domingo, 15 de julio de 2012

Dios quiere que seamos sus testigos en el mundo de hoy

¡Amor y paz!

Dios nos envía como testigos en el mundo. En el Antiguo Testamento se sirvió de profetas como Amós, un laico, campesino. En el Nuevo Testamento, Cristo envió a los apóstoles a predicar y preparar el camino del Reino. Y ahora Dios se sigue sirviendo de todos nosotros, desde el Papa hasta el último cristiano.

El mejor "enviado" y profeta es Cristo mismo. Pero desde Amós en el AT, los doce en el NT, y Pablo (un magnífico ejemplo de apóstol y enviado, que hoy leemos en su anuncio gozoso de la carta a los Efesios, una visión optimista de la historia), hasta nosotros, la iniciativa de Dios, enviando profetas, sigue en plena actualidad.

Los apóstoles de Cristo tienen un estilo propio. El evangelio de hoy, sin llegar a ser un "manual de apóstoles", nos pone unos interrogantes, y nos dice qué estilo de apostolado quería Cristo que tuvieran sus enviados. O sea, nosotros, cada uno en su tarea cristiana de testigos en el mundo de hoy.

Los invito, hermanos, a leer y meditar la 1ª. y 2ª. lecturas, el Evangelio de la Misa y el comentario, en este Domingo XV del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Libro de Amós 7,12-15.
Después, Amasías dijo a Amós: "Vete de aquí, vidente, refúgiate en el país de Judá, gánate allí la vida y profetiza allí. Pero no vuelvas a profetizar en Betel, porque este es un santuario del rey, un templo del reino". Amós respondió a Amasías: "Yo no soy profeta, ni hijo de profetas, sino pastor y cultivador de sicómoros; pero el Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: 'Ve a profetizar a mi pueblo Israel'. 
Carta de San Pablo a los Efesios 1,3-14. 
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento. El nos hizo conocer el misterio de su voluntad, conforme al designio misericordioso que estableció de antemano en Cristo, para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo. En él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano -según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria. En él, ustedes, los que escucharon la Palabra de al verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia y prepara la redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria. 
Evangelio según San Marcos 6,7-13. 
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. 
Comentario

¿Somos cristianos? Nos reconocemos cristianos, pero es muy posible que no siempre  seamos muy conscientes de lo que somos, es decir, de cómo tenemos que ser, de qué  tenemos que hacer. Hay una cierta crisis de identidad cristiana,  pareja de la crisis de identidad humana que surge en una civilización inhumana y casi  antihumana.

Del mismo modo que los derechos humanos se quedan en unos buenos  deseos que no acaban de calar en el corazón de los hombres que los recitan, así tampoco  ha calado en el corazón del cristiano el evangelio. Los cristianos no somos precisamente luz  y sal en un mundo deshumanizado, además de descristianizado.

Ser cristiano es una vocación. Muchos recordaréis aquellas inefables sentencias del viejo catecismo: somos cristianos por la gracia de Dios. Y así es.  Ser cristiano es responder sí a la llamada de Dios. 

Pablo les recordaba esta verdad  entrañable a los cristianos de Éfeso. Antes de que fuese creado el mundo, ya Dios nos  había llamado, nos había elegido. En el correr de los tiempos, en Jesús y por Jesús Dios ha  derrochado su gracia para que pudiésemos conocer el misterio de su voluntad. Nos ha manifestado y nos ha asociado a su plan de recapitular todas las cosas, las del  cielo y las de la tierra, en Cristo. Con Cristo se ha abierto el último capítulo de la historia de  la humanidad, el principio de la nueva tierra en que habita la justicia, el germen de la familia  de los hijos de Dios, la fraternidad universal. Pues en la persona de su Hijo ha querido que  todos los hombres seamos sus hijos.

Ser cristiano es una tarea, una misión. Cristo es el punto y aparte en la historia. Y es, además, el punto final. Es alfa y omega, el  principio de la misión y su recapitulación final. En medio está el cristianismo, estamos los  cristianos y nuestra misión como continuación de la de Cristo: el reino de Dios. Para esa  tarea, Jesús eligió primero, formó luego y envió después a sus discípulos, a los cristianos. La misión del cristiano es, en consecuencia, anunciar el reino de Dios y echar del mundo y  de los hombres a los demonios. Mal podemos cumplir la misión de anunciar el reino del  poder, del dinero, del bienestar, del placer. Y no podemos exorcizar al mundo y a los  hombres, si nosotros mismos vivimos encantados de la vida, poseídos de los demonios del  egoísmo, de la injusticia, de la insolidaridad, del pecado.

Para esa misión no hacen falta alforjas. Jesús envió a sus discípulos de dos en dos.  Pero les recomendó que fueran a cuerpo limpio, sin provisiones. Dios proveerá. La palabra  de Dios es eficaz por ser de Dios. Los discípulos de Jesús no podemos confundir el  evangelio con una campaña publicitaria. Predicar no es vender nada, no es abrir mercado,  ni es forzar a nadie al consumo indiscriminado. Tampoco es un modus vivendi para obtener  beneficios. Bien lo reconoció el profeta Amós frente a la insolencia del sacerdote Amasías. El profeta, que vivía y se ganaba la vida cuidando rebaños y cultivando higos, no predicaba  por gusto ni por conveniencia, sino para obedecer a Dios, para seguir su vocación. Bien es verdad que Jesús les permitió utilizar un bastón, pero sólo para sostener la marcha y no  desfallecer, en modo alguno para dominar y someter por la fuerza, para inculturizar o hacer  proselitismo con engaños o amenazas.

Ad majorem Dei gloriam. (A la mayor gloria de Dios). Muchas veces hemos vuelto la espalda a las palabras de  Jesús, al evangelio. Muchas veces, demasiadas incluso, con ayuda de leguleyos y moralistas, nos las hemos apañado para llenar las alforjas y anunciar el reino de Dios. La estrategia humana, que no evangélica, ha pretendido seleccionar talentos, coleccionar  influencias, atesorar recomendaciones, amontonar recursos "ad majorem Dei gloriam". Pero  hay que reconocer que tales estrategias han sido contestadas y que tales elucubraciones  para cohonestar contradicciones no han sido perjudiciales. Las riquezas de la Iglesia, reales  o fantasiosas, han mermado el anuncio del evangelio. El lujo y el confort de los cristianos  descafeína nuestro testimonio y desprestigia nuestra palabra. ¿Cómo se puede anunciar la  buena noticia a los pobres desde la riqueza, el lujo, el confort?

La gloria de Dios no está en ediciones de lujo de la  Biblia, ni en las catedrales góticas o en la cúpula de San Pedro. No se trata de querer  corregir la historia y de repasar el pasado. Que así no hacemos sino huir del presente. Y en  este sentido, el Papa ha dicho palabras claras y urgentes para los cristianos. La consigna  de la encíclica de Juan Pablo II es solidaridad y, en consecuencia, desprendimiento en  favor de los pobres, de los países del tercer mundo y de los del cuarto. Ese  desprendimiento es urgente para todos, pero especialmente para los cristianos, los  eclesiásticos, las instituciones de la Iglesia. Hay que desprenderse de lo superfluo. Y hay  que prescindir incluso de lo necesario. Porque está en juego la vida y la dignidad de  millones de hombres, que son la gloria de Dios, como están en juego la dignidad y la  solidaridad y la justicia de los que nos llamamos cristianos, que también son gloria de  Dios. Porque la gloria de Dios resulta de la realización de su plan de salvación de todos. La  gloria de Dios está en que empecemos a ser todos los hombres, sin diferencias ni  desigualdades, la familia de los hijos de Dios.

EUCARISTÍA 1988, 33