¡Amor
y paz!
Siguen,
en el sermón del monte, diversas recomendaciones de Jesús. Hoy leemos tres. La
primera es bastante misteriosa, probablemente tomada de un refrán popular: «no
echar las perlas a los cerdos o lo santo a los perros». No sabemos a qué se
puede referir: ¿el sentido del «arcano», que aconseja el acceso a los
sacramentos sólo a los ya iniciados? ¿La prudencia en divulgar la doctrina de
la fe a los que no están preparados? ¿El cuidado de que no se profane lo
sagrado?
La
segunda sí que se entiende y nos interpela con claridad: «tratad a los demás
como queréis que ellos os traten». Igualmente la tercera: «entrad por la puerta
estrecha», porque ante la opción de los dos caminos, el exigente y el
permisivo, el estrecho y el ancho, todos tendemos a elegir el fácil, que no es
precisamente el que nos lleva a la salvación.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes
de la XII Semana del Tiempo Ordinario.
Dos
los bendiga…
Evangelio
según San Mateo 7,6.12-14.
No den lo que es santo a los perros, ni echen sus perlas a los cerdos, pues podrían pisotearlas y después se volverían contra ustedes para destrozarlos. Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas. Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué pocos son los que lo encuentran.
Comentarlo
Si
el discípulo de Jesús no debe juzgar-condenar y, por tanto, debe tratar de
comprender a todos, no por ello tiene que sincerarse con todos. Jesús
recomienda no dar lo sagrado a los perros, ni las perlas a los cerdos. Perros
callejeros –tan frecuentes en la sociedad antigua- y cerdos -animales impuros
para los judíos- son símbolo de la gente que tiene mala voluntad y, por tanto,
incapacitada para entender, porque no quiere.
El
cristiano debe proponer el evangelio –lo sagrado, las perlas- a quienes no se
declaran enemigos de él. Jesús tiene los pies bien puestos en la realidad. Los
seguidores de Jesús deben estar abiertos a todos –ser limpios de corazón- pero,
al mismo tiempo, deberán ser prudentes como serpientes para no derrochar
fuerzas ni hacer vanos esfuerzos que se les pueden volver en contra.
Para
la relación con los demás, Jesús propone una norma sagrada: hacer con los otros
lo que nos gustaría que hiciesen con nosotros; en esto consiste, según Jesús,
todo el Antiguo Testamento (La Ley y los Profetas); tanto mandamiento antiguo
ha quedado reducido a uno: amar al prójimo como a uno mismo; si bien Jesús
corregirá este principio y lo cambiará por la recomendación de la última cena:
“amaos como yo os he amado”; si es preciso, hasta dar la vida. Exigente camino
que muchos no están dispuestos a andar. Sendero digno de poco crédito para
aquellos habitantes de nuestro planeta que han puesto el yo delante del tú
hasta el punto de olvidarse del otro.
El
cristiano debe luchar contra corriente hasta dar con este callejón que da a la
vida y a la felicidad plena. Sólo buscando y entregándonos al otro, nos
encontramos a nosotros mismos y a Dios, y hallamos la felicidad también en esta
vida. Entrar por esta puerta angosta no es difícil, pero la mayoría de la
gente, deslumbrada por las apariencias y por los cantos de sirena del egoísmo,
ni se da cuenta de que existe otro modo de ser y de relacionarse que hace al
ser humano profundamente humano y, por ello, hijo de un Dios que es sólo -y por
esencia- puro amor.
Servicio
Bíblico Latinoamericano