¡Amor y paz!
Terminado ya el «discurso
eclesial» del cap. 18, siguen unas recomendaciones de Jesús en su camino a
Jerusalén: esta vez, la célebre cuestión del divorcio.
La pregunta no es acerca
de la licitud del divorcio, que era algo admitido. Sino sobre cuál de las dos
interpretaciones era más correcta: la amplia de algunos maestros como Hillel,
que multiplicaban los motivos para que el marido pudiera pedir el divorcio (no
aparece que lo pueda pedir la mujer), o la más estricta de la escuela de
Shammai, que sólo lo admitía en casos extremos, por ejemplo el adulterio.
Jesús deja aparte la
casuística y reafirma la indisolubilidad del matrimonio, recordando el plan de
Dios: «ya no son dos, sino una sola carne: así pues, lo que Dios ha unido que
no lo separe el hombre». Al mismo tiempo, negando el divorcio, Jesús restablece
la dignidad de la mujer, que no puede ser tratada, como lo era en aquel tiempo,
con esa visión tan machista e interesada. La excepción que admite («no hablo de
prostitución») no se sabe bien a qué se puede referir. Pero lo que sí queda muy
claro es el principio de que «lo que Dios ha unido el hombre no lo separe».
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, en este viernes de la XIX semana
del tiempo ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Mateo 19,3-12.
Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?". Él respondió: "¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido". Le replicaron: "Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?". Él les dijo: "Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio". Los discípulos le dijeron: "Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse". Y él les respondió: "No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!".
Comentario
Cristo toma en serio la
relación sexual, el matrimonio y la dignidad de la mujer. No con los
planteamientos superficiales de su tiempo y de ahora, buscando meramente una
satisfacción que puede ser pasajera. En el sermón de la montaña (lo veíamos el
viernes de la semana décima) ya desautorizaba el divorcio. Aquí apela a la
voluntad original de Dios, que comporta una unión mucho más seria y estable, no
sujeta a un sentimiento pasajero o a un capricho.
El plan es de Dios: él es
quien ha querido que exista esa atracción y ese amor entre el hombre y la
mujer, con una admirable complementariedad y, además, con la apertura al
milagro de la vida, en el que colaboran con el mismo Dios.
Lo cual nos recuerda la
necesidad de que lo tomemos en serio también nosotros, dentro de la comunidad
eclesial: la preparación humana y psicológica del matrimonio, su celebración,
su acompañamiento después... El amor que quiere Dios es estable, fiel, maduro.
Si el matrimonio se acepta
con todas las consecuencias, no buscándose sólo a sí mismo, sino con esa
admirable comunión de vida que supone la vida conyugal y, luego, la relación
entre padres e hijos, evidentemente es comprometido, además de noble y gozoso.
Como era difícil lo que nos pedía Jesús ayer: perdonar al hermano. Como es
difícil tomar la cruz cada día y seguirle.
Podríamos completar hoy
nuestra escucha de la Palabra bíblica leyendo lo que el Catecismo dice sobre
«el matrimonio en el Señor» (CEC 1612-1617); valora el matrimonio cristiano
desde su simbolismo del amor de Dios a Israel y de Cristo a su Iglesia, y alude
también, con la cita de ese pasaje de Mt 19, a la cuestión del divorcio.
La lección de la fidelidad
estable vale igualmente para los que han optado por otro camino, el del
celibato. De eso habla hoy Jesús cuando afirma que hay quien renuncia al
matrimonio y se mantiene célibe «por el Reino de los Cielos». Como hizo él.
Como hacen los ministros ordenados y los religiosos: no para no amar, sino para
amar más y de otro modo. Para dedicar su vida entera -también como signo-, a
colaborar en la salvación del mundo. El celibato lo presenta Jesús como un don
de Dios, no como una opción que sea posible a todos.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 267-271
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 267-271