¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este X Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio según San
Lucas 7,11-17.
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores". Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo". El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Comentario
Durante tres domingos -lo decíamos hace ocho días-
los evangelios de san Lucas nos presentan tres encuentros de Jesús, tres
encuentros con hombres y mujeres muy diversos pero que tienen una
característica común: la de estar necesitados.
-El encuentro con el dolor
El pasado domingo Jesús se encontraba -¡a
distancia!- con un militar pagano y elogiaba su fe. El próximo domingo se
encontrará con una mujer pecadora y elogiará su amor. En los dos casos, se
trata de gente que confía en Jesús y por eso acude a él. El encuentro de hoy es
distinto: podríamos decir que es el encuentro de Jesús con el dolor humano, con
la tragedia humana. Jesús se conmueve y sin que nadie le pida nada, salva (es
decir, da vida).
La narración que hemos escuchado hoy es tan
sencilla como conocida. Jesús -como tantas veces en los evangelios y
especialmente en el de Lucas- va de camino. Al acercarse a la pequeña ciudad de
Naín se encuentra con un entierro muy concurrido, no precisamente porque se
tratara de alguien muy importante, sino porque se trataba de una defunción que
había conmovido profundamente: quien había muerto era un joven, un muchacho (y
siempre conmueve la muerte de un joven) que además era el hijo único de una
viuda. Conviene recordar que, en aquella sociedad en que la mujer era siempre
una persona dependiente del hombre sin posibilidad de sustento propio, ello
representaba además que aquella viuda se quedaba sin ningún apoyo ni sustento,
totalmente desamparada al no tener ya ni marido ni hijos.
Según la narración, nadie le pide nada a Jesús.
Según la narración -y eso es bastante excepcional en la literatura evangélica-,
no hay ningún acto previo de fe o de confianza en Jesús. Según la narración, es
el simple encuentro de Jesús con el dolor, con aquella tragedia humana, que le
hace actuar. Constata simplemente el evangelio: "le dio lástima". Y
Jesús dice a la madre "no llores" y al muerto "levántate".
"Y Jesús se lo entregó a su madre".
-Jesús, profeta
El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, dice
al hablar del cielo nuevo y la tierra nueva que Dios quiere: "Dios
enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte ni luto, ni llanto ni
dolor, pues lo de antes ha pasado" (/Ap/21/04) Y lo afirma asumiendo
palabras ya dichas por el antiguo profeta Isaías.
La narración evangélica de hoy terminaba
diciéndonos que la gente exclamaba: "Un gran Profeta ha surgido entre
nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". Y es que Jesús es el gran profeta
que vino a anunciar que Dios no quiere el dolor, el llanto, la muerte.
Que el destino del hombre no es la muerte sino la
vida. Que él, Dios, se conmueve y sufre ante el dolor y la tragedia que padece
cada hombre o mujer. Todo eso no es su voluntad, sino contrario a su voluntad,
contrario a quien -según la Biblia- creó un mundo bueno, sin mal; contrario a
quien quiere establecer un cielo nuevo y una tierra nueva sin lágrimas, sin
muerte ni luto, sin llanto ni dolor.
-¿Qué debemos hacer como discípulos del profeta
Jesús?
Permitidme terminar con una consecuencia para todos
nosotros.
VD/SUFRIMIENTO: También nosotros todos, en el camino de nuestra
vida hallamos -nos encontramos- con hombres y mujeres que lloran, afectados por
la enfermedad, la muerte. O por la desgracia que sea y es para ellos causa de
dolor. Como discípulos de Jesús, ¿qué debemos hacer? En ocasiones nos parece
que hemos de dar explicaciones del porqué de ese dolor. Y nos equivocamos,
porque nadie nos ha encargado dar explicaciones que, además, no sirven de nada.
Peor si nos atrevemos a decir que es voluntad de Dios: eso es -me parece- una
blasfemia, porque es decir que Dios quiere el mal para el hombre.
No debemos dar explicaciones y, en general, las
palabras suelen servir de poco ante el dolor o la tragedia humana (más bien
estorban y sobran). Pero tampoco podemos hacer milagros como Jesús. Entonces,
¿qué hacer? Me parece que hay algo que hizo Jesús y nosotros también podemos
hacer: conmoverse. Conmoverse significa hacer compañía (es muy importante saber
hacer, discretamente, compañía) y, también, procurar ayuda. Hacer compañía y
procurar ayudar (según en cada caso) es comulgar con el dolor del hermano,
sentirlo como propio. Sin necesidad de que nos lo pidan, sin querer tampoco
asumir ningún protagonismo: con sencillez, es decir, con amor.
Así seremos discípulos del profeta Jesús, que vino
a compartir el dolor del hombre, a luchar contra las causas de este dolor, a
anunciar la felicidad que Dios quiere para cada hombre y cada mujer. Pidámoslo
hoy, al renovar el memorial de su paso por el dolor, por la muerte hacia la
vida. Y pidámoslo también al comulgar con su cuerpo entregado por nosotros, por
todos.
J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1989/12
MISA DOMINICAL 1989/12