por la vida que nos regala a través del Niño Jesús, nacido en un pesebre para nuestra salvación.

Que nuestro Buen Dios, dueño y Señor de la historia, nos regale sus bendiciones en este año, para que podamos reconocer los brotes germinales de su presencia en toda nuestra historia, personal, familiar, comunitaria y social, de manera que podamos ser transparencia suya para todos los que nos rodean.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá