¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este XXIII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Marcos 7,31-37.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete". Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
Comentario
Los jesuitas de Chile se
empeñaron hace algunos años en una campaña publicitaria de gran despliegue a
través de los medios masivos de comunicación social. La intención de la campaña
era invitar a los televidentes a desarrollar actitudes humanas fundamentadas en
los valores del Evangelio, pero utilizando un lenguaje cercano y cotidiano.
Tuve la oportunidad de conocer algunos de los cortos e impactantes avisos que
pasaron durante varios meses por la televisión chilena. Recuerdo uno que me
impactó particularmente cuando nos lo mostró el P. Gabriel Jaime Pérez, S.J.,
después de un viaje suyo al país austral.
El spot publicitario,
como se le llama a este tipo de anuncios, presentaba a un mendigo sucio,
descuidado, harapiento y despeinado que estaba sentado en la acera de una calle
muy concurrida. Mientras pedía limosna, la gente pasaba sin prestarle mayor
atención. De pronto, aparece una hermosa joven rubia espectacularmente vestida
que viene hacia el mendigo. Se acerca a él y comienza a besarlo en la boca de
una manera apasionada. Desde luego, los transeúntes se detienen aterrados ante
semejante escena. Después de unos segundos, aparecía un aviso que decía: “No te
pedimos tanto. Sencillamente que lo trates como un ser humano...”.
Creo que este tipo de
mensajes no nos cae mal en ningún momento. A veces pensamos que lo que se nos
pide es demasiado o que no somos capaces de hacer nada por las personas
derrengadas que nos encontramos por el camino de la vida. Tal vez esta es la
actitud que tuvo Jesús con esas personas que eran despreciadas y marginadas en
su medio social. Cuando le presentaron a aquel sordomudo para que le impusiera
las manos, “Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos
en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y
dijo al hombre: ‘¡Efatá!’ (es decir: ‘¡Ábrete!’)”.
Esta actitud de cercanía
con un ser humano sufriente, que había perdido, o tal vez nunca había tenido la
posibilidad de comunicarse o escuchar a los demás, debió resultar sorprendente
para los que acompañaban al Señor en su recorrido por territorios extranjeros.
No estaba bien acercarse a un enfermo y mucho menos tocarlo. Sin embargo, el
Señor no sólo se acerca, sino que le mete los dedos en los oídos y le toca la
lengua con saliva, de manera que “los oídos del sordo se abrieron, y se le
desató la lengua y pudo hablar bien”. Este hombre vivió, seguramente, el
momento más importante de su vida. Se sintió atendido, respetado y acogido en
su limitación.
Cualquiera de nosotros podría decir ante este milagro del Señor:
“¡Eso es imposible para mi! Yo no se cómo hacer ese tipo de milagros... No sé
cómo devolverle a una persona sorda su capacidad de oír, o a una persona muda
su capacidad para hablar”. Pero el Señor nos diría: “No te pedimos tanto.
Sencillamente trátalo como un ser humano...”. Tal vez ese es el mejor milagro
que podamos hacer hoy.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J
Decano académico de la Facultad de
Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá